Hace pocos días en una rueda de prensa el canciller de China, señor Geng Shuan, solicitó a Estados Unidos suspender las sanciones contra el gobierno de Nicolás Maduro, pues en su opinión estas han tenido un grave efecto sobre la situación económica y social del país. “En este momento de lucha mundial contra el covid-19 (coronavirus) –dijo el señor Shuan– Estados Unidos se empeña en seguir agitando a su antojo el garrote de las sanciones contra Venezuela. Esto va contra el espíritu de humanidad”. Afirmó, igualmente, que su país se opone a la “injerencia en los asuntos internos de otros países, a las sanciones unilaterales y la llamada jurisdicción de largo brazo”. Finalmente, añadió que “China siempre insta a que se resuelva la situación de Venezuela mediante la paz y el diálogo y que se creen las condiciones necesarias para el desarrollo normal de Venezuela”.

Vamos por parte. En primer lugar, y sin ánimo de ofenderle, nos parece que o bien el señor Shuan nos toma por tontos a los venezolanos de oposición, o bien no se ha informado adecuadamente acerca de lo ocurrido en nuestro país estas pasadas dos décadas. Si el canciller de China quisiese actuar con base en la verdad, debería entonces pedir a sus socios del régimen chavista enmendar el rumbo que han seguido, y poner fin a la opresión política y el desastre económico que han generado, obligando a millones de ciudadanos a buscar refugio en otras naciones y condenando a la pobreza y el atraso a los que se quedan.

No son las sanciones de Washington las que han colapsado a Venezuela; de esa tarea se han encargado y encargan Maduro y su régimen, respaldados por aliados internacionales que se aprovechan de la situación para sus propios beneficios. Las sanciones de Washington son, en realidad, un instrumento de presión legítimo que limita a Maduro y en consecuencia, en alguna medida, contiene la pesadilla que sufren los venezolanos. Las sanciones, sumadas a la lucha democrática interna, aún podrían lograr una salida negociada a la crisis. De modo que no le queda bien al canciller chino pontificar sobre el “espíritu de humanidad”. Ello suena a doblez y fingimiento.

En segundo lugar, es como mínimo ingenuo, o un acto patente de disimulo por parte del señor Geng Shuan, sostener que China se “opone a la injerencia en los asuntos internos de otros países”. En todo caso, ello no es cierto en lo que tiene que ver con Venezuela. La política exterior de China y sus actividades económicas en nuestro país han sido por años uno de los pilares internacionales del régimen, una fuente de recursos y apoyo político y por tanto un instrumento utilizado por Maduro y antes por Hugo Chávez para perdurar en el poder. Iguales verdades tienen aplicación en lo que se refiere a Rusia. ¿Qué significa la palabra injerencia y por qué la política de unos, de Pekín y Moscú, es menos “injerencista” que la de Washington? Las palabras del señor Shuan encierran una inocultable hipocresía con relación a Venezuela y la tragedia de nuestra sociedad a manos del chavismo.

Por último, si los dirigentes de la República Popular China en efecto buscan que la crisis venezolana encuentre una salida pacífica, deberían ocuparse de persuadir a Maduro para que la admita, pues resulta evidente que el régimen no quiere otra cosa que ganar tiempo, fortalecer sus mecanismos de control y represión, proseguir su acoso a la oposición democrática, así como sus actividades desestabilizadoras en América Latina y otros lugares.

China es un gran poder que se ha proyectado en Venezuela con el objetivo de fortalecer sus fuentes de suministro material y extender sus tentáculos geopolíticos. Esa es la simple y clara verdad, desprovista de la retórica engañosa a la que son tan adeptos algunos diplomáticos.


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