Entre los días 2 y 13 de diciembre, Madrid albergará la Cumbre del Clima.

Aún hay escépticos o cuasi escépticos sobre la alarma de este hecho en el cual la especie humana tiene una incidencia directa, aunque se pueda aceptar que los procesos térmicos de la Tierra son cíclicos en su inmensidad temporal.

Resultan especialmente inquietantes los efectos directos que se están produciendo en el reino animal y que algunos sujetos, como los narvales, esos unicornios marinos que habitan en las frías aguas del Ártico, los acusan con comportamientos extraños ante el avistamiento de los humanos, de tal manera que huyen con un gran estrés y mueren por el ritmo que alcanza su corazón.

La evidencia de la amenaza que el cambio climático está produciendo en los grandes animales es clara y visible, pero hay una realidad mucho más inquietante y peligrosa para el ser humano: la desaparición de los insectos.

Se calcula que hay más de 1 millón de especies de insectos conocidos y más de 6 millones que aún no tienen nombre. Así, pues, las tres cuartas partes del reino animal son insectos,  y según Patricia Fernández de Lis, redactora jefa de ciencia en diario El País, por cada persona hay 200 millones de insectos. Como dato impresionante se estima que existen como 5.000 especies de libélulas, 170.000 de mariposas y polillas, 120.000 moscas y 110.000 abejas.

Un estudio de la Universidad de Sydney,  publicado este año,  señala que 41% de los insectos se encuentra en declive y una tercera parte está en serio peligro de extinción. En  100 años los insectos podrían desaparecer de la faz de la Tierra, tras lo cual a los humanos nos quedarían meses de vida.

¿Cómo? Pues lógica sencilla. La biodiversidad funciona de tal manera que todos los insectos sirven para algo y son la base de la cadena trófica. Si desaparecen los insectos no habrá  polinización. 70% de las plantas que comemos depende de la polinización, con lo que si desaparecen los insectos el exterminio del mundo vegetal está garantizado y con ello, por clara deducción, el animal.

Los insectos son el alimento de muchos pájaros y peces que ya están desapareciendo como consecuencia directa de su desvanecimiento. 64 millones de aves, entre ellos gorriones y golondrinas, no es que ya no regresen a sus nidos en primavera, es que están en extinción.

Nuevas plagas en campos y jardines están dando la cara, pues los “ejércitos” de insectos que regulan la población de otros también están en franca retirada.

No deberíamos de olvidarnos de que los  insectos también son descomponedores, trabajo con el que ayudan a crear la capa superficial del suelo y hacen posible el crecimiento de las plantas. Los insectos excavadores, como las hormigas y escarabajos, cavan túneles que proveen canales para el agua, lo que beneficia al mundo vegetal.

Y ni qué decir de la importancia que tiene el insecto en el tercer mundo, donde constituye una importante fuente de alimento. Entre los populares están las cigarras, langostas, mantis, larvas, orugas, grillos, hormigas y avispas. De hecho, se está desarrollando la cocina con insectos para incluirla en la dieta occidental y así proveer otra fuente de proteínas en la nutrición humana. Desde América del Sur hasta Japón, las personas comen insectos asados, como los saltamontes o escarabajos.

Por si aún nos parece poco, el insecto también tiene su protagonismo en la medicina. Las larvas de la mosca han sido utilizadas para tratar heridas previniendo así la gangrena, sistema que aún se emplea en algunos hospitales como se emplean las sanguijuelas (anélidos) hoy en día en la hirudoterapia, método que constituye un gran éxito en el tratamiento de sintomatologías de varias enfermedades como la artritis y la gota.

Conocemos poco a los insectos. Más allá de las tercas picaduras de los mosquitos, el revoloteo pesado de las moscas, la injerencia de las hormigas en nuestros dulces platos, las cucarachas malvadas, el revoloteo de las preciosas mariposas o el genuino canto a nuestras mariquitas, los insectos tienen comportamientos apasionantes. Sin ir más lejos algunas hormigas, tras su encuentro bélico con las termitas, llevan a las enemigas heridas a hospitales de batalla donde las cuidan.

En las noches de verano nos acompañan menos los grillos. Los parabrisas de nuestros coches ya no atestiguan los viajes por la cantidad de bichitos que allí se estamparon. Los niños no juegan a cazar zapateros en las charcas. No contamos las mariposas de colores que sobrevuelan nuestro tiempo de siesta en primavera.

Necesitamos un censo; reducir insecticidas y hacer controles biológicos; restaurar  el paisaje, linderos,  árboles, arbustos, franjas con flores. Volver a aquel paisaje antiguo donde las cosechas estaban entre árboles y matorrales.

Necesitamos programas informativos y formativos dedicados a los  insectos donde desde los colegios aprendamos el papel ecológico de los “bichos pequeñitos”.


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