Nicolás Maduro y el madurismo confinaron a Venezuela al peor de los infiernos políticos, económicos y sociales, con una devastación del aparato productivo y la destrucción de la industria petrolera, que generó como resultado el incremento desproporcionado de la pobreza, así como una terrible emigración de millones de connacionales a quienes se les truncó el porvenir; un periodo que, sin duda, revela que el país fue secuestrado por una mafia que autodenominada «revolucionaria» también socavó la institucionalidad, con lo que pervirtió el sistema de justicia y terminó enterrando a la nación en lo más profundo de su bazofia ideológica.

Y en este contexto de involución histórica y democrática, que destruyó cualquier posibilidad de desarrollo de la sociedad en su conjunto, donde el ser de oposición ante las ideas retrógradas de los dueños del poder político se convirtió en un «delito de odio» que ha llevado a la cárcel a centenas de inocentes, también resulta obvio que las violaciones de los derechos humanos fundamentales representan las estructuras originarias de una omnipotencia política, que al final va en caída libre, porque sus continuos errores terminaron por aniquilar las fuentes de ingresos de su claque burocrática.

El régimen de Nicolás Maduro en una década de podredumbre, hiperinflación, caos, emigración, excesos de poder, y sobre todo de prácticas neototalitarias, pensó que si liquidaba los factores de constitucionalidad con la manipulación de sentencias «jurídicas», entre ellas la conformación de una ilegal e ilegítima «asamblea nacional constituyente», y decir que tenía el apoyo de países como China y Rusia, era suficiente para imponer a millones de venezolanos sus infelices decisiones, y además administrar a sus anchas los exiguos ingresos que año tras año han venido disminuyendo en forma dramática, al punto, de que en términos reales, el presupuesto anual de la nación para este 2023 apenas si equivale a 1 dólar por cada habitante, o sea, una desgracia en términos sociales, y una enorme disfuncionalidad en todo el aparataje burocrático del propio madurismo.

El sistema se cae por sí solo, independientemente de que la cúpula «socialista» se mantenga firme por razones de verticalidad en la praxis de sus decisiones políticas, porque esa pirámide de poder, sostenida por sus bases, es decir, sus espacios más anchos, también están sufriendo los rigores del hambre, el caos de los servicios públicos y sobre todo del agotamiento como fuerza de poder, que lentamente se ha ido destruyendo al no tener espacios ni fuentes de financiamiento para mantener un aparataje de nomenclatura política, muchas veces ataviado en el neoanalfabetismo y, sobre todo, limitado en las propias carencias que el régimen inicialmente aplicaba ante quienes consideraba eran solos sus «enemigos».

Lo que queda del régimen de Nicolás Maduro en términos políticos solo es la entelequia discursiva y la manipulación visual sobre unos pocos. Recurre al palangrismo y el cierre y bloqueo de emisoras de radio y portales, como recurso desesperado en intentar ocultar una realidad, que yace cuando cualquier ciudad o pueblo queda sin agua, sin luz, sin gas, sin gasolina, o cuando siente los rigores de la matraca en una alcabala, o en lo sencillo de ver que se ven obligados a controlar y fijar precios en dólares de alimentos básicos, mientras pagan 130 bolívares de «salarios o pensiones».

El asesinato de Venezuela no podía pretender hacerse por partes, sin que sus verdugos quedaran a salvo. Un país que estaba asociado y vinculado con un amplio contexto internacional, y hasta cerró sus fronteras con Colombia y las islas de los Países Bajos, y sobre eso, terminó fundamentado con el nombre de «Dios» en aceptar que mujeres sean asesinadas por no llevar velo en naciones donde impera la bazofia teocrática, no podía sobrevivir como sistema político en el marco de la perpetuidad, porque la historia, y máxime en naciones que tienen el espacio de lucha por libertad como Venezuela, existe una raíz de pensamiento y cultura que va más allá de un dominio e imposición ideológica circunstancial, el cual tratando de extender sus fuerzas con prácticas neofascistas, neonazis, neoestalinistas y hasta neotalibanistas, ha llegado al punto que tendrá que decidir entre abandonar el poder o suicidarse políticamente.

El madurismo se encuentra en cuenta regresiva, solo se requiere que aquellos que aún luchan por el fin de esta tragedia impongan la sindéresis y establezcan las pautas que antepongan los intereses por salvar la nación. El madurismo es un gobierno que solo ha causado mal a Venezuela, y solo los venezolanos podemos detener esta tragedia histórica. El tiempo está cerca por volver a retomar la libertad, el progreso y el bienestar de la patria del Libertador.

@vivassantanaj_

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