-I-

La acostumbrada errónea visión de los pueblos africanos como sempiternas víctimas

La perspectiva que se tiene en la actualidad sobre el acontecer histórico de los pueblos africanos se suele contraponer —en una cotidiana falacia de falso dilema— al devenir histórico de los pueblos caucásicos, lo cual es lamentablemente poco más que ridículo. Por alguna razón se ha asentado en el imaginario colectivo una mísera visión del continente africano, alusiva a su concepción como un territorio más o menos homogéneo que siempre ha sido explotado por el abyecto hombre blanco en detrimento de los inocentes “ángeles” que lo han habitado a lo largo de los siglos, sustentándose por supuesto tal noción en el material audiovisual de los grandes medios de comunicación. Estos últimos fundamentan la visión que transmiten al gran público en ejemplos históricos inmediatos, como por ejemplo la rapiña decimonónica británica sobre sus posesiones africanas y, por supuesto, la barbarie belga en el Congo en pleno siglo XX, todo lo anterior realizado, por supuesto, ante la mirada cómplice del resto de Europa.

Sin embargo, pensar que por casos puntuales tan cercanos a nuestra época los milenios de historia de un continente como África —que es cinco veces más grande que Europa—, se resumen en tan poco, es dejar de lado la historia de sus grandes civilizaciones, imperios y culturas, constituyendo ello francamente una ofensa a la inteligencia, máxime si hablamos del complejo clima de intercambio cultural, económico, político, étnico y social que siempre han tenido el norte de África y el sur de Europa a través del mar Mediterráneo, porciones territoriales que nos interesa traer a la comprensión del lector en las líneas que siguen.

Por lo tanto, en esta entrega no hallarán ustedes una historia de buenos africanos y malos europeos como están acostumbrados, mucho menos atenderemos a la corrección política —siempre totalmente antihistórica— de determinar de modo anacrónico explotadores y explotados o vencedores y vencidos. Al contrario, encontrarán ustedes aguas abajo la narración de civilizaciones desplegando su hálito vital a través de sus virtudes y vicios —siendo siempre lamentablemente en la vida humana superiores estos últimos a los primeros, sea de origen caucásico o africano el pueblo del que se trate—, y no en pocas ocasiones hallarán actitudes censurables para sus visiones desde el siglo XXI, de parte precisamente de los que se consideran sempiternamente oprimidos, esto es, los africanos. Así, una vez señalado lo anterior, ahora sí podemos comenzar a hablar de Cartago.

-II-

Cartago, la gran potencia africana

Este impresionante pueblo tiene en la historia pocos pares que puedan contextualizadamente equiparársele y poder colocarse a su altura, tanto en medios, modos y expansión, y es que desde su natal África (actual Túnez), llevó adelante uno de los desarrollos más impresionantes y ambiciosos de toda la Edad Antigua, opacado quizás solo por el que tuvo ese pueblo del Lacio, llamado romano sobre el que hablaremos muchísimo con posterioridad.

Envalentonados por la ocupación de Tiro por parte de los caldeos en pleno siglo VI a.c, los cartagineses comenzaron un proceso de expansión que los llevó a ocupar las otrora colonias fenicias en la península ibérica, y a partir de la batalla de Alalia desplazaron a los pueblos helenos estableciendo de este modo una clara supremacía en la mayor parte de la península ibérica. Así, el lector desprevenido se enterará que conforme le señalaba al inicio de estas palabras el imperio que dominaba sobre tierras, hoy en día españolas, era un imperio africano y, por lo tanto, la tez de los dominantes y dominados no coincide con la que le han acostumbrado a tener por válidas al respecto.

Cartago, como toda potencia de la edad antigua, junto con su dominación trajo no solo sus propias instituciones políticas y sociales, sus prácticas comerciales y agrarias sino también sus expresiones artísticas, algunas de las cuales forman parte hoy en día del riquísimo patrimonio arqueológico de España. Un claro ejemplo es el de la misteriosa Dama de Elche —que el interesado que se encuentre actualmente en Madrid puede visitar en el Museo Arqueológico Nacional—, obra magna cuyo origen se imputa si no directamente a Cartago, al menos sí a la clara influencia de este pueblo y su hacer artístico en territorio ibérico.

De este modo tenemos pues que Cartago dominó con claridad y sin mayores aspavientos buena parte de la península ibérica desde el siglo VI a.C., hasta que en el siglo III a.C., es decir, tres siglos después se desperezaron los romanos del Lacio y se dio inició a esa terrible pero interesantísima etapa bélica de la historia de la Edad Antigua que son las guerras púnicas y sus dos formidables participantes constituidos en encarnizados adversarios a muerte: Cartago y Roma. Obviamente imaginará a estas alturas el lector que por la propia circunstancia territorial de la península ibérica que hemos pergeñado hasta aquí, la misma jugaría un papel fundamental en tamaños conflictos bélicos.

-III-

Las Guerras Púnicas

Así, durante la primera guerra púnica no fueron pocos los nacidos en la península ibérica bajo el mando de Cartago quienes lucharon y murieron en un conflicto que contra todo pronóstico tuvo como ganador a la república romana, la cual sorpresivamente comenzaría a ser toda una potencia naval y se expandiría por primera vez más allá del Mediterráneo. Ahora bien, ambos rivales habían quedado muy maltrechos y la cesión de la Sicilia a Roma había dejado por los suelos las finanzas de Cartago, lo que hizo que adentrarse en territorios aún no poseídos de la península ibérica fuera más que necesario para obtener recursos y sanear su malograda economía.

