Es nuestra la impresión, ha disminuido la formación y cultura religiosa en el presente siglo, o quizá debamos sólo referirnos a la catequística que deriva en una feligresía insegura e inconstante, otrora proveniente de una infancia petrolera que asoció los sacramentos con las estridencias de una celebración social y, ahora, para qué los unos si la otras tienen por única festividad posible la de una burda y literal supervivencia. Ha sido de tal magnitud el impacto del discurso del poder, decididamente de inspiración mágico-religiosa, que toda creencia e increencia misma parte de la más absoluta informalidad y, por supuesto, improvisación, alérgica al más elemental razonamiento, equiparando el sincretismo alcanzado con el oportunismo y el arribismo cultivado y trastocado en régimen.

El de Nazaret se antoja demasiado peligroso, por lo que Jesús puede ser cualquiera de acuerdo con la versión por siempre cambiante de un socialismo sometido a la banal tensión de un arco que pretende soslayar las trágicas realidades, siendo – hasta nuevo aviso –  Bonny Cepeda y Maelo Ruíz las deidades de oportunidad. A guisa de ilustración, decimos profesar el catolicismo, forzándolo con la versión que mejor nos  (re) acomode en el sojuzgado país de una prolongada catástrofe humanitaria.

Consabida nuestra quiebra editorial, pudimos acceder a la reciente edición  digital de Sed de Amélie Nothomb (Anagrama, Barcelona, 2022), tenida por novela corta o cuento largo, que  – nos parece mejor –  un ensayo fabulado y, acaso, complementario de El evangelio según Jesucristo de José Saramago (1991). Bien escrita (o traducida), plantea varias de las perspectivas que ha suscitado y aún suscita el hijo de Dios entre los especialistas, alejándonos considerablemente de esa mezcla de Paulo Coelho y El libro azul/ “Aló, presidente” de Chávez Frías que todavía orbita disparatándonos, pues, aseveremos, el estado criminal es una experiencia continua de la insensatez  temeraria y apostadora.

Hay una vertiente existencialista de la también humorística fabulación de ineludible consideración: “No me declaro inocente. Con 33 años he tenido tiempo más que suficiente para reflexionar sobre el lado infame de esta historia. No hay un único modo de justificarlo. La leyenda asegura que expío los pecados de toda la humanidad que me ha precedido. De ser eso verdad, ¿en qué se convierten los pecados de la humanidad que está por venir? No puedo aducir ignorancia porque sé lo que va a ocurrir. Y aunque no lo supiese, ¿qué clase de imbécil sería si tuviera alguna duda?” (43). Humanizado, Iesus Nazarenus confiesa: “Así que no, no soy omnisciente: voy descubriendo los adverbios sobre la marcha y me siguen asombrando” (4), prendándose sentimental y carnalmente de María Magdalena en desafío al Padre (45).

Otra vertiente – teológica y escatológica –  se afianza en una convicción: “Si yo puedo perdonarme, entonces todos aquellos que se equivoquen gravemente podrán perdonarse a sí mismos” (48), estimando como un proyecto demencial el de cambiar al hombre, entre otros errores paternos (40, 63). Imaginamos al acucioso José Ignacio Munilla, obispo español, haciendo un inventario detallado de las antiguas herejías en las que incurrirá Nothomb.

Al principio, supusimos que la autora desarrollaría una vertiente forense, expuesto el procesado a los desagradecidos beneficiarios de los milagros que tanto le costara realizar, como aquel ciego ahora quejumbroso por la fealdad del mundo, el otrora leproso que ya no recibía limosnas, el Lázaro maloliente, o los pescadores en conflicto (3, 6).  Hubiese sido interesante llevar a la ficción una dimensión que ha suscitado interés teórico entre nosotros, a juzgar por El proceso de Jesús de Gregorio Peces-Barba Martínez, publicado en El Nacional de  fecha 22 de marzo de 1989, o, más acá,  por  “Ibis ad crucem: Visión romanista del proceso y condena de nuestro señor en la forja del mesianismo cristiano” de Tulio Alberto Álvarez.

Aplicando nociones, principios y categorías de esta era, Iesus Nazarenus no supo del debido proceso ni de la legítima defensa, como tampoco hoy los presos políticos y el resto de los venezolanos que fuimos profetizados: “En el futuro existirá un país tan pobre que en su idioma beber y comer serán un único verbo” (40). De modo que Nothomb ofrece la ocasión para que nuestros escasos y ocupados sacerdotes nos orienten, desafiando la discursividad del poder,  en el esfuerzo necesario de recuperar la fe convincentemente organizada.

@LusBarraganJ


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