Bahía Mexicana era el nombre que la imaginación cartográfica inglesa del s. XVI daba al Golfo de México. Beyond the Mexique Bay (1934) es la bitácora intelectual del viaje que Aldous Huxley hizo por nuestra América. Lo que sigue son anotaciones hechas a su paso por Caracas en 1931.

Caracas I

La diferencia más conspicua entre las colonias británicas del Caribe y las repúblicas hispanoamericanas se aprecia en la vestimenta femenina.

Sartorialmente hablando, las colonias son trozos de provincia inglesa con su provincianismo elevado a la enésima potencia. Negras y mulatos han abandonado la eternidad del vestido tradicional por el mundo temporal de la moda. Pero es una moda de, lo menos, cuatro años atrás y que, aun en sus días de mayor gloria, fue francesa solo según la escuela de Stratford−atte−Bowe. El monde colonial−a juzgar por los vislumbres que brinda la calle −está apenas más atento a la moda que el pueblo llano. Ciertamente, se afectan modas de quizá tres años atrás que, queriendo dejarse orientar por París, no han llegado más allá de, digamos, Kensington Street High. Y eso es todo.

¡Cuán sorprendentemente distinta es la escena femenina en Venezuela o Panamá, en Guatemala o México o Cuba! En La Guaira no vi tacones de menos de diez centímetros de alto y un rico color artificial cubría las morenas mejillas. Sobre una piel negra o amerindia el cremoso lustre de la seda artificial, amarilla, verde pimienta o, más a menudo, tersamente rosado —pâle et rose, comme un coquillage marine—. ¡Y qué faralaos, qué volantes!

Noviecitas del mundo: el corte de sus prendas es adaptación hollywoodense de todo lo francés. Y eso que La Guaira es solo un poblado provincial; en Caracas, la capital, pudimos ver rango y moda verdaderos: parecía el paddock en Longchamps.

Caracas II

El palacio presidencial de Caracas es, en su tipo, un pequeño pero muy selecto espécimen. El terciopelo aquí es más tupido y más subidamente carmesí que en otras partes, los dorados se tornan amarillo cobrizo, el tallado de las maderas más recargado y más chocante en su mal gusto. Es como el palacio de una escenografía de fines del siglo XIX y, vistos de cerca, los objetos son tan lastimosos como los de cualquier teatro.

Detrás del trono, en el salón recibidor principal, cuelga un gigantesco retrato ecuestre del actual gobernante de Venezuela, Juan Vicente Gómez. Monta un caballo blanco tan semidiós como el jinete. En otro salón, su fotografía tamaño natural revela un astuto y casi demasiado genial ancianillo con gafas, el vientre abultándosele pronunciadamente bajo la cintura. “Mire usted aquí, mire este cuadro, y este otro…”.

Pero el hombre fuerte de Venezuela no es el jinete mitológico; ha sido, casi ininterrumpidamente, durante el último cuarto de siglo, el anciano caballero, abultado y con gafas.

Traducción de Ibsen Martínez


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