En realidad se trata de una redundancia, porque toda hegemonía despótica y depredadora es, por definición, por esencia: mentirosa. No puede no mentir siempre, ni siquiera si se lo propusiera, porque la mentira hace las veces de «paraban» para precisamente disimular el despotismo y la depredación.

Sería ingenuo subestimar la capacidad persuasiva de las mentiras habilidosas, de las mentiras no como salida de circunstancia, sino como andamiaje de propaganda, probado y madurado en el tiempo. Por eso no es apropiado particularizar la mentira en un vocero o un tema. No. Lo apropiado es apreciar la mentira como patrón general de relacionamiento. Prácticamente sin excepciones, y en materias de importancia, sin el prácticamente…

«Quien puede lo más, puede lo menos», se suele decir. Y ello me recuerda que el sucesor, cercana la fecha en que anunció el fallecimiento del predecesor, declaró que este se encontraba tan recuperado que hasta hacía ejercicios… Y todo eso con la cara compuesta. Quien puede con una mentira tan colosal, también puede con mentiras menos crasas.

Pero, de nuevo, no es una característica individual del señor Maduro, es una patología connatural al poder establecido. Un poder que poco a poco fue desmantelando el poder público institucional, es decir, la estructura del Estado constitucional, al tiempo de ir montando un proyecto de dominación integrado por tribus, logias, carteles, pranatos y colectivos. Nada de eso habría podido llevarse a cabo con tal malévola eficacia, siquiera con un mínimo de transparencia.

La mentira, o la cosa que no es verdad, sustentó y sustenta todo lo relativo a la hegemonía. En algunos casos de manera obvia, y en otros no tanto. Una parte significativa de la población se ha acostumbrado a sobrevivir en la mentira oficial. Se rechaza el dolo o la negligencia de la hegemonía, pero se acepta la mentira como una fatalidad. De hecho, entre los jóvenes —y ya no tan jóvenes— que solo tienen experiencia de lo público, a lo largo de estos años menguados del siglo XXI, la mentira reiterada forma parte del paisaje o del ecosistema venezolano.

Y ojo, debemos aquí hacer una distinción, entre gobernantes propensos a la mentira, que desde luego se pueden encontrar en cualquier período histórico; y la mentira como cimiento del poder, como contexto que avasalla la realidad.

Y esto lo digo porque la patología de la mentira del poder se ha propagado como un virus en sectores políticos que son formalmente opositores o contrarios al oficialismo. De esta cuerda hay tantos rollos que prefiero no entrar en esos enredos, pero sí advertir, por ejemplo, que los dimes y diretes sobre el manejo de recursos externos bajo el control de instancias que dependen de la Asamblea Nacional deben y pueden ser aclarados con información veraz y oportuna. Una cuestión muy delicada que tiene que manejarse con nitidez y profesionalismo.

La hegemonía roja no puede dejar de ser mentirosa. En esa charca se alimenta, y a esa charca ha querido arrastrar, con éxitos y fracasos, al conjunto del país. Y detrás de la mentira se encuentra la violencia represiva, el desprecio por lo derechos humanos, la destrucción de la economía, la catástrofe social-humanitaria, el auge de la criminalidad organizada, el despeñadero de Venezuela. No es un asunto de segundo o tercer nivel. Es un asunto vital.


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