Texto autobiográfico del exsenador y militante del Partido Comunista de Venezuela a propósito de las cada vez más indignantes arremetidas del régimen contra la prensa libre y en especial contra la que fue su segunda casa desde el mismo año de su fundación, 1943

Mi vocación periodística se remonta a 1937 y 1938, cuando me inicié en las publicaciones Masas, Juventud, El Trabajo y El Sanjuanero, que me llevaron a Últimas Noticias. Trabajaban en ese diario Oscar Yanes y Raúl Domínguez como reporteros estrellas. Pedro Beroes, Kotepa Delgado y Simone De Lima me asignaron como tarea localizar las células nazis que funcionaban en Caracas. Me dediqué a perseguir al dueño de la Tipografía Americana, quien era señalado como nazi. El seguimiento era en tranvía. Después de varios días ¡eureka!, localicé una reunión en el sector de El Cementerio. Llamé al fotógrafo. Se tomaron fotos de la casa y salió mi primer trabajo como reportero.

El PCV editaba un semanario de lujo, ¡Aquí está!, en el que se desempeñaban como directores Miguel Otero Silva, Carlos Augusto León y Ernesto Silva Tellería. Allí se publicó mi primer reportaje, precisamente a mi regreso de El Callao, que relataba las condiciones de vida y laborales de los trabajadores de las minas del oro. Me dieron los «honores» de publicarlo en la contraportada del periódico. Ernesto me llamó para que me desempeñara como administrador y además me encargaron de una página semanal sobre problemas municipales.

Llegó 1943 y se preparaba la edición 00 del diario El Nacional. Iba con mucha frecuencia al local de Marcos Parra a Solís, ubicado muy cerca del local de Unión Municipal, situado de Muñoz a Solís. Miguel Otero Silva me llamó para ofrecerme 300 bolívares como reportero, pero el viejo Otero me invitó a conversar con él y me ofreció encargarme de la distribución del periódico con un sueldo de 600 bolívares. Ya Juan Molina estaba empleado, meses antes de aparecer el primer número. Yo comencé dos meses antes.

Seguía distribuyendo El Morrocoy Azul, cargo que asumió Rafael Octavio Jiménez al salir El Nacional. Rafael Octavio fue un compañero de largas luchas hasta su muerte. Llegó a ser designado secretario de propaganda del Comité Regional del PCV de Caracas y yo a su lado. Además, Rafael Octavio y yo teníamos en común que esperábamos a nuestras respectivas novias, ambas estudiantes de Normal en la Gran Colombia. Eran Trina Meleán y Socorro Negretti, con quienes contrajimos luego matrimonio. Esa amistad y compañerismo se puso luego de manifiesto siendo senadores, Rafael Octavio elegido en las planchas de AD y yo en las del PCV. En plena polémica de los años sesenta presenté una moción que necesitaba apoyo. Jesús Faría había salido cuando el presidente del Senado preguntó: «¿Tiene apoyo?». Vi a mis colegas mudos y entonces Rafael Octavio se levantó y gritó desde su curul, al fondo del hemiciclo: «¡Sí, tiene apoyo!». Hoy sostengo una relación muy fraterna con su hijo, Rafael Simón Jiménez, quien desde los 13 años militaba en la Juventud Comunista y fue alto dirigente del MAS y primer vicepresidente de la Asamblea Nacional.

El 3 de agosto de 1943 salió a la calle El Nacional. Se convirtió en un gran centro de divulgación democrática con Antonio Arráiz, Miguel Otero y José Moradell al frente de un equipo que ha hecho escuela y sacerdocio del periodismo.

Con lo poco que había ahorrado desde El Morrocoy Azul y con un sueldo aceptable, más lo que ganaba Socorro como maestra normalista, decidimos casarnos el 3 de septiembre de 1943. Recuerdo que el viejo Otero me dijo: «Bueno, pero no te doy más de dos días de luna de miel». Así fue. Mi horario de trabajo era de 1:00 de la madrugada a las 8:00 de la mañana. A veces, por las largas discusiones fraccionales en el PCV, salía directamente de las reuniones partidistas al trabajo.

Era un momento de muchas dificultades para conseguir papel. El limitado número de ejemplares que se podían editar de El Nacional generaba una verdadera pelea entre los propios pregoneros y entre los pregoneros y yo a la hora de la distribución. Dos veces tuve que imponerme a puño limpio ante los pregoneros que gritaban y agredían de palabra. Conocí a una persona que desde aquel entonces era pura alegría y bondad, Juan Quijano, responsable de empaquetar el diario para su envío al interior del país. Juan devino luego en uno de los mejores reporteros gráficos del país.

