Siguen en el orden del día internacional los movimientos de protesta contra China central, esta vez en la ciudad que conecta a Hong Kong con China. La movilización de descontentos juveniles es cada vez más grande y más agresiva, y se ha convertido en una verdadera piedra en el zapato de las autoridades en Pekín. Son una novedad los jóvenes enmascarados en números que ya alcanzan centenares de manifestantes y que no vacilan en enfrentarse cuerpo a cuerpo con las autoridades.

En apariencia, el motivo sigue siendo el mismo: un proyecto de ley que autoriza las extradiciones hacia China. La realidad es que después de que el texto fue sabia y estratégicamente retirado por los líderes comunistas, la calle se ha calentado hasta el punto de pasar ahora a reclamaciones de mucho mayor calado. Lo que los jóvenes exigen va tan lejos como la corrección de la pérdida de libertades en su territorio y exigir avances con respecto a la democracia.

El abordaje informativo de estas manifestaciones es diferente según quien relate ante la prensa los hechos acaecidos en este importante centro ferroviario, sea el gobierno central o sean los responsables de las protestas, toda vez que estas están ocurriendo frente al mundo, que está comenzando a asumir posiciones en torno al fondo del asunto. Estados Unidos, por ejemplo, se puso del lado de quienes proponen la democracia.

En esto han sido exitosos los movimientos disidentes que ahora reclaman la dimisión de la jefa del gobierno de Hong Kong, Carrie Lam, quien es abiertamente inclinada a aceptar los designios de la capital china sobre este territorio, el cual es autónomo solo a medias. Sin embargo, reclaman, del mismo modo, la amnistía total para los detenidos y una investigación seria sobre la actuación de las fuerzas policiales. Para ello, la escogencia del lugar no pudo ser mejor: el sitio seleccionado se encuentra repleto de turistas por tratarse de la estación de trenes de alta velocidad, recientemente puesta en funcionamiento para conectar a Hong Kong con la red interna de trenes chinos.

Estos movimientos no están huérfanos de líderes, pero quienes llevan la batuta han aprendido a proteger sus nombres y a invisibilizarse del escrutinio oficial chino, porque este tipo de dislates terminan pagándose caro. El movimiento que se hizo público en enero estaba encabezado por un joven activista cristiano de 24 años de edad, Joshua Wong, quien apenas tenía 17 años cuando ocurrieron las primeras manifestaciones en contra de un régimen de “educación patriótica”, de carácter compulsivo, que Pekín deseaba imponer.

El principal objetivo de la juventud que lidera estos movimientos, que hoy se autodenominan Operación Paraguas, es el de hacer que sus propósitos democráticos se tornen virales en las redes y sean replicados en el mundo libre, lo que han logrado en gran medida, a juzgar por el apoyo que han recibido por parte de la prensa mundial. Este sería un dardo en el corazón de Pekín si sus aspiraciones recibieran eco dentro de la China comunista y en ello se van a empeñar pese a la muralla informativa montada por la capital. Lo cierto es que mientras la prensa oficial apenas daba noticias de menos de 50.000 manifestantes y circunscribían los reclamos al abandono de las medidas de extradición ya retiradas, los jóvenes pudieron reunir más de 300.000 voluntades para estas manifestaciones en pro de las libertades ciudadanas.

Una metástasis está en marcha.

 


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