militantes corruptos, El Nacional
Foto: EFE/EPA/MIRAFLORES

En una relativamente reciente presentación de la publicación del ensayo del historiador chileno Mauricio Rojas, titulada El joven Karl Marx y la utopía comunista, su autor, acompañado para la ocasión por el sociólogo Max Colodoro, tuvo a bien exponer en detalle las ideas centrales que van conformando el itinerario de lo que ambos ponentes consideraron como la densidad de dicha contribución. Un itinerario que, cual piezas de un rompecabezas diseñado por la Escuela de Viena, termina “encajando” las más o menos consabidas y poco sorprendentes conclusiones que exhibe, sobre todo si se toma en cuenta la mácula que recubre, por lo menos desde la era stalinista, al pensamiento y la obra de Karl Marx y, como su contraparte necesaria, al de Georg Wilhelm Friedrich Hegel, el alter ego, el antihéroe de la historieta bolchevique, el lado “bizarro” o la antípoda -cabe decir, la “antítesis dialéctica”- inseparable, que construyera con tanto afán el gigantesco aparato de propaganda del marxismo oriental, reafirmado, no mucho tiempo después, por el no menos gigantesco aparato propagandístico macartista en Occidente. Con una diferencia: si para el constructo -¡el Apparat!-  publicitario stalinista Marx aparece como “el lado bueno” de la relación y Hegel como “el lado malo”, para los expertos en mercachifles del empirismo lógico y el conservatismo, promotores, más que del West way on life, del Wild wild west, Marx aparece como “el lado malo” y Hegel también, sólo que al revés. Complejidad, esta última, solo digna de las densidades hermenéuticas propias del profesor Colodoro.

Para el historiador Rojas, Marx no tuvo opción. Siendo el más aventajado de los discípulos de Hegel, por más que quisiera superar al maestro al darle vueltas, quedó preso en su concepto “totalitario” de sociedad. Y es que, para Rojas, la idea de la totalidad concreta hegeliana oculta sus deseos de construcción de una sociedad cerrada y totalitaria. Es bastante comprensible, por demás, esta confusión de Rojas y de Colodoro, dado que la representación que ambos tienen acerca del pensamiento dialéctico tiene como premisa “el conocimiento de oídas o por vaga experiencia”, como lo define el gran Spinoza, cuyo hilo conductor, inevitablemente, termina siendo el de la llamada lógica de la identidad. Ambos confunden a Hegel con Schelling, por cierto. No era Hegel el “filósofo del rey prusiano”, como afirman los muy respetables intérpretes. Tampoco Marx se dio a la tarea de construir una utopía a lo Platón, como sugiere el autor del ensayo, que, como toda utopía, termina en un campo de concentración. Para que quede claro, de una vez por todas, la sociedad que Marx reclamaba en su tiempo no solo no era una utopía, producto de un enfermizo rechazo al pensamiento liberal, sino que, muy por el contrario, y en buena medida, ya se ha realizado, por lo menos en lo que se refiere a las “condiciones materiales de existencia”, y justo donde él afirmaba que podía realizarse: en los países económica y culturalmente más desarrollados. Convendría preguntárselo a un proletario norteamericano, por ejemplo, cuyas condiciones de vida son infinitamente superiores a las que padecen los trabajadores en los países que se autocalifican de “marxistas”, “socialistas”, “comunistas” o de “repúblicas populares”, que son, en realidad, la confirmación de la tesis marxista del “modo de producción asiático”, al cual el filósofo alemán -y, por lo demás, eurocéntrico- calificaba como el peor de los modos de despotismo. De hecho, Marx no rechazaba el liberalismo sino su carácter meramente formal, predicativo, aparente, universalmente abstracto y ahistórico. Suerte de Dr Jekyll y Mr Hyde –citoyen et bourgeois– devenido esquizofrenia del ser social y de su conciencia. Lo que generalmente se afirma de Hegel o de Marx no lo dicen ni Hegel ni Marx, sino una poderosa industria de propaganda con claros intereses ideológicos, culturales, políticos y económicos, tanto desde Oriente como desde Occidente, que permiten confirmar la vieja fórmula goebbeliana: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”.

