Nicolás Maduro ha tomado como bandera, en los últimos días, la lucha del gobierno socialista contra la corrupción, propósito este que la opinión pública interpreta como un simple alarde populista y demagógico para esconder los graves problemas que aquejan al país y que se han agravado más aún desde que está al frente de la primera magistratura,  por cierto, severamente cuestionada por múltiples razones que van desde el resultado electoral del  14 de abril hasta la duda del origen de su nacionalidad.

Estos hechos, aunados con la inseguridad, el desempleo, el nepotismo, el abuso, los atropellos policiales, el desabastecimiento, la escasez y el desbordamiento del uso de peculado de algunos miembros identificados con el proceso revolucionario socialista, rebasan todo límite de tolerancia de un pueblo carente de sus más elementales necesidades. El fin de la corrupción se ha tornado en un grito de reclamo y rechazo social, que en otras latitudes del continente no se ha hecho esperar, y ha habido contundente respuesta por intermedio de los órganos regulares del Estado. Pero en nuestro país, es el fantasma que no tenemos duda atemoriza a Maduro.

No es un grito partidista cuyas directrices emanan de intereses particulares. No, es un llamado a restituir la moral y la ética de quienes prestan servicios en la administración pública. Estos sentimientos expresan hastío, cansancio y protesta contra la corrupción y simplemente es la expresión de una sociedad venezolana cansada de tanto abuso y mentiras en sus discursos, que dejan evidencias de una red de corrupción, abierta y encubierta por las instituciones del Estado: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.

Fin de la corrupción significa la necesidad que tiene la sociedad civil, activa y en posición de sus derechos ciudadanos, de reclamar a quienes manejan los destinos del país, para que respondan a un pueblo ávido de una mejor calidad de vida. Significa demostrar que son unos “verdaderos luchadores sociales”, tal como  lo proclaman a troche y moche en sus discursos, asambleas, y cuanto acto realizan con fines proselitistas.

Fin de la corrupción no es una expresión foránea. Es una consigna, un reclamo y una demanda de toda la sociedad civil, para que se conozca que el colectivo humano no es una convidada de piedra, sino una sociedad que se moviliza para decirle al régimen que el erario nacional no es una caja chica para malgastar en publicidad, agitación, banquetes, viajes etc. sino recursos del país que deben ser usados honrada y transparentemente.

Por eso el fin de la corrupción no es solo un grito de combate del pueblo venezolano que reclama y demanda que el gobierno socialista, marxista y mal llamado bolivariano entienda que la política y la acción gubernamental no deben estar reñidas con la ética, la honradez, la tolerancia, el respeto a las leyes y los derechos humanos, sino también que el  fin de la corrupción debe ser el inicio de un proceso de restauración y de retroalimentación de la ética en la política, cuanto de reeducación moral para gobernantes se trata.

El fin de la corrupción con el régimen de Maduro, quedaría demostrado cuando los pillos que hicieron suyo el erario nacional y amasaron grandes fortunas, estén tras las rejas, despojados –si es que realmente el gobierno socialista tiene voluntad política- que por sus acciones se pone en duda, y no con simples convocatorias laudatorias sobre la corrupción, que anida en sus propias entrañas

Que demuestre Maduro y quienes detentan el poder ufanándose de ser bolivarianos para exaltar en todo momento la memoria del Libertador, olvidando los valores intrínsecos que nos legó, y dejó constancia en sus escritos, como el párrafo que a continuación transcribo:

“Por lo mismo que ninguna forma de gobierno es tan débil como la democrática, su estructura debe ser de la mayor solidez; y sus instituciones consultarse para su estabilidad. Si no es así, contemos con que se establece un ensayo de gobierno, y no un sistema permanente, contemos con una sociedad díscola, tumultuaria y anárquica, y no con un establecimiento social, donde tengan su imperio la felicidad, la paz y la justicia. Nada es mejor que la exactitud de las promesas del gobierno. La mejor política es la honradez”.

Si fuesen como lo predican en su mensaje político “bolivarianos”, verdaderamente fieles al legado del único padre de la patria y Libertador, no mancillarían su nombre y memoria como lo hacen a menudo en sus populistas mensajes demagógicos, porque Bolívar luchó intensamente contra el flagelo de la corrupción, tal como se recoge en buena medida en sus cartas y actos de gobierno, en los que enfrentó con enérgico carácter este problema.

Que no se utilice el problema de la pandemia que azota al universo entero y a nuestro país, para disimular las costras y llagas que la corrupción y el narcotráfico mantienen al país, en el más deplorable estado económico, político y social, jamás visto en toda la historia desde la época de la independencia. Esta página negra, engrosará la historia pérfida que nos ha tocado vivir, bajo un régimen que mancha el honor y nombre del único Libertador y padre de la patria, Simón Bolívar.

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