April is the cruellest month» (Thomas Stearns Eliot)

Quedarse huérfano a los catorce años debe de ser un trago muy duro. Mi amigo Carlos lo aprendió de golpe. Por aquel entonces íbamos juntos a clase.

En casa somos seis hermanos y el día que sucedió aquello mi madre me llamó aparte para pedirme que acompañase a mi amigo en el funeral de su padre. Fui a la iglesia y después al entierro. En una triste fila a la puerta del cementerio la familia recibía las condolencias. Recuerdo vagamente que me acerqué, di la mano a cada uno de los familiares y al llegar a él me detuve para darle un abrazo entre lágrimas. Le dije algo al oído, una frase en la que siempre he creído. Luego me fui de allí emocionado.

Han pasado más de treinta años y ahora el huérfano soy yo. Mi madre murió el 20 de abril. Un tren volvió a acortar la distancia que separa mi vida de mi Galicia natal, mis hermanos, mis padres, mi familia y algunos amigos. Esta vez mis hermanos y yo esperábamos fuera de la iglesia cuando alguien se acerca a abrazarme mientras me pregunta si sé quién es y le digo que sí y lloro sin ninguna vergüenza porque ese amigo de la adolescencia ha llegado en el momento justo a llenar el viejo vacío que deja a veces la vida cuando te arrebata a las personas que más quieres dejándote indefenso y solo. Hubo muchas emociones a lo largo del día con familiares, cuñados, y hermanos. No dejé de pensar en ese gesto de mi amigo. A mi madre le habría encantado saber que él había venido a despedirla y a consolar al menos a uno de sus hijos.

 


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