Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo”. Padre Nuestro. Oración católica.

Una de las preguntas clave, a lo largo de la vida, que nos hacemos los católicos, o al menos yo me la he hecho en numerosas ocasiones, es si realmente existe Dios.

Comprendo que, para los agnósticos y los definitivamente ateos, esto puede parecer una contradicción, pero realmente no creo que haya habido un solo católico que no se haya planteado esta duda.

Es verdad que vivimos en una sociedad demasiado pragmática y que muchas veces nos cuesta asimilar como cierto aquello que no tiene una demostración empírica; aquí es donde interviene la fe, pero la fe es un concepto abstracto, un sentimiento, no un hecho, y por tanto está condicionada, como todo sentimiento, al contexto. Y el contexto, en lo referente a los avatares del ser humano, suele ser, en su mayoría, muy variable; volátil, incluso, diría yo.

Por tanto, a lo largo de su devenir en esta tierra, es normal que haya momentos en los que, a tenor de los acontecimientos, uno pueda plantearse si existe Dios y, si es así, como puede consentir tanta calamidad, tanta injusticia.

Aquí, por lo general, aparecen las explicaciones buenistas y filosóficas del clero y de los teólogos, que siempre van a terminar justificando cualquier hecho en la teoría de que “los caminos del señor son inescrutables”, esto es, que cualquier cosa que acaezca ocurre por un motivo, con un fin tal alto que, muchas veces, no llegamos a entenderlo.

A mí, todo esto, me parece una simplificación que actualmente no tiene cabida. Yo, en este sentido, soy más partidario, devoto incluso, de la teoría del caos. No creo, en absoluto, que el destino esté escrito, sino más bien en que cada acto que cometemos o acometemos en esta vida tiene consecuencias en el futuro inmediato; por lo tanto, somos nosotros los que determinamos nuestro destino, para bien o para mal, con nuestras acciones y reacciones.

Quizá el problema, la encrucijada para los católicos, tenga su origen en la manera en que la Iglesia ha querido vendernos a Dios a lo largo de los siglos. Es comprensible que cuando el nivel de conocimientos generales era muy precario, en otros contextos históricos, la evangelización se acometiera ofreciendo a la gente un Dios bondadoso, figura del padre amantísimo que vela por sus hijos, todo bondad. A mi modo de ver, este es el gran error, el que plantea serias dudas sobre la existencia de Dios, al hacernos incomprensible su falta de protección, ante desgracias horribles que han sucedido, suceden y sucederán en el mundo, tanto a nivel colectivo como individual.

No obstante,  los que tenemos la mala costumbre de abrazar la cultura, en forma de lectura, información, estudio de los hechos o como cada uno quiera enriquecerse intelectualmente, tenemos también el defecto, terrible e inexcusable, de cuestionarnos las cosas. Así, pues, en este caso, es muy probable que la mala interpretación intencionada de las sagradas escrituras sea la que, deliberadamente, nos lleve a la confusión.

Aunque no se haya leído la Biblia, cosa que la mayoría de los católicos no hemos hecho ni pensamos hacer, hay ciertos pasajes que, a través sobre todo de la liturgia, todos conocemos. Por tanto, si atendemos a aquel en el que se dice que “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza”, quizá resulta que la respuesta la tenemos ahí, en las Sagradas Escrituras.

Si resulta que el hombre es una imagen de Dios, entonces todo empieza a cobrar sentido, porque no es que el hombre haya adquirido, por su condición humana, usos y vicios que le han ido desnaturalizando, sino que, posiblemente y bien mirado, si existe Dios como tal, tiene los mismos defectos, vicios y virtudes que el hombre; esto quiere decir que no existe el Dios proteccionista que se les predicaba a los antiguos, sino un Dios caprichoso, irascible, injusto, afectado de la misma psicopatía que, por lo general, tenemos los seres humanos, capaz de lo mejor y de lo peor, como cualquiera, o casi cualquiera de nosotros.

Por lo tanto, a pesar de mi educación católica, hay muchas ocasiones en las que prefiero pensar que no existe ningún Dios y que estamos sujetos al libre albedrío, al capricho de los acontecimientos. Y es muy posible que así sea y que tras nuestra andadura terrena no haya nada, solo el apagón eterno, la inexistencia.

Yo, que llevo un anillo con el Padre Nuestro en mi mano izquierda y comienzo, todas las mañanas, rezando tal oración, sin embargo soy como Tomás, que para creer, aunque deseo que así sea, necesito meter los dedos en la herida del costado. Si, la contradicción, como es evidente, forma parte de mi esencia.  Así que, si tras finalizar mi camino me encuentro ante Dios, me disculparé por este sentimiento de duda que me acompañará siempre. Y él, en su infinita bondad, deberá perdonarme.

Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

¿ Ustedes perdonan a los que les ofenden?. Yo tampoco.

Amén.

@julioml1970


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