Al finalizar la Primera Guerra Púnica uno de los generales cartagineses había cobrado verdadera fama por encima del resto, no solo por sus tácticas militares, sino por su postura de entender que la rendición cartaginesa había sido prematura, este era Amílcar Barca quien llegaría a ser el verdadero mandamás de su pueblo, jurando odiar a Roma con todo su ser, e inculcando este oscuro sentimiento a los suyos, en particular a su hijo Aníbal. Así, al finalizar la primera parte del conflicto, Amílcar Barca emprendería una serie de campañas militares que lograrían con mayor profusión la supremacía sobre mayor parte de la Península Ibérica, sometiendo a gran cantidad de pueblos, fundando incluso ciudades como Alicante (Akra Leuké) en el 231 a.C. y en el 230 a.C., Barcelona (Barkenon).

La diplomacia de las potencias enfrentadas tuvo su punto neurálgico en el Tratado del Ebro del año 226 a.C., que pretendía controlar la influencia de ambas potencias en la península ibérica, lo cual colocaría a estas tierras hoy españolas como el eje central del conflicto latente entre los dos grandes rivales mediterráneos. Ahora bien, ante el fallecimiento de su padre Amílcar Barca (228 a.C.), de quien había heredado su odio por todo lo romano, y de su cuñado Asdrúbal El Bello (221 a.c) —quien fundaría Cartago Nova, hoy en día Cartagena—, Aníbal Barca sería quien se encumbraría como el líder de los púnicos.

Hablar sobre Aníbal Barca no es sencillo, ya que es uno de estos personajes de la historia que cualquier cosa que se diga sobre ellos parece no hacerles justicia, toda vez que cuando sobre él nos referimos, hablamos de uno de los más grandes generales de la antigüedad. Aníbal deseaba más que nada la venganza de Cartago contra Roma y la obtuvo al vulnerar el Tratado del Ebro y destruir la ciudad edetana de Sagunto, a la sazón aliada de Roma en la península ibérica, ocasionando con ello la Segunda Guerra Púnica. De este modo, este adalid victorioso partió con un colosal ejército rumbo a la península itálica con el objetivo de invadir la propia Roma, llevando sus formidables elefantes bélicos, guerreros legendarios, entre los cuales se encontraban miles de tropas ibéricas —como los famosos honderos baleares—, llevando así adelante una de las más brillantes campañas militares de época alguna, en la cual humilló a los ejércitos romanos en batallas tan famosas como Trebia, Lago Trasimeno y, sobre todo, Cannas.

No obstante, como diría Maharbal Aníbal sabes vencer, pero no sabes aprovechar la victoria”, pues habiendo derrotado a las tropas romanas, ya sin nadie quien pudiera hacerle realmente frente en el momento, en lugar de seguir a la ciudad y conquistarla, en el momento en el cual los romanos aterrados al enterarse de la catástrofe militar gritaban “Hannibal ad portas” (Aníbal está a las puertas), prefirió no hacerlo siendo quizás extremadamente prudente, y se dedicó a la rapiña y al saqueo, dándole con esto a Roma la posibilidad de rearmarse y contraatacar. Es en este momento, cuando surge la importancia de un personaje clave en la historia de Roma, Escipión el Africano. Escipión había perdido a su padre y a su tío luchando contra los cartagineses en la península ibérica, razón por la cual tomó el mando de las tropas de la región y llevó adelante una brillante contraofensiva en una campaña que le llevó a tomar todas las posesiones cartaginesas de la península ibérica. Este hecho hizo que Aníbal tuviera que dejar la península itálica para hacerle frente a este joven caudillo romano, siendo finalmente derrotado por este en el año 202 a.C. en la batalla de Zama, obteniendo así Roma la victoria sobre su conspicuo rival; poco más quedaría del ilustre comandante cartaginés, ya que el resto de su vida no estuvo a la altura de sus etapas pasadas y terminó suicidándose en el 183 a.C.

De manera que como hemos visto, las dos primeras guerras púnicas, fueron determinantes para la historia de la península ibérica y, por ello, las abordamos a grandes rasgos en estas breves líneas dada su brevedad. Sin embargo, es claro que el ávido lector luego de leer las dos primeras guerras púnicas echa de menos leer sobre la tercera, pero al respecto debemos señalarle que la obviamos en este relato porque es un conflicto bastante menor en comparación a los dos primeros, que se da con los remanentes de lo que alguna vez fue Cartago y sin mayor relevancia para la península ibérica, toda vez que ahora la nueva protagonista de la situación que motiva estas entregas va a ser la potencia del Lazio, es decir, Roma que acababa de llegar a la península ibérica.

Una vez narrado lo anterior, es imposible dejar de pensar qué habría ocurrido si Cartago hubiese derrotado a Roma en las guerras púnicas, pues el predominio de este imperio africano sobre Roma definitivamente habría llevado a la historia por otros cauces, no obstante, los hechos históricos y sus protagonistas se desenvolvieron del modo ocurrido y fue Roma la vencedora. Sin embargo, mientras tomar las Galias a Roma le tomó solo un puñado de años, por su parte tener completo dominio de la península ibérica les tomó al menos dos siglos.

¿Por qué Roma demoró tanto obteniendo el dominio íntegro de la península ibérica? ¿Cuáles fueron los principales hechos y hombres de la Hispania Romana? ¿Cuál fue la labor de Roma en la península ibérica que terminó creando a Hispania como una de las principales provincias romanas que incluso dio hasta tres emperadores romanos? Todo ello lo abordaremos en la siguiente entrega.

De manera que, como siempre me despido con las palabras del maestro Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

Espero nuevamente su amable lectura la próxima vez.


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