Las encuestas recientes arrojan varias lecciones, que pueden ser vistas con optimismo para la oposición o con desesperación. Me quedo con las perspectivas de una posible victoria en 2024, según el panorama que se presente. Sumando los tres partidos de Va por México y Movimiento Ciudadano, la oposición rebasa a Morena con sus aliados, y hace de la contienda una competencia abierta, que se resolverá en función de varios factores hoy en día imponderables.  Estos incluyen, obviamente, la identidad de los candidatos, el balance del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el programa opositor y la situación económica a mediados de 2024.

Ahora bien, la hipótesis de partida es cuestionada por varios protagonistas de la vida política nacional, empezando por cuadros de Movimiento Ciudadano. El consenso hoy en ese partido es que les conviene más ir solos que mal acompañados. Aunque algunos, en público, apoyan la insostenible tesis de que pueden ganar solos en 2024, su opinión privada va en un sentido lógico pero, desde mi punto de vista, falso e irresponsable, como lo sugiere Darío Celis en su columna de hoy. Es una tesis sencilla, pero engañosa.

Consiste en dar por perdida la próxima elección presidencial, por varias razones, ninguna de ellas absurda: el desprestigio del PRI y del PAN, la falta de candidatos competitivos, la maquinaria estatal al servicio de Morena, etc. Por ende, conviene más trabajar con un candidato propio que no fuera susceptible de motivar el apoyo de Va por México, alcanzar entre 10% y 12% del voto y los consiguientes escaños y recursos en las cámaras, y resignarse a la presidencia de la candidata de López Obrador. La tesis encierra matices según quien la exponga -que si Monreal o Ebrard podrían ir, que si pueden llegar a 20%, que si Movimiento Ciudadano incluso se alía con Morena si su candidatura es aceptable, etc. Pero, en síntesis, es eso.

Esta visión posee un corolario lógico, aunque se quiera ignorarlo, o incluso cuestionarlo. Trabajar a largo plazo, acumular fuerzas, esperar mejores momentos, en una democracia “normal”, constituye una actitud viable, sensata y hasta visionaria. Muchos partidos, movimientos y líderes carismáticos la han adoptado en un gran número de países, incluyendo, desde luego, López Obrador en México. Es el caso del PT y de Lula en Brasil, que inician a principios de los años ochenta la construcción de un partido y un proceso de triunfos electorales primero municipales, luego estatales, hasta vencer en la elección presidencial en 2003. El Frente Amplio en Uruguay hizo más o menos lo mismo, y se podría establecer un paralelo con Gustavo Petro en Colombia este domingo. Huelga decir que François Mitterrand en Francia diseñó y recorrió un camino semejante a partir de su derrota/victoria contra De Gaulle en 1965, y su elección posterior en 1981.

Utilicé la palabra “normal” porque es la más sencilla para describir lo que imperaba en esos países, y muchos más, aunque en Brasil la democracia vuelve apenas en 1985. La espera no cancelaba las posibilidades de un desenlace virtuoso. Nadie en su sano juicio podía temer en Francia, en 1971, en el Congreso de Epinay del Partido Socialista, que diez años más tarde el país y sus instituciones se encontrarían en tal estado de descomposición que resultaba irresponsable e iluso apostarle al futuro.

En México hoy, la congruencia de la postura para el 24 parte del diagnóstico que se hace del sexenio de López Obrador. Si se piensa que es un sexenio como otros, con errores y aciertos, en el que se mantiene intacta la posibilidad de la alternancia y la vigencia a futuro no sólo de las instituciones sino también de algunos puntos nodales de consenso de los últimos 25 años -economía abierta y de mercado, democracia representativa, libertades individuales, una cierta inserción en el mundo,  mando civil sobre el ejército- entonces se justifican perfectamente la espera, la estrategia de largo plazo -the long game-, la acumulación solitaria de fuerzas, la paciencia y el rechazo a cualquier alianza impura.

En cambio, si se piensa que, al contrario, se ciernen sobre el país una serie de amenazas inminentes, multifacéticas y de extrema gravedad, se impone una estrategia de salvar los muebles, casi al costo que sea. Conforme surgen los resultados de la gestión actual, en todos los ámbitos, en la medida en que se van detectando con claridad los estragos de la gestión económica, social, de infraestructura, internacional y ética de este gobierno, y si se descarta la ilusión pueril que el propio López Obrador impondrá una sucesión que corrija todos sus excesos, the long game se vuelve también… pueril. Sus adeptos se convierten en fieles aunque inconscientes discípulos de Kerensky, Urrutia, Thaelmann, y la derecha francesa entre 1938 y 1940. Le apuestan a un futuro que no existe.

Como vamos ¿podrá haber una elección competitiva en 2030? ¿Cuánto tiempo tomará reconstruir una economía destruida, y una sociedad asolada por todas las divisiones imaginables, en un país que nació dividido? La estrategia se deriva del diagnóstico -el análisis concreto de la situación concreta, decía Lenin- y no al revés.


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