La pregunta del título apunta al Estado-nación que tenemos, al que queremos y a los que creemos tener. ¿En Venezuela existen dos países superpuestos, paralelos? Eso no es verdad. Por más que unos reconozcan una bandera con siete y otros con ocho estrellas, no hay dos países. No tenemos la Venezuela del norte y su opuesta. Ni la del este y su contigua. No hay un muro real, ni virtual, ni mental. Por más que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, haya venido macerando la idea de que la Alemania dividida era chévere, como una amenaza para nuestros países.

No poseemos un país democrático y el dictatorial. Tenemos una tiranía que ha buscado desde su origen dividir absolutamente al país en un nosotros-ellos no solo discursivo, pero no lo ha logrado. Uno de escuálidos a los que hay que perseguir, exterminar, hacer huir o apresar, que no merecemos siquiera la vida y otro de chavistas que merecen todo en sus estratos más altos y deben conformarse con bonos y bolsas en los más bajos. Unos con una asamblea que supuestamente los representa a gritos e imposiciones y otra mesurada, carente de poder fáctico. ¿O el futuro lo pintamos con una nación tasajeada física y mentalmente? ¿Hacia allá vamos? De verdad no se percibe un territorio con un escudo cuyo caballo blanco ve para la izquierda y otro con el mismo caballo, el de Bolívar, tornado hacia la derecha.

Por el contrario. Todo debe apuntar en los próximos años (no me pregunten cuantos) a justamente lo contrario. A la reunificación verdadera, así sea escabrosa, del país. Esto que planteo no es claudicación de uno u otro bando. No confundan. Sino que hay que elaborar hacia dónde vamos en esta inercia destructiva. Porque el chavismo y sus secuelas desecantes tienen que aceptar que una Venezuela así, improductiva, miserabilizada, sin legalidad ni separación de poderes se ha vuelto absolutamente inviable. Por más que ellos conserven el poder casi total. ¿El poder sobre qué? ¿Sobre una ciudadanía hambrienta, enferma y endeudada? ¿Sobre los escombros de un pasado, como Cuba? ¿Es ese el trazo que nos pinta el destino? No creo que convenga a unos ni a otros. Por más que la corrupción roja campee a sus anchas y angostas.

El momento electoral que se nos avecina debería incluir previamente estas discusiones asamblearias. Lo otro sería jugar a prolongar la destrucción. Porque esto se va a resolver, aunque no quieran allá, aunque no quieran acá, justamente por las buenas o por las malas. Pero ninguno de los dos bandos ha podido concretar la desaparición del otro. Y no lo va a conseguir. Por tanto, queda sí la negociación, genuina, de la mayor buena fe, con acompañamiento internacional que certifique el cumplimiento de lo acordado. Pero esa vislumbre debe venir acompañada de la suficiente presión para que se establezcan los mecanismos que la permitan. Eso que hasta ahora no ha ocurrido. El fracaso de México, el de Colombia, no pueden repetirse como frustración risible. Tiene que haber garantías reales de resolución.

¿O de verdad vamos a ir a elecciones presidenciales minusválidas, con un Consejo Nacional Electoral rojo a la par de dos asambleas nacionales en funcionamiento? Luego: ¿Acudiremos a la elección de gobernadores y alcaldes por separado, los míos y los tuyos? ¿El CNE hará una y la Comisión Nacional, que ya no será de primaria, hará la otra? ¿Haremos y aceptaremos una elección de diputados en minusvalía también? ¿O lo lógico sería un Consejo Nacional Electoral fundido de las dos vertientes con alguna articulación de algún ente más neutral, con alguna persona más imparcial, si esto hoy es posible? ¿Seguiremos apostando a un Poder Ejecutivo de uno y otro bando? Esto debe resolverse antes de cualquiera de las elecciones. De no ser así, la agonía, pintada de tragedia ciudadana diaria, se prolongará en demasía para mayor sufrimiento innecesario y cruel de la población. Para mayor desecación del país. Eso sí, los criminales de lesa humanidad han de pagar sus deudas. No es hacia ellos que está dirigido el futuro democrático y en libertad al que todos debemos tender.


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