Cuando comenzó la experiencia democrática, sustentada en el acuerdo de gobernabilidad denominado ‘Pacto de Punto Fijo’, el clamor de la época era la necesidad de un ejercicio democrático para direccionar el obrar político; idea-fuerza que fundamentó el devenir nacional hasta la llegada del chavismo. Desde 1998, la idea fuerza ha sido la democracia participativa, en sustitución de aquella representativa instaurada en 1958, un fundamento que aspira a ser comunitario mediante el ejercicio de movimientos sociales en continua marcha.

Ambas fases de nuestra política generaron su propia contradicción. La del periodo 1958-1998, porque con la adopción del principio del militante se alejaron de la base popular olvidando el juicio reflexivo respecto a la constitución del devenir: a partir de perspectivas políticas no integradas respecto a una situación total, dejaron fuera de consideración aspectos relevantes (‘conciliación de élites’ como decía el admirado Juan Carlos Rey) generando exclusiones y, en consecuencia, insatisfacciones y ausencia de equidad. La contradicción inherente al chavismo está recogida en esta cita: “Las sociedades políticas tienen por objeto llegar al mayor grado posible de civilización, no tener a los ciudadanos politiqueando permanentemente en la plaza o en los clubes. Por consiguiente, la constitución política debe reposar sobre los elementos que impelen a la civilización, no sobre los que empujan a cada individuo a hacerse juez de lo que debe hacer la sociedad, porque esto no puede producir otra cosa que la anarquía” (José Luis Ramos, Carta a Páez, 1º/11/1862).

Es curioso como la apelación a lo comunal ha sustituido el ejercicio de la reflexión. Ferdinand Tönnies identificó dos tipos de relaciones que coexisten a lo interno de toda nación/sociedad: relaciones comunitarias y asociativas. Las primeras están caracterizadas por ligamentos afectivos, familiares, tribales; las segundas por relaciones asociativas, es decir, racionales. Lo comunal fundamenta la idea de nación y de los movimientos sociales, lo asociativo la idea de sociedad, Estado y de instituciones. Para Tönnies, ambas relaciones constitutivas son necesarias en el seno de una nación, y de una sociedad, en una tensión dialéctica que requiere reflexión y acción.

Es para Venezuela realmente importante comprender esta dicotomía sugerida por Tönnies, que ha sido rota en su raíz. En efecto, la política fundamentada en lo comunal olvida todo aquello que necesita concepción del espacio público, ya que todo obedece a una suerte de doctrina del querer-participar sin relación explícita a la generación de bienes públicos. Es necesario retomar los actos de concepción racionales, estructurando el tejido de relaciones asociativas que den direccionalidad a las energías comunales. Los movimientos sociales, cuya naturaleza es fluir, no conforman instituciones: la naturaleza de éstas requieren de un esfuerzo reflexivo-participativo que genere los consensos, de carácter público, dirigido a concebir, mantener, renovar y re-concebir un marco de normas reguladoras equitativas e inclusivas.

Así encontramos la nueva idea-fuerza para nuestro país: constituir una democracia institucionalizada para el ejercicio público. Por tanto, lo que es necesario explorar es qué son las instituciones y cómo implantarlas en nuestro país. Ellas requieren considerar los elementos propios de nuestra cultura socio-política, cuya naturaleza requiere de genuina reflexión.Toda institucionalización del espacio público exige que los actores políticos ponderen la heurística compleja de la situación total, trascendiendo el mero juego de intereses de las relaciones y de los procesos políticos, hacia la justificación de los principios que deben orientar la acción y realizabilidad públicas.  En este sentido,en cada ente público también debe implantarse una propuesta institucionalizadora realizable que determine los ámbitos de responsabilidad política y administrativa respecto a los bienes públicos a generar en condiciones de imparcialidad. Solo así podemos aspirar a conformar una democracia institucionalizada, inclusiva y equitativa, que nos permita desplegar una buena convivencia.

¿Qué significa convivir bien? Significa, básicamente, constituir el espacio público compartido para favorecer el ejercicio de la libertad, considerando la situación presente, así como los mecanismos para mantener las condiciones de posibilidad de la libertad fortalecidas hacia el futuro. Pareciera que hemos podido expresar, desde el ángulo de la sostenibilidad, en qué radica el fundamento esencial de la política.“No se trata tan sólo de cambiar reglamentos, leyes y planes… [lo] que deben ver los políticos [es considerar] la aspiración de un pueblo que desea recobrarse y reiniciar su vida histórica… Y semejante ambición y anhelo debe prevalecer sobre la querella aldeana y la politiquería pequeña en los venezolanos de hoy. Es preciso hablar a los que tienen fe”. (Mariano Picón-Salas, Notas sobre el problema de nuestra cultura, 1941)

 


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