En días pasados, en un programa transmitido por Youtube, denominado Par de calvos, conducido por Vladimir Villegas y Pedro Carvajalino, había un “invitado especial”: un señor de nombre Esteban Trapiello.

Trapiello afirma descaradamente que le gustaría almorzar con Hitler para preguntarle ¿por qué no terminó lo que tenía que hacer? Además, declara  que le pondría una bomba a unos reporteros que están presos y para completar se burla de los que mueren en la selva del Darién. Insulta a las personas que salen de Venezuela por hambre o perseguidas, buscando oportunidades, como lo hicieron sus antepasados, porque él criollito no es.

Hay un repudio importante de la sociedad civil venezolana ante esta aberrante declaración de un hombre que intenta ampararse en su ignorancia, pero que con mucho conocimiento de causa banaliza el Holocausto.

Trapiello se siente tranquilo porque piensa que su declaración en Venezuela, donde él seguramente tiene buenos contactos, no tendrá consecuencias. Pero lamento informarle que es un error de cálculo, pues la impunidad no es una enfermedad contagiada a todas las latitudes y su actitud constituye un delito de odio que lo convierte  en reo de la jurisdicción extranjera. Lea un poquito para que entienda cómo entró en aguas calientes con la justicia y me refiero a casos recientes, no al de Adolf Eichmann (que no fue ficción).

El gentilicio venezolano es ajeno a su posición y me atrevo a decir  que una mayoría del gobierno también, pero tendrán que desmarcarse rápidamente, porque en esa fiesta nadie se querrá inmolar, ni siquiera aquellos que él asegura “pasaron por su colchón, su bañera, la mesa de su cocina o su balcón”.

Es verdad, señor Trapiello, Hitler no terminó su trabajo: personas como usted estaban en su lista. Quizás no hubiese podido contar a viva voz su vida alegre, la adicción a las drogas prohibidas y su entraña homosexualidad y homofobia a la vez que lo convierte en un ser despreciable; más pronto que tarde tendrá que dar la cara a la justicia y ahora no diga que lo sacaron de contexto e invoque la libertad de expresión.

No todo es lo terrenal, también existe un karma que se genera y comienza a visitar a personas como usted, cuyas noches deberían ser similares a los  últimos días de aquellos millones de mártires sacrificados por Hitler. Sí, su compañero de almuerzo. Ojalá no tenga paz para conciliar su sueño, como le ocurre todavía a algunos de los sobrevivientes del Holocausto que casualmente  viven en nuestro país y lo escucharon.

Tenga presente algo:  ese deseo maléfico suyo se convierte en una maldición a un pueblo, que  ha sobrevivido más de 5.000 años y sigue vibrando, cansado de haber visto atropellos como este; pero ese pueblo, quiéralo o no, está protegido. Y cuidado con aquel salmo tan temido por nativos y extranjeros: “Y maldeciré a quien te maldiga y bendeciré a quien te bendiga”. “De que vuelan vuelan” decían en las calles de Caracas donde me crié, en democracia  y libre de basuras.

Solo pido justicia, retractarse no es suficiente.

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