Ciertamente, en una sociedad de altísimos grados de hipercomplejidad y de “modernidad líquida” (Zygmunt Bauman) no faltan individuos -personas me refiero- que se aferren desesperadamente a conceptos, nociones y categorías obviamente petrificadas y enmohecidas por el paso implacable del dios Cronos.

Efectivamente son personas que les cuesta muchísimo desprenderse de esas “camisas de fuerza” en que se convierten ciertas ideas que una vez instaladas en sus cabecitas de chorlito se anquilosan y enmohecen de tal modo que tales “ideas fuerza” que un día fueron cepas verbales de sentido semántico y vigor expresivo significativo terminan convertidas en palabras pétreas imposibles de dar cuenta de la realidad real y empírica que siempre se caracteriza por ser tan huidiza y evanescente como metamórfica y cambiante.

Las ideas fijas en una mente dogmática tienden por lo general a convertirse en rígidos dogmas de variada índole: religiosas, políticas, ideológicas e incluso estético-literarias. A poco que usted voltee a mirar en derredor suyo no tardará en advertir que ahí donde “florece” una mala hierba dogmática nunca tarde en aparecer alguien que “esgrima” la filosa hoz con intención de segar la mala hierba y los abrojos que obstaculizan la libre circulación y el libérrimo debate de las ideas heterodoxas en la necesaria “confrontatio” de la “opinatio” bilateral o multilateral.

En cualquier relación dialógica comunicativa es inevitable presenciar la emergencia de alguna manifestación herética e incluso cismática cuando los portaestandartes de una idea convertida en dogma se apertrechan en sus nichos teóricos o ideológicos como si de la última casamata espiritual se tratara. Los seres presas de las rejas invisibles del dogma no pueden evitar terminar edificando mentalidades eclesiásticas y por consiguiente desarrollando una peculiar sensibilidad intolerante, despótica y de suyo autoritaria. Tal es el caso de los espíritus poseídos por los demonios de las utopías y de la emancipación compulsiva de inevitable aliento milenarista. Verbigratia: la sensibilidad esquizofrénica izquierdópata que vocifera urbe et orbe a los cuatro vientos que está elegida por una providencia demíurgica para erigirse en vanguardia redentora de los desposeídos de la tierra. Por eso cuando trabo algún tipo de diálogo con algún sujeto susceptible de interacción dialógico verbal nunca pierdo de vista la eventual y latente posibilidad de, -llegado el momento, si lo hubiere- ser tildado de “traidor”, “desleal”, “converso», «hereje» «protocismático» o cualquier otro adjetivo descalificativo.

Nunca encuentro otra alternativa que «cortar por lo sano» y poner pie en polvorosa porque la experiencia, madre infalible de la vida me ha dado las mejores lecciones.  Con los ortodoxos y dogmáticos no se discute y menos si pertenecen a esa abstracción pseudopolítico autodenominada «el pueblo en armas».


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