Ryan Murphy vuelve a la producción y a la búsqueda de historias excesivas. Y encuentra su reverso ideal en la historia del diseñador Roy Halston. La primera gran figura internacional de la moda marcó una época y un estilo, que Murphy intenta captar en una miniserie de cinco episodios. Pero a pesar de sus buenas intenciones, la lujosa producción se queda corta en mostrar el radiante desenfado de la época. 

La historia en Halston de Ryan Murphy no comienza de manera retrospectiva, aunque lo intenta. La primera imagen de la miniserie de cinco capítulos muestra al futuro diseñador creando para su madre, musa y primera modelo. No obstante, el intento por humanizar el desenfado futuro del diseñador sabe a poco. El pequeño Roy es un avatar frágil del poder adulto y exuberante de su personalidad futura.

Sin dudarlo, el guion corta y deja la notoria puerta abierta a la pregunta: ¿con qué sueña un hombre capaz de cambiar la moda estadounidense? No hay tiempo para respuestas. De inmediato, el argumento vuelve a los radiantes años sesenta y al Halston adulto (Ewan Mcgregor), para mostrar su extraño y rutilante camino a la fama.

La historia concebida para narrar la historia del ícono norteamericano del estilo es una mezcla de lo mejor y lo peor de Murphy. Esta vez como productor, el creador brinda a la serie un aire pulido, extravagante y opulento, pero no parece demasiado interesado en su personaje. Eso, a pesar de la magnífica actuación de Mcgregor.

El actor encarna al hombre más poderoso del mundo de la moda estadounidense con una mezcla de entusiasmo y energía. Pero también hay oscuridad en este retrato sofisticado de un hombre que reconstruyó desde los cimientos la idea de la elegancia.

McGregor es capaz de brindar profundidad incluso a los momentos más simples de este recorrido vertiginoso por el lujo. Pero el guion no le acompaña del todo. Escrito por Tim Pinckney, Sharr White, Kristina Woo y Ian Brennan, es incapaz de sostener el trayecto entre la ambición y al final, triunfo del diseñador.

Halston: un mundo de radiante ensueño

De hecho, la producción entera está mucho más interesada en mostrar el mundo espectacular y estelar que rodea a Halston. Con algunas pinceladas de su proceso creativo, el argumento le sigue desde sus primeros intentos de crear un estilo propio. Pero lo hace desde una mirada distante, que no profundiza en la peculiar personalidad de Halston, o su intrigante círculo de creadores.

A punto de convertirse en una superestrella del estilo, el Halston de Murphy es un símbolo de la rebeldía. Hay algo subversivo en la forma en que la serie muestra la década de los sesenta. También, una formal búsqueda de cierta connotación sobre el brillo del desenfreno, que por años fue el principal sello del diseñador. No obstante, la miniserie no logra encontrar un punto de real interés, sino que intenta explorar en tantos a la vez que resulta por necesidad superficial.

Claro está, la serie tiene información privilegiada y sabe que Halston está a un paso de convertirse en el centro de todas las miradas y conversaciones. De modo que ese momento antes del éxito definitivo se presenta en los primeros capítulos como un idilio del diseñador con sus experimentos.

Va de estilo en estilo, de colección en colección y de musa en musa, hasta que finalmente encuentra la combinación ideal. Pero la serie no se detiene demasiado en este interesante proceso, sino que tiene prisa por llegar al resultado.

Se echa de menos una mirada más crítica, enfática y, en especial, profunda en este Halston juvenil, lleno de energía y dispuesto a correr riesgos. Es evidente que Ryan Murphy está más interesado en el hombre que deslumbra que el que intentó llegar al punto más alto a fuerza de talento.

Por supuesto, Murphy es una marca en sí mismo y hay mucho de esa connotación del genio que crea su propio mundo en la serie. En varias de las escenas claves es evidente que Murphy se identifica con Halston lo suficiente como para que sea un alter ego obvio.

La forma en que el director/productor/creador sigue la evolución de Halston es un homenaje a la idea de forjar el poder desde lo rutilante. Y de la misma forma que el Murphy televisivo ha sabido crear un imperio a su medida, su personaje lo hace con un claro homenaje metaficcional.

Pero quizás es esta excesiva identificación lo que evita que el verdadero Halston sea analizado como individuo. McGregor se hace cada vez más un reflejo de algo mayor, más desordenado y caótico. Y la producción, en una serie de símbolos de belleza y poder que no terminan por encajar en un único mapa biográfico.

Halston: la cúspide y la caída

Claro está, la serie no solo muestra el éxito del diseñador, sino que para sus últimos tres capítulos, analiza con cuidado la caída en los infiernos del personaje. Para el hombre que creó productos exclusivos, extraordinarios y sofisticados, la competencia es la reinvención. Y Murphy intenta mostrarlo a través de un caos de traiciones, desenfreno, drogas y promiscuidad. Todos elementos que el showrunnner maneja como una combinación de destellos y vulgaridad que resultan casi grotescos.

Pero el viaje de Roy Halston es tan desordenado en apariencia que la serie no tiene otro remedio que perder eficacia y solidez, en favor de mantener su ritmo. Y lo hace en varios de sus momentos más altos. Sin embargo, varios de sus capítulos son solo un despliegue efectista de grandes escenarios deslumbrantes. Desfiles con cada vez más elaborados diseños de escenografía, un Halston fuera de control y por último, la previsible debacle.

Incluso, la ya icónica batalla de Versalles de 1973 (en la que un grupo de ensueños de diseñadores norteamericanos se enfrentó a otro francés), resulta deslucida. Halston, destinado a ser el alma del triunfo norteamericano, es de nuevo un avatar hostil de Murphy, que desdeña de las críticas y consejos.

El Murphy televisivo (que ha recibido criticas negativas durante los últimos años por su trabajo), parece utilizar a Halston como interlocutor de su descontento. Y lo hace, en quizás el momento culminante de la serie, rompiendo la estructura y el ritmo en favor de un giro argumental sin demasiado sentido.

Quizás, los momentos más decepcionantes de la serie provienen justamente de esa necesidad de su creador de imponer su peso y nombre. Como si de una pelea de titanes se tratara, el Halston televisivo debe luchar contra Murphy, para lograr un verdadero protagonismo en su propia trama.

La paradoja hace que para sus últimos capítulos, la identidad del programa parezca diluido en algo más desagradable y caótico. Con todo, Halston logra reivindicarse en su extraño y último capítulo, titulado de manera irónica “Criticas”. El amor a la moda, el lujo y la sofisticación de Murphy logran que la serie sea una mezcla curiosa entre la ambición y un cierto pesimismo lúgubre. Quizás, su punto más bajo.


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