Atrás, muy atrás quedó el espejismo de los babilónicos proyectos de progreso e independencia nacional como el tristemente célebre proyecto del llamado “Eje Orinoco-Apure” izado cual bandera o buque insignia de la cacareada y siempre postergada independencia y soberanía agroalimentaria de la primera hora de la revolución en su fase bolivariana.

Los primeros cinco años de la embriaguez petrolera de la petrorrevolución chavista se propusieron crear en la Isla de Manamito, en el Delta del Orinoco y parte del estado Monagas, el granero de arroz más grande de América Latina; las estupefactas ilusiones del proyecto revolucionario emancipador tenía entre sus planes independentistas en materia económica sembrar aproximadamente 250.000 hectáreas de arroz para satisfacer la creciente demanda del mercado interno venezolano y eventualmente atender las demandas de los mercados foráneos, especialmente de los países que a la sazón formaban parte del Mercado Común del Sur (Mercosur).

Promesas como esas flameaban en el sistema nacional de medios públicos que servían a la revolución como artillería de propaganda y adoctrinamiento e ideologización de las amplias capas de la población que por esos años (primer quinquenio revolucionario de la naciente experiencia de liberación nacional e independización y ruptura de los nexos de dependencia del modelo rentista petrolero que se instauró con el advenimiento de la República del Mene en Venezuela.

Han sido veinte largos e interminables años de constante y sistemático proceso de desmontaje del aparato productivo basado en la propiedad privada sobre los medios de producción; dos interminables décadas de demolición de la cultura del trabajo fundada en la libre iniciativa y en la libre competencia de los más plurales agentes económicos productores de riqueza individual que a la postre creaba empleo y con consiguiente bienestar social a través de la proliferación del empleo más o menos remunerado que a su vez promovía un clima laboral propiciador de ambientes profesionales auspiciadores de ascenso social vertical en la pirámide socioeconómica.

Al cabo de estas dos décadas perdidas la revolución chavista, en su primera fase bolivariana y “socialista” después, ha subsumido  al país en un agujero negro del cual va  a costar no pocos sacrificios generacionales salir, pues el atolladero en que la revolución subsumió a Venezuela es de dimensiones poco menos que bíblicas.

El socialismo autoritario que rige los destinos de la sociedad venezolana cada día adquiere ribetes más obsidionales trocando el carácter endógeno de la planificación socialista en delirante economía endogámica. La guerra del Estado fallido contra la sociedad y sus agentes libres ha creado una mentalidad mendicante en la mayoría de la población castrando y anulando las iniciativas individuales de cada venezolano en el ámbito de la libertad de mercado. El Estado forajido y por ende despótico y carente de legalidad y legitimidad ha terminado por borrar de la faz de la nación el rasgo más sobresaliente de las sociedades abiertas y democráticas: la libre oferta y demanda de bienes y servicios en la producción y reproducción de la vida social republicana. Estado fallido, Estado forajido, Estado delictivo es igual a paraestado. Un Estado paralelo o un ouroboros, animal mitológico de la antigüedad griega. Una culebra ciega que se muerde la cola. Nada hay en Venezuela más parecido a un holocausto nazi.

La hambruna programada por el Estado chavista es idéntica a los procesos estalinistas que implantó el partido bolchevique en la Rusia de Iosif Stalin. Holodomor le decían en la URSS. Bloqueo económico le mientan en estas aceras desoladas del globo terráqueo. Para los efectos es la misma miasma.


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