Por Maria Margarita Galindo

Este articulo quiero dedicarlo a mis maestros. Creo que todos tenemos huellas de aquellos que han contribuido con nuestra formación. Hace falta que la sociedad mire a los profesionales de la docencia de cualquier nivel y además reflexione sobre aquellas cosas buenas que han dejado en nuestra vida, buscando despertar la conciencia y que nos demos cuenta de que la lucha de un educador es la lucha de todos.

De hecho, en mi memoria siguen presentes aquellas maestras de primaria que con tanta pasión y entusiasmo se dedicaban a sus estudiantes para mostrarnos el arte de leer, escribir, sumar, restar, reflexionar, analizar, sintetizar, dibujar, valorar, explicar, comprender, organizar, planificar, escuchar, exponer, en fin, muchas actividades y aprendizajes elementales para la vida. Recuerdo mi maestra de primer grado; era la más cariñosa, dulce, daba sus enseñanzas con mucho amor. Mi maestra de segundo grado, era muy, pero muy hermosa y siempre dando enseñanzas con tanto afecto y espacio para querernos. También tuve aquella maestra que representaba la responsabilidad y la disciplina; a ella le debo mucho porque en la vida para lograr nuestras metas necesitamos precisamente disciplina y responsabilidad.

En mi adolescencia recuerdo aquella profesora que marcó todo un hito para mí en el área de castellano y literatura. Sus sabios consejos que aún perduran en mi cuando me señalaba: “hay que escribir bien, leer mucho, la ortografía dice todo de ti”, a ella le debo ese principio que la escritura refleja en el ser, “cuida tu ortografía como a ti mismo y cuando dudes, pregunta”,  también nos decía en cada una de sus clases.

Igualmente recuerdo a mi profesor de matemática, que podía ser odiado y amado a la vez. Le debo tanto, la matemática es un arte que sirve para toda la vida, la vida misma es una matemática ¡Gracias profesor! Todas sus enseñanzas a quienes fuimos sus discípulos hoy nos marcan el camino de muchos números y vivencias.

Luego vino mi vida universitaria, que desde que llegó descubrí que esta etapa jamás culmina, pues somos estudiosos por el resto de nuestras vidas en el área que más nos apasiona. En este ciclo universitario tengo que reconocer el valor de un profesor que lo conocí hace algunos años cuando hice mi primer estudio de postgrado, y él tal vez sin proponérselo me mostró el camino que yo andaba buscando en la vida. Lo que yo quería descubrí, y lo que realmente me apasionaba de la educación que fue mi carrera de base. Gracias a él descubrí el maravilloso mundo de la investigación, la cual asumí como una forma de vida que va más allá del recinto universitario y es allí donde nos damos cuenta que los verdaderos maestros te enseñan con su propio ejemplo, y este maestro de la investigación me enseñó y mostró en cada una de sus acciones que la enseñanza y la investigación son su razón de existencia. Esto me contagió, y así día a día, hago algo que me gusta, y a pesar de la realidad del país me conecto con la esencia académica que me genera felicidad.

Todos, los que aquí puedo mencionar y aquellos que por razones de espacio no he mencionado, han contribuido a mi formación académica y profesional, pero que en definitiva, han contribuido con mi formación de ser humano, como una auténtica persona. En este sentido, si todos dependemos de nuestros maestros para adquirir enseñanzas básicas y encontrar nuestra razón de vida por qué no apoyar a nuestros educadores en sus luchas diarias, por qué no exigir unidos la dignificación de ellos en su felicidad y su bienestar, si al final también será parte de nuestro crecimiento y desarrollo como sociedad y como país.

Siento que estamos perdiendo el tesoro más enorme de una patria, sus maestros, nos estamos quedando sin docentes de alma, corazón y formación genuina. No podemos seguir jugando e improvisando maestros, eso es una herida de muerte ante el futuro porque es aniquilar a una generación que no podrá conocer un maestro que le ayuda a descubrir su vocación y razón de ser. En manos de quiénes quedará nuestra república y quiénes formarán nuestros médicos, abogados, ingenieros, administradores, entre otros, si destruimos el bien más preciado de una nación: su educación.

A mis maestros un eterno agradecimiento por todo. Como docente seguiré aportando para el despertar de la ciudadanía y el verdadero apoyo que el sector nos exige ante las dificultades. Unidad de padres, representantes y sociedad en general, la lucha es de todos por nuestros hijos y por la pronta recuperación de nuestra Venezuela. Los educadores en todos sus niveles y modalidades serán los pilares fundamentales para poder levantar esta nación y encaminarla al anhelado y urgente progreso.

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