Como afirmara el filósofo norteamericano Terry Pinkard, “Hegel es uno de esos pensadores de los que toda persona culta cree saber algo. Su filosofía fue precursora de la de Karl Marx, pero a diferencia de Marx, que era materialista, Hegel fue un idealista que pensaba que la realidad era espiritual, y que esa realidad se desarrolla según un proceso de tesis/antítesis/síntesis. Hegel glorificó al Estado prusiano, sosteniendo que era obra de Dios, la perfección y culminación de toda la historia humana. Los ciudadanos de Prusia le debían lealtad incondicional a su Estado, que podía disponer a su antojo de ellos. Hegel desempeñó un gran papel en la formación del nacionalismo, el autoritarismo y el militarismo alemanes con sus celebraciones místicas de lo que pretenciosamente llamaba “el Absoluto”. Prácticamente todo lo que se ha dicho en este párrafo -concluye Pinkard- es falso, salvo la primera frase”. Y agrega: “Pero lo más chocante es que, pese a ser clara y demostrablemente falso, y a que desde hace tiempo es conocida su falsedad en los círculos académicos, este cliché de Hegel continúa repitiéndose en casi todas las historias breves del pensamiento o en las entradas cortas de los diccionarios”. Y cabría añadir, que se sigue repitiendo en algunos ensayos que son presentados como grandes contribuciones del pensamiento actual. Porque lo que afirma Pinkard acerca de Hegel cabe también no sólo para el joven sino, incluso con más razón, para el Marx de los Grundrisse y El Capital.

En cuanto a la llamada “izquierda” latinoamericana, y especialmente al Partido Socialista Unido de Venezuela, nadie debe confundirse: el Marx -o el Hegel- que sus muy contados lectores se representan está mediado por los folletines de la propaganda stalinista y maoista de los años 60 y 70 del siglo pasado, seguido de las atrocidades del Materialismo Histérico de Louis Althusser y de su discípula chilena, Marta Harnecker, cuya influencia en la “generación boba” fue crucial y cuyo único mérito consistió en haber reducido las filosofías de Hegel y Marx a vulgares esquemas, a simplismos vendidos como “la ciencia de la verdad revelada”, que es, por lo demás, uno de los grandes inconvenientes que presenta el entendimiento abstracto: de él al dogma del fanático o al fundamentalista no hay distancias. De él a la barbarie totalitaria, al despotismo que se oculta detrás del populismo, a la confiscación de los derechos fundamentales y de la libertad, en fin, a la consagración de la pobreza material y espiritual de los pueblos, no hay mayor distancia que la gansterilidad. ¿Alguien puede imaginarse al teniente Cabello leyendo la Fenomenología del espíritu de Hegel o la Miseria de la filosofía de Marx? ¿Alguien, en su sano juicio, ve a Maduro “revisando”, aparte de la Gaceta hípica o el librito rojo de Mao -que para los efectos, da lo mismo-, la Lógica de Hegel o los Grundrisse de Marx? Si el psiquiatra Rodríguez hubiese leido El 18 de Brumario, de Marx, sabría que en Venezuela gobierna el lumpen. Los muy empíricos se tragaron el cuento de que “la práctica supera a la teoría”. Asaltar el poder en nombre de ideas que se desconocen, de representaciones “de oídas o por vaga experiencia”, de ficciones acomodaticias, a la medida. Las tragedias repetidas, decía Marx, terminan en comedias bufas. Teleculebras, se diría hoy. Llevar adelante -o más bien, atrás- un “proceso revolucionario” en nombre de Marx sin tan siquiera haberlo leído directamente, es un drama que conduce a la mayor fantochada.

@jrherreraucv

 

 


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