Por el trabajo madrugador desfilaba conmigo Malaquías García, quien junto con su esposa Margot Castro fue uno de mis puntales durante la clandestinidad de Pérez Jiménez . Su casa, durante más de 8 años fue sitio cálido y fraterno de encuentro con mi familia y en momentos muy difíciles de reunión del Buró Político. Asimismo, trabajó conmigo Alberto Consoño, a quien apodábamos La Madama, compañero de La Pandilla Guirirí, de Potrerito, de la cual formaban parte Eloy Torres, Ravelo, «el Tranvía», «el Viejo» Chucho, Márquez, Jesús Esteves y otros. Este fue un grupo muy singular. Tenía su punto de encuentro en Potrerito, cerca de El Calvario y en él se formó un equipo de beisbol llamado Los Pingüinos. Era emocionante la solidaridad que teníamos para identificarnos: un silbido con una canción que entonaba el «alerta comunista». Salvo Malaquías y Consoño, los demás integrantes no eran del PCV, pero simpatizaban. Creamos una amistad a toda prueba y para todos los tiempos. También fue conmovedor la manera como me rodearon y se solidarizaron en la clandestinidad.

La división del Partido Comunista

El PCV se dividió, por un lado Gustavo y Eduardo Machado, Luis Miquilena, Salvador de la Plaza, Rodolfo Quintero, Carlos Augusto León, entre otros. Eran los Macha-Miqui. Por otro lado, Juan Bautista Fuenmayor, «Rolito» Martínez, Jesús Faría, Ernesto Silva Tellería, Fernando Key Sánchez y otros, eran los llamados «bobitos». En el centro el llamado «Grupo No» que integraban Miguel Otero Silva, Eduardo Gallegos Mancera, Pedro Ortega, Guillermo Mujica, Pedro Esteban Mejías y algunos más.

Fue una división tormentosa. Eloy, Juan Molina y yo nos alineamos con los Machado y Miquilena. Yo era suplente del Comité Central y fui elevado a principal y luego promovido al Buró Político.

Gustavo Machado se puso al frente del semanario Unidad. El otro grupo mantuvo a ¡Aquí está! Acompañé a Gustavo en esta empresa. Como él decía, era su mano derecha. Nos metíamos en el taller, «imponíamos las páginas», éramos redactores y correctores de pruebas.

«Cucú» Corao, quien llegó a ser administrador de El Nacional, viendo lo forzado que era mi horario de trabajo y mi actividad política, me ofreció ser jefe de oficina en Industrias Vikora, empresa establecida en San Agustín del Sur del cual era dueño su hermano Víctor Corao. Acepté a finales de 1944. Con Víctor Corao aprendí mucho acerca de la labor industrial y comercial. Fueron meses intensos: el trabajo, el partido, el periódico Unidad, mis nexos con San Juan y mi hogar. Para entonces ya habían nacido dos hijas: Tania y Natacha.

La vida política giraba en torno a Medina, a quien respaldábamos primero el PCV unido, luego con matices, las tres fracciones: Macha-Miqui, Fuenmayor y el Grupo No. Estos matices eran muy marcados entre los Macha-Miqui y Fuenmayor. «Rolito» Martínez había lanzado la consigna que hicieron suya sus compañeros, «Con Medina , contra la reacción» y una calificación que aumentó la polémica cuando señaló que «Medina era un hallazgo de la historia».

En el movimiento comunista internacional, al terminar la Segunda Guerra, aparecen con gran fuerza en toda América las teorías de conciliación de clases enarboladas por Earl Browder sobre «La conciliación de clases», que en esencia era un reformismo que eludía la lucha de clases, que exacerbaba las políticas de unidad nacional mantenidas como resultado de la alianza de Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética. El browderismo, era evidente, chocaba con principios básicos del marxismo. En Venezuela estas tesis son asumidas acríticamente por el grupo Fuenmayor, lo que a su vez se traducía en una política seguidista frente a Medina, como lo señaláramos antes.

A este debate le da un giro definitivo una intervención del dirigente comunista francés muy respetado internacionalmente, Jacque Douclos . Este material de Douclos lo tradujo Gustavo Machado y se publicó como una primicia política en Unidad, lo cual originó una honda repercusión en el seno de los comunistas venezolanos. Por cierto, en enero de 1956, rumbo a Moscú, Manuel Caballero logró que yo tuviera una entrevista en París con este dirigente comunista francés, la cual relata en una nota biográfica que sobre mí escribiera después de la formación del MAS.

Estas tesis sobre la unidad nacional en la versión Fuenmayor-Martínez se traducían en cómo concebir las luchas sociales frente al gobierno de Medina . Ello permitía que en la calle la oposición la encabezara Acción Democrática, adquiriendo una gran influencia en el seno de los trabajadores. Los Macha-Miquis , que dominaban a las trabajadores autobuseros, tranviarios, algunos sindicatos petroleros en oriente, trataban de disputarle a AD su presencia en estos combates. Pero es innegable que AD conquistaba posiciones importantes tanto en el movimiento obrero y campesino


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