En días pasados asistimos a la develación del cuadro del general Hermógenes López que pintara el artista valenciano Antonio Herrera Toro, recientemente remozado por Francesco Santoro como resultado de las gestiones de la Secretaría de Cultura y la Dirección de Patrimonio Cultural e Histórico del gobierno de Carabobo. El acto contó con una charla a cargo del licenciado David Osío, quien disertó con abundante material gráfico sobre la formación artística, trayectoria y estilo del pintor, haciendo énfasis en su faceta de retratista, brindando además una breve síntesis biográfica del retratado.

Herrera Toro se convierte por derecho propio en el más importante pintor de los albores del siglo pasado, tras el fallecimiento de Cristóbal Rojas (1890), su  coterráneo y amigo Arturo Michelena (1898) y su maestro Martín Tovar y Tovar (1902). Finalizados sus estudios en el viejo continente regresa al país, en 1879, dirigiendo su atención a la pintura religiosa y oficial, pero dedicándose también a trabajar en elementos decorativos como frescos y plafones, desenvolviéndose con igual soltura en el dibujo, la ilustración, la caricatura, el grabado y la fotografía. Desde las páginas de El Cojo Ilustrado muestra sus dotes de poeta y articulista, más tarde escribe su libro Manchas artísticas y literarias, que le prologa don Julio Calcaño. La vastedad y genialidad de su obra pudimos apreciarla en la exposición “Antonio Herrera Toro y los albores de la modernidad”, organizada por la Galería de Arte Nacional a principios del año 2015, bajo la curaduría de Juan Calzadilla.

Sin embargo, no puede el espectador dejar de maravillarse al observar de manera particular los retratos que hiciera Herrera Toro, especialmente, aquellos que se ubican en las dos últimas décadas del siglo XIX, los que obligan a preguntarse hasta qué punto se valió de la fotografía para el mejor estudio de sus modelos, interrogante de gran interés sobre todo si se parte de la premisa que este artista se dedicó principalmente al retrato del natural. Se trata de un aspecto poco estudiado en su carrera, aunque sí conocido su gusto por el arte fotográfico. A finales de julio de 1879, junto a José Antonio Salas anuncia un salón de pintura y fotografía; de hecho, afirma Alejandro Salas que Herrera Toro se servirá de la imagen fotográfica para realizar muchas de sus obras. No por mero capricho, escribirá el artista: “Todo lo ensayo y lo pruebo;/ lucho con brío y ardor,/ hasta que el éxito dice/ qué errado en la senda voy./ Por eso empuño mi mano/ en constante oscilación/ ora el pincel del artista,/ la pluma del escritor./ La piedra de Senefelder,/ la cámara de Talbot,/ las prensas de Gutenberg,/ tantas cosas, ¡qué sé yo!”.

Ese binomio pintura-fotografía, además, no era extraño en el país, tampoco en otra latitudes, pues como bien escribe Manuel Barroso: “Ellos, fotógrafos y pintores, vivían de este arte, de este oficio: de perpetuar imágenes. Si no había trabajo, no había comida. Lamentablemente, signados estos artistas por tal exigencia, no podían desperdiciar la ocasión cuando una u otra técnica les era solicitada. Ser fotógrafo y pintor, o la actuación conjunta de uno y otro, se convirtió en una necesidad en la lucha por subsistir”. Esa realidad obligó a los fotógrafos a dedicarse a la pintura o, al menos, a traer o asociar a un pintor a su taller o estudio para ayudarle en caso de que el cliente solicitara un cuadro o la iluminación de un retrato. Federico Lessmann, Martín Tovar y Tovar, Celestino y Gerónimo Martínez, Próspero Rey y Henrique Avril fueron todos diestros en ambos oficios, y Herrera Toro no sería la excepción.

En Valencia, hacia 1891, el artista abre un establecimiento fotográfico que gira bajo el nombre de Fotografía Artística Herrera y Uzcátegui. Una nota de prensa aparecida en La Voz Pública, ofrece mayores detañes: “Los señores Herrera Toro y Uzcátegui han montado su taller en la calle del Sol, frente a la antigua casa del General Páez, y allí se ofrecen al público valenciano por una corta temporada. Hacen fotografías de una o más personas y de todos tamaños: reproducen retratos antiguos; pintan al creyón y al óleo y arreglan primorosos cuadros de pelo. Los materiales y máquinas que han traído de Caracas son de lo más moderno en el arte y de las mejores condiciones. En materia de creyones hemos visto los retratos de los señores Rafael Correa, Eduardo Ortega Martínez y Emilio Martínez, que son verdaderas obras de arte y que constituyen la mejor recomendación del nuevo taller. Visítese la Fotografía artística y, sobre todo, aprovéchese la oportunidad de hacer un buen retrato”. Incluso, un aviso publicitario del establecimiento aparecido por aquellos días, en su empeño de convencer al público, señalaría: “Las feas y los feos, serán retratados gratis”. No disponemos de mayores detalles acerca de este estudio, pero lo más probable es que se tratara de uno de corta estancia en la ciudad.

Aún así, Herrera Toro dejará su impronta en la región carabobeña. En Valencia, además de las decoraciones del Teatro Municipal, pintará la casa de Eduardo Mancera y el cielo raso de la casa de Mercedes Sucre de Dalvane, mientras que dos magníficos retratos elaborará de personajes notables, el ya citado del Gral. Hermógenes López, presidente de Venezuela durante el período 1887-1888; y el lienzo de Juan Antonio Segrestáa, filántropo, benefactor e impresor porteño, probablemente pintado entre 1898 y 1899, encargado por la sociedad “Gratitud de Puerto Cabello” para rendirle tributo público hacia el final de sus años, el cual puede admirarse hoy en el Teatro Municipal de la ciudad marinera.

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@PepeSabatino


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