I

La comprensión de los hechos legendarios en la historia

Antes del siglo V a.C. encontramos muy comúnmente entre los pueblos de la edad antigua que lo que hoy en día conocemos como hechos históricos se combinan inescindiblemente con fábulas legendarias, teniendo estas narraciones para los habitantes de esas épocas la misma relevancia que los hechos creíbles para nuestro tiempo, a pesar de lo fantásticos que nos puedan parecer hoy en día los sucesos contados en los relatos de aquellas épocas. Por ello, los historiadores posteriores de la antigüedad —particularmente de la época romana—, recogieron estos hechos fantásticos como parte de los relatos fundacionales de estos pueblos, y, por tanto, aún cuando no podemos hablar con certidumbre de la ocurrencia de las gestas que se relatan, sí podemos considerarlas parte indispensable del imaginario colectivo que probablemente tendrían esas civilizaciones, y, por lo tanto, en una historia de España como la que les presentamos, los hechos más representativos de este tipo tienen que incluirse en ella, y esto es en buena parte lo que veremos en la entrega de hoy.

II

La influencia fenicia y helena

En la primera entrega habíamos comentado como esa maravillosa autopista acuática que es el mar Mediterráneo, al bañar abundantemente las costas de la península ibérica, le había servido de vía marina a los pueblos fenicios y helenos para que llegaran a realizar distintos asentamientos en esas latitudes, particularmente en las regiones costeras de la misma. Al respecto, el historiador heleno Estrabón en su obra Geografía, relativa al ecúmene de su tiempo—, nos cuenta que fueron cuatro las grandes colonias fenicias de la península ibérica: Gadir (Cádiz), Malaka (Málaga), Sexi (Almuñécar) y Abdera (Adra), las cuales tuvieron distintos grados de desarrollo económico, siendo siempre el comercio el punto neurálgico de su actividad.

Por su parte, la influencia helena (griega) si bien fue también prolija, más allá de meros asentamientos o factorías, se circunscribió fundamentalmente a dos grandes colonias, Emporion (Ampurias) y Rhode (Rosas). Ahora bien, más allá de la propia existencia de dominio griego efectivo en la península ibérica, la cultura helénica —que es el origen más importante de nuestro originario acervo cultural como hombres occidentales— nos trae una serie de hechos fantásticos y personajes legendarios que tuvieron una vinculación importantísima con la península ibérica. Así, observamos como en los textos homéricos son varios los héroes aqueos de broncíneas lorigas que en sus viajes de regreso luego de la caída de Troya terminan pasando por la `península ibérica, estando entre los más famosos Menelao y Diomedes y, por supuesto, el del retorno más esquivo, el ingenioso Odiseo quien incluso se dice que fundó una ciudad llamada Odisea, la cual siguiendo de nuevo a Estrabón, aún existía en el siglo I de nuestra era.

Sin embargo, capítulo aparte merece el héroe heleno que definitivamente está más vinculado a la península ibérica, que no es otro que el poderoso Heracles —llamado Hércules por los romanos— quien, en el vaivén de sus famosos doce trabajos, dejó una impronta definitiva en la península ibérica. Se entiende que Heracles fundó la hoy en día conocida ciudad de Sevilla con el nombre original de Ispal en honor a su hijo Hispalo, apelativo del cual se supone proviene la palabra hispano, la cual nada más y nada menos que comprende a toda la cultura de la cual formamos parte. Igualmente, se habla de la fundación de la ciudad de Toledo —siendo la Cueva de Hércules una prueba de ello—, Cádiz, Barcelona, Seu de Urgel y Tarazona por parte del más famoso de los varones hijos de Zeus.

