“La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven”

Oscar Wilde

En la mitología griega “Geras”, la vejez, era la imagen de un hombre enjuto, arrugado, amargado y apoyado sobre un bastón que veía hacia un abismo profundo y hondo, el inexorable paso del tiempo, hijo de Nix y de Erebo, la oscuridad, era una deidad incómoda hasta en el Olimpo, quienes por