El ser humano siempre ha tenido curiosidad por conocer, interpretar y representar hechos que influyeron en el devenir histórico. En ese largo camino se ha tropezado con versiones que son consideradas “verdades inobjetables”, pese a que carecen de un sólido soporte.

Es el caso, por ejemplo, de Francisco de Miranda. En algunos textos con fines divulgativos, el personaje entra a Coro (1806) y es recibido con euforia por una población local que, para mayor perplejidad, se suma a la causa de la Independencia impulsada por el visitante.

La realidad es otra: Miranda llegó a Coro y no tuvo éxito, porque casi nadie lo conocía, y su lucha era incomprendida por los lugareños. A propósito de ello, la historiadora Inés Quintero comenta en El hijo de la panadera (2014) que “…la ciudad estaba desierta. Había sido abandonada por sus visitantes. La expectativa de Miranda, expuesta reiterativamente a sus interlocutores, respecto a que, al momento de vislumbrar un contingente armado, los americanos se unirían masivamente al llamado de la libertad, no ocurrió”.

Otro caso es el terremoto que sacudió a Venezuela en 1812. En la memoria de los venezolanos está grabada la pintura de realizada por Tito Salas (1939) que recrea el sismo. Allí se observa a Simón Bolívar de pie, en el centro de una trágica escena, rodeado de gente que llora y luce desconcertada por lo sucedido. Muchos suponen que es allí cuando el Libertador lanza la famosa frase contra la fuerza de la naturaleza.

Sin embargo, el historiador Manuel Caballero ofrece pistas que pueden conducir a una percepción diferente de aquel evento. En efecto, Caballero plantea en Contra la abolición de la historia (2008), que el médico y cronista José Domingo Díaz, quien se oponía a la Independencia, dejó testimonio de haber visto al Libertador asustado durante el siniestro. Díaz escribió: “En su semblante estaba pintado el terror o la desesperación. Me vio y me dirigió estas impías y extravagantes palabras: Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”. 

La escena pintada por Salas no refleja el testimonio de Díaz, ni el comportamiento espontáneo de cualquier ser humano en un evento de esta envergadura. Cuando ocurre un sismo devastador, cualquier persona entra en estado de pánico, huye, se protege y busca salvar su vida. Pero en el lienzo no se aprecia eso, más bien aparece un Bolívar desafiante, casi en pose de héroe cinematográfico, que parece inmutable ante lo acontecido.

Si Bolívar estaba aterrado, como dice Díaz, deberíamos ver al prócer con el rostro pálido, tal vez corriendo hacia un espacio abierto, huyendo de los destrozos; así sería más humano, más real.  En este caso, el célebre lienzo de Salas no solo dejaría de ser la más importante referencia visual de aquella tragedia, sino que podría perder su valor simbólico.

En otras pinturas sobre la historia de Venezuela se presenta el mismo problema: el conflicto entre la verdad y la representación gráfica. El problema de fondo, nos recuerda otro historiador, Tomás Straka, es que estas creaciones artísticas fueron convertidas en “verdad oficial”, mientras que la “verdad histórica” quedó en un segundo plano.

@humbertojaimesq


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