Ahora bien, incluso en lo geográfico se cuenta cómo Hércules moldeó la península ibérica para siempre, pues la leyenda nos habla que creó los Pirineos lanzando piedras para crear un sarcófago digno de su amada Pyrene, así como que fue el creador del Estrecho de Gibraltar, separando con su indetenible fuerza a la península ibérica del norte de África para poder perseguir al gigante Gerión —una terrible criatura formada por tres cuerpos—, hasta la isla de Eriteia ubicada en la región gaditana. Esta última hazaña de Hércules fue realizada en medio de uno de los doce trabajos encomendados al semidiós, consistente en robar el rebaño de toros al gigante Gerión—sí, ya desde ese entonces el toro es un animal simbólico en la península—, monstruo al cual persigue hasta el norte de la península ibérica y le da muerte, fundando como homenaje al triunfo la ciudad de Coruña.

Pero el héroe heleno dejaría otro regalo para conmemorar su décimo trabajo, por supuesto el lector avezado a estas alturas sabrá que no es otro que las famosas Columnas de Hércules; ubicada legendariamente de modo probable la columna norte en el peñón de Gibraltar y, la columna sur en el monte Hacho en Ceuta, considerándose este hito durante siglos el verdadero límite del ecúmene del mundo, y siendo tan simbólicamente importantes para España que aún hoy forman parte de su escudo nacional.

III

Tartesia

Con la historia del infame gigante Gerión nos adentramos en otra de las civilizaciones existentes en la península ibérica durante la antigüedad, y este es el caso de la legendaria y obscura Tartesia. Se supone que Gerión es el primer rey de la ciudad de Tartessos, civilización que con bases indígenas ibéricas y fusión con los migrantes fenicios tuvo en el siglo VIII a.C. una abrumadora influencia y esplendor en lo que hoy en día conocemos como parte de Extremadura y Andalucía, todo ello hasta su desaparición histórica definitiva sobre el siglo VI a.c, tras la muerte de su último rey Argantonio.

Ahora bien, es sobre el cuarto rey tartésico en quien la historia española al abordar estos tiempos semi legendarios suele detenerse, este es el indolente Gárgoris y su hijo bastardo y sucesor Habis. Gárgoris era reputado como un poderoso y sabio rey, a quien incluso se le considera el padre de la apicultura, pero a pesar de ello se le recuerda porque a pesar de estas virtudes violó a su hija y tuvo producto de este terrible acto un hijo bastardo llamado Habis. Avergonzado por la existencia de semejante prole, Gárgoris intentó por todos los modos hacer morir a Habis; abandonándole a las fieras del bosque, dejándole a la merced del ganado, o ante cerdos y perros hambrientos, saliendo sin embargo siempre bien librado el infante de todas estas tropelías. Así, cuando finalmente el padre le arrojó al océano fue sacado del mismo por las olas del mar, que le depositaron sano y salvo en la orilla. Una vez en tierra, Habis fue criado por venados, y al ser capturado en su mocedad por cazadores se le entregó a Gárgoris, quien al reconocerle no tuvo otra más que nombrarle su sucesor, siendo este muchacho un buen rey y legislador para su pueblo.

IV

La llegada de Cártago

Para finalizar la entrega de hoy, tenemos que cuando las colonias fenicias del norte de África fundadas en el siglo IX a.c se independizaron para configurar la potente Cártago, estas comenzaron a extenderse con tanta profusión como sus ascendientes por los confines del Mar Mediterráneo, logrando en pleno siglo VI a.c en la batalla de Alalia, desplazar a los tartesos y a sus aliados helenos y fenicios del predominio mediterráneo y, por lo tanto, también de la península ibérica, inaugurando de este modo la etapa cartaginesa de la península ibérica. En esta etapa veremos el predominio de este pueblo, también llamado púnico, y el esplendor de sus grandes hombres y hazañas en tierras peninsulares, en una etapa en la cual ya los hechos fantásticos han quedado de lado y los hechos históricos, con cada vez mayor certidumbre aparecen de mano de los grandes historiadores de la antigüedad.

Sobre el esplendor de Cártago en la península ibérica y sus grandes enfrentamientos con la joven Roma hablaremos en la próxima entrega.

De manera que, como siempre me despido con las palabras del maestro Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

Espero nuevamente su amable lectura la próxima vez.


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