La solución del colapso que sufre la República después de tantos años de la pésima gestión del «chavismo-madurismo» demanda nuestra más decidida participación. El país ya no soporta un estrafalario, negligente y perverso régimen —que emergió de la nada— y que solo ha traído miseria, hambre, depauperación, dolor y división familiar, desolación y desesperanza a la mayoría de los venezolanos. Una cofradía del chavismo-madurismo, integrada por aventureros y mal vivientes trashumantes de la política y del delito, confabulados con una logia de militares felones y corruptos, se apropió del poder y estableció, como forma de gobernar, el usufructo de los bienes del país como un botín de guerra o como el reparto de proventos entre filibusteros de baja ralea. Desde ese entonces, la nación fue lanzada a un profundo abismo en donde campean las corruptelas, la destrucción institucional, inconvenientes cambios en los valores de la sociedad y falsas promesas de progreso que no han dejado nada que pueda ser reconocido o valorado como una obra o definición de políticas cuyos resultados hayan producido positivas consecuencias para el presente y el futuro de los venezolanos.

La degradación que ha sufrido la patria a través de estos lúgubres, largos y estériles años en los que el régimen ha desgobernado, no tiene parangón en nuestra historia. Este ha sido un régimen que no supo entender la realidad del país y que no pudo o no quiso resolver los acuciantes problemas que el común de la gente aspiraba que fueran resueltos. Eso ha sido así porque el régimen imperante siempre ha tenido como objetivos fundamentales: subyugar y degradar a la sociedad y hacerla cada vez más vulnerable y dependiente del Estado, mediante la perversa distribución selectiva de cuotas de poder, dádivas y prebendas. Están decididos a mantener el poder a cualquier costo sin importarle las consecuencias que tal actitud le pueda acarrear a los ciudadanos. Han permitido y aupado una gigantesca y obscena red de corrupción en la que medran diversas camarillas afectas al gobierno para enriquecerse escandalosamente en desmedro de la atención hospitalaria, de la educación en todos sus niveles y del adecuado suministro de alimentos, medicinas, insumos y otros bienes y servicios que necesitan las empresas y la gente.

Los desastrosos resultados que muestran todos los indicadores que se relacionan con la condición humana, con el desenvolvimiento económico y con el fortalecimiento y consolidación del país, nos gritan estentóreamente que la dictadura y su modelo no han servido para nada, que ha fracasado de manera rotunda y que, por tales razones, es imperativo cambiarlos antes que la profundidad de la destrucción que están causando hagan inviables y sumamente onerosos los esfuerzos y acciones que hay que realizar para la futura recuperación.

Pongamos en marcha nuestras capacidades, hagamos de la unidad nuestro baluarte para la acción. En síntesis, no desperdiciemos la posibilidad de hacer valer nuestra opinión, ratificar nuestra tradición democrática y profundizar nuestra participación política para influir en los hechos que marcan la suerte presente y futura del país. Empujar los necesarios cambios que nuestra conciencia y convicciones nos reclama, no acepta demoras, dudas o vacilaciones; no habrá mañana si hoy no hacemos lo que tenemos que hacer.


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