“Hay palabras tan principales …, por ejemplo, libertad, justicia, democracia, civismo, honestidad; las cuales cuando se ausentan de un país tornan muy difícil para sus ciudadanos el hecho de vivir realmente”. Rafael Cadenas al recibir el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. 23 de octubre de 2018

Si una característica importante tiene este régimen del socialismo del siglo XXI es la degradación del lenguaje. Desde que se inició hace ya 23 años, incluso antes, cuando Chávez se dio a conocer a partir del 4 de febrero de 1992, el lenguaje de la política venezolana empezó a cambiar y las palabras soeces e insultantes invadieron el vocabulario que se había empezado a construir en los cortos años de democracia. También las palabras propias de la civilidad perdieron espacio.

Hoy lamentablemente nos acostumbramos al léxico descalificador y palabras como traidor, apátrida, fascista, vendepatria, asesino y otras expresiones que denotan insultos y no argumentaciones, tomaron los discursos predominantes. También el glosario castrense tomó el lugar de las palabras civiles: unidades de batalla, estado mayor para la salud, la electricidad y demás servicios públicos, comando, base de operaciones, combate, guerra, combatiente, zona de operaciones, zona militar o de seguridad, orden, mando, obediencia, patria o muerte, rodilla en tierra y demás palabras lejanas a la decencia, encuentro, consenso, diálogo, acuerdo y demás que son propias de la vida civil y ciudadana.

Además de este cambio nos hundimos más en el uso común y público de las palabras vulgares, soeces, chabacanas, insultantes, desconsideradas y descalificadores que deterioraron mucho la tradicional cordialidad de los venezolanos. La destrucción institucional, política, económica y social de nuestro país se inició por el ataque a la cultura empezando por su principal instrumento: el lenguaje, la palabra. El pueblo venezolano ve con desagrado las vulgaridades de los pleitos entre los políticos de uno y otro bando, estupefacta frente a tanta chabacanería y descalificación mutua. Y por eso tienen tanto rechazo.

El poder transformador de las palabras es muy potente, para lo bueno y para lo malo. Una palabra tóxica enrarece el clima de cualquier familia, comunidad u organización; pero cuando esas palabras abundan y se pronuncian desde el poder, utilizándolas sin pudor alguno, o con desfachatez, desde los medios de comunicación del propio Estado, el daño que causan es enorme, como se ha causado en nuestro país, y ha penetrado hasta en las instituciones educativas. Incluso en ciertos sectores de la oposición hay personajes que creen que siendo vulgares encuentran la popularidad perdida, por el escaso valor que les han dado a sus palabras.

El merecido y emocionante Premio Cervantes otorgado a Rafael Cadenas, un poeta insigne, pero “humilde, silencioso y rebelde” como se autodefine en su poema Contestaciones de 2018, y con lo cual están de acuerdo los que lo conocen; de “versos directos y limpios”, “con una tímida personalidad de poca y pausada habla”, como repiten las numerosas reseñas periodísticas, es un llamado a iniciar un proceso de transformación del país comenzando por la palabra cotidiana, por el lenguaje diario, las conversaciones usuales. Y un reclamo a los líderes de todo signo que no se dejen ganar por el lenguaje vulgar y cuartelario, pensando que así van a ganar adeptos.

El gran homenaje que le debemos todos a nuestro poeta es darle valor a la palabra, la de cada uno de nosotros. Como el mismo lo escribió, admirablemente claro:

Ars poética

Que cada palabra lleve lo que dice.

Que sea como el temblor que la sostiene.

Que se mantenga como un latido.

No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa ni añadir

brillos a lo que es.

Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.

Seamos reales.

Quiero exactitudes aterradoras.

Tiemblo cuando creo que me falsifico. Debo llevar en peso mis

palabras. Me poseen tanto como yo a ellas.

Si no veo bien, dime tú, tú que me conoces, mi mentira, señálame

la impostura, restriégame la estafa.

Te lo agradeceré, en serio.

Enloquezco por corresponderme.

Sé mi ojo, espérame en la noche y divísame, escrútame, sacúdeme.

De: Intemperie (1977)

 


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