Foto Vasco Szinetar

En el mes de abril de 1991 la poeta fecha el poema, sintomáticamente dedicado a su padre, su abuelo, a su tío Willy, al hermano Johan Ossott y a Patricia Van Dalen y la escritora Estefanía Mosca, titulado a “la casa que vence las sombras”, la UCV. El texto poético UCV-Mea culpa de cerca y de “lejos” se percibe doloroso canto a ese recinto de sabiduría y conocimiento tecnocientífico y humanístico (artístico-cultural) que le dio cálida acogida a toda una vida dedicada a la docencia universitaria.

El poema en cuestión describe con recursos hiperbólicos el cuerpo vivo y dinámico de la principal casa de estudios superiores de Venezuela.

Leamos mejor a Ossott:

“Soy profesora universitaria

Hija de la casa de los locos

(…)

Soy de la Tierra de Nadie

Vivo en el desamparo

En el miedo

En la convulsión

En el temblor

Doy clases en la Escuela de Letras

 Y tengo los ojos azules

Trabajo, sí

Mientras puedo…

Mientras me dejan…

Dios, he visto de todo

Locos

Borrachos

Amas de casa

Homosexuales

La UCV es un antro que da, o

daba pena…

Veo sus jardines destrozados

Y

me da pena (…)”

¿Y las obras de arte?

¿Quién las va a preservar?

¿Y nosotros los artistas?

¿A dónde?

Dios, ¿a dónde?

Señor, su Excelentísimo

rey de Inglaterra

¡ayúdenos!

Ayude a Rafael Cadenas

y a Hanni Ossott

(entre otros poetas

que quieren respirar)

Porque de lo contrario

nos da “la tembluca”.

(Pág.30)

Quienes le conocieron bien y de cerca nos dicen que la poeta hacía de sus clases de Literatura un verdadero y auténtico apostolado con su correspondientes ceremonias de laica enseñanza estética y humanística. La escritura de arrebatado lirismo intimista que sostiene el sujeto lírico en “El circo roto” se escribe como una danza coreográfica que recorre los bordes inmensurables del universo que en el poema son los bordes del cuerpo del “sujeto actancial” desdoblado en escritura corpórea. La poeta sabe asaz bien que su “ars poética” lleva consigo un profundo élan universal; la poesía de Ossott no hace nada que esté a su alcance por disimular su intrínseco pathos antropo-cosmológico.

Su timbre elocutivo perlocucionario nos lleva a los lectores a una inevitable apocatástasis. La radical conciencia de su finitud lleva a la escritora a proclamar una especie de religión de la amistad que deja patentizada en la filía platónica que recorre el hilo de la temporalidad histórica, desde los diálogos de Platón hasta hoy.

“No, hoy no quiero

Leer ni escribir

Sólo quiero nadificar

O pensar holgadamente

y a nadificar de nuevo”.


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