“La sociedad civil es un organismo de intrincada estructura,

muy frágil, y a veces hasta misteriosa”

Václav Havel

Si no tengo una idea clara de lo que significa la sociedad civil, más problemático será construir un concepto que sea entendido  por la mayoría, que genere un consenso básico y al mismo tiempo tenga valor heurístico. Allí comienzan los problemas con este sinuoso concepto de distintos significados, es decir polisémico. Estamos de acuerdo que se trata de una idea moderna, hija de la Ilustración, primero que todo la escocesa, para a partir de alli desplegarse en por lo menos tres grandes ramas y sus diversas ramificaciones. Así podemos hablar de una sociedad civil liberal, en la tradición de Locke, Ferguson y Adam Smith,  que deslinda  claramente el Estado de la pluralidad y libre manifestación de la libertad individual  que debemos proteger de los abusos del poder despótico; de  una sociedad civil guiada por las virtudes públicas y la participación ciudadana en la construcción de la voluntad general, corriente republicana  que tiene  su expresión más influyente en Rousseau; y de una sociedad civil primigeniamente hegeliana, su peculiar desarrollo en la obra de Marx, y la aportación original del pensador italiano Antonio Gramsci y su rico concepto de hegemonía. A partir de esas fuentes primigenias, y particularmente desde mediados del siglo pasado, la labor teorética sobre la sociedad civil no ha dejado de crecer hasta la actualidad.

A este de por sí complejo desarrollo de la sociedad civil en la historia de las ideas políticas, se une para hacer más difícil su discernimiento, la manipulación ideológica,  es decir el manejo interesado del concepto en función de intereses y causas que se desean privilegiar en el desarrollo de las relaciones entre el Estado y la sociedad, identificado por García-Pelayo en el fenómeno característico de nuestra época en cierto modo pos-liberal, de estatización de la sociedad y socialización del Estado, y su máxima expresión institucional en el neocorporativismo, cuyas consecuencias en la sobrerepresentación privilegiada de determinados intereses sociales, funcionales al desarrollo del neocapitalismo, implican el peligro de la difuminación y enrarecimiento del bien común que debe guiar como su telos a la comunidad política.

Para hacer más complicado el tema, las realidades nacionales, su historia (su pasado, su presente y la proyección de su futuro), juegan un papel decisivo en las definiciones concretas de la sociedad civil. No es lo mismo la sociedad civil en una nación de exitosa tradición liberal, que la sociedad civil en una nación de fuerte tradición autoritaria; como no es lo mismo una sociedad civil dentro de una nación desarrollada que la sociedad civil en una sociedad atrasada,  como tampoco es lo mismo la sociedad civil en una nación impregnada por la cultura occidental que una sociedad civil coloreada por el despotismo  oriental.

Vivimos una transición,  una época crítica, pues no tenemos claridad de rumbo ante la gruesa polémica sobre la llamada crisis del Estado, a lo que se agrega el debate sobre la sociedad política, sus límites y el deslinde de la sociedad civil. Para los que sostenemos el inmenso valor de los ideales de la Ilustración, de la cual nos sentimos legítimos herederos,  clariificar hic et nunc la idea y el concepto de sociedad civil, como aporte robusto al bien común de la comunidad política, y no como instrumento de intereses privilegiados de la sociedad,  constituye una tarea tanto teórica como práctica digna  de abordar.


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