Durante una gran parte de nuestra historia, los seres humanos estuvimos viviendo una etapa primitiva y precaria. Sin avances técnicos éramos una especie vulnerable. En esas circunstancias descubrimos que la manada era un excelente instrumento para asegurar la supervivencia individual, porque era más efectivo unir esfuerzos para organizar una defensa, o porque la caza y la procura del alimento era una actividad colectiva más eficiente. Fue un gran descubrimiento ya que la manada era una modalidad de agrupamiento más efectivo y eficiente, tanto para el individuo como para el colectivo. Su eficiencia dependía de la organización, gracias a la cual era posible desarrollar actividades coordinadas. Así pasamos de la manada a la tribu, convertidos en una organización social.

La jerarquía, que en las manadas suele ser el resultado de una ecuación basada en la fuerza, en la tribu dependía de la habilidad, del conocimiento, de la experiencia, además, por supuesto, de la fuerza. El liderazgo exigía méritos, provenientes de la agudeza para detectar y cazar el alimento, para prevenir y proteger la tribu de algún peligro o amenaza, para señalar el camino más seguro o identificar el mejor lugar para pasar la noche o construir un asentamiento. Las cualidades exhibidas por las personas le conferían posiciones de liderazgo. Toda la tribu podía beneficiarse de las habilidades y aptitudes de los más capaces.

Este método nos trajo hasta donde hoy nos encontramos como civilización. Se fue perfeccionando, vivimos momentos de luces y sombras en ese proceso, pero en general, ya sabemos que cuando el liderazgo está en manos de los más capaces la sociedad logra mejores resultados para todos. También sabemos que si se favorece el beneficio colectivo la armonía permitirá el progreso y la convivencia pacífica.

Sin embargo, tenemos la extraña propensión a olvidar ese principio. En alguna parte del camino, el encanto o la fuerza bruta, el engaño o la arbitrariedad, sustituyeron a los méritos, a la idoneidad, dándole paso a las posiciones de liderazgo a individuos retorcidos, dañinos, crueles y mezquinos. El bien del colectivo se disolvió, se ignoró, para satisfacer exclusivamente el interés de esos individuos codiciosos de los que, por desgracia, está repleta la historia.

¿Cómo sucede eso? ¿Cómo es que las sociedades permiten que tales individuos prosperen y avancen? ¿Qué motiva a tales personajes a tiranizar a su propia gente? Son preguntas importantes y difíciles de responder. Es incompresible —ilógico desde cualquier punto de vista— que una comunidad (una tribu) sabiendo que algo puede comprometer el bienestar o el éxito de todos ellos, se empeñe en imponer ese criterio perjudicial y nocivo. ¿Por qué una tribu que sabe que caminar hacia el oeste los llevará a una muerte segura, se empeñaría tercamente en tomar esa dirección? ¿Por qué esa misma tribu, si sabe que el pozo de agua está envenenado, se obstina en darle de beber a sus mujeres y niños precisamente de ese pozo?

No hay respuesta lógica para explicar tal comportamiento. Todo lo que se puede decir al respecto es que en ese comportamiento hay una absoluta falta de reflexión reposada y prudente. La explicación ha de estar en el fondo de sus almas. Allí encontraremos, creciendo y multiplicándose, una fatal combinación de deformaciones, arrogancia y vanidad. Un cóctel psicológico insano y pernicioso, tan exacerbado que nubla por completo la mente, la razón y el sentido común de esos individuos.

Si vinculamos lo anterior a la política en Venezuela, en cuanto a que cualquier circunstancia que sepamos de antemano puede amenazar el triunfo electoral de las fuerzas democráticas en las próximas elecciones presidenciales, esto debe ser conjurado en forma decisiva y concluyente. Es lo que hace alguien a quien en realidad le interesa el bienestar colectivo. Si en verdad nos motiva un verdadero compromiso con la democracia, un profundo amor por Venezuela y su gente, ninguna de nuestras acciones, ninguna de nuestras decisiones debería amenazar el resultado exitoso de las elecciones de 2024. Obrar de modo contrario, o es cinismo, o es desconocimiento o es algo peor e incalificable.

Las alianzas basadas en la cooperación, en la solución conjunta de problemas, requiere que nos sentemos, uno al lado del otro a encarar el problema común. Hacer algo distinto es contrario a la comunidad, al interés de todos y, especialmente, una falta grave a la confianza que los ciudadanos ponen en sus representantes políticos.

No estamos definiendo candidatos o preferencias. No estamos delimitando o defendiendo parcelas de poder. Esas son pequeñeces. Es el reto que la historia nos ha puesto al frente: estamos definiendo el destino de nuestro país, el rumbo de nuestras instituciones, la salvación o la condena de nuestra democracia. Es eso lo que está en juego, y ante semejante desafío histórico tenemos que comportarnos como líderes verdaderos, porque el país confía en que seamos capaces de desempeñar con gloria e inteligencia el papel que nos corresponde.

Eso es lo que espero y deseo. Eso es lo que espera mi pueblo. Sin embargo, no dejo de ver aterrada cómo hay otros empeñando todas sus fuerzas y todos sus recursos en hundir el barco.

 

 


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