Históricamente, querer apoderarse de un bien ajeno ha sido la causa de innumerables guerras. Desde la apropiación de territorios, tesoros, botines y hasta de alimentos, el robo ha tenido un sitial de importancia en las mentes inescrupulosas. No en vano, las sagradas escrituras hacen mención de la prohibición de quitar a otro sin su consentimiento sus cosas: “No robarás”  (séptimo de los diez mandamientos).

Robar, hurtar, despojar ilícitamente a alguien de sus pertenencias es un delito universal, con la excepción de algunas doctrinas como la comunista que justifica quitarle a los que más tienen para darle a los que menos poseen, y un buen ejemplo son los regímenes de izquierda, en los que se permite incluso el hurto de alimentos para saciar el hambre.

Existen varias modalidades de este daño patrimonial hablando en términos jurídicos. En Venezuela, por ejemplo, el Código Penal establece un título dedicado a los delitos contra la propiedad en el que el robo y el hurto se diferencian en la acción de llevarlo a cabo con o sin violencia. También está la apropiación indebida, la estafa (delito contra la buena fe), el abigeato (robo de ganado), duplicidad de llaves, sellos, entre otros, con el fin último de apoderarse de bienes, títulos y demás cosas de valor de manera ilegítima.

Otro tipo de hurto es el realizado a través de medios tecnológicos para sustraer información crítica tanto de empresas o individuos, ya sea para obtener dinero u otros provechos de índole extorsivo mejor conocido como delitos informáticos.

Estadísticamente el hurto sigue manteniéndose como el flagelo de mayor incidencia en la sociedad. Se podría decir que hurtar, en algunos países latinoamericanos, más que un modus operandi se ha convertido en casi un modus vivendi en el que la pobreza, la educación y la impunidad son las posibles causas.

Los profesionales del gremio de la seguridad privada cada día nos enteramos de nuevos episodios en los que los empleados resultan involucrados, quienes cometen tales hechos en perjuicio de sus propios centros de trabajo; cabe decir, como actitud personal deshonesta o porque forman parte de grupos delictivos.

Es muy común el denominado “robo hormiga”, el cual se ha demostrado genera grandes pérdidas en fábricas y comercios por la sustracción o hurto continuado de materia prima y productos terminados, siendo un dolor de cabeza para el negocio minorista de amplias superficies.

Mi experiencia en el sector retail me ha enseñado a detectar y predecir ciertas actitudes sospechosas de acuerdo con el comportamiento antisocial de clientes con intención de hurtar. El estudio de cada caso en particular me llevó a clasificar los tipos de hurtadores en cuatro categorías:

  1. Hurtador famélico. Cometido por personas en estado de necesidad extrema (no siempre es para robar alimentos).
  2. Hurtador cleptómano. Actúa por impulso psicológico incontrolable.
  3. Hurtador de oportunidad. Se vale de la típica viveza criolla.
  4. Hurtador profesional. Perpetrado por uno o más personas a la vez con destreza y en muchos de los casos con complicidad interna.

Es desde la infancia que se deben inculcar sólidos valores. La obligación de un buen padre y buena madre es enseñar a sus hijos el respeto a la propiedad, a lo ajeno. El delincuente promedio comienza de niño o adolescente cometiendo faltas menores que, al no ser corregidas a tiempo, terminan siendo graves reincidencias, por haberse acostumbrado a ver como algo normal su conducta delictual.

@menteprotectiva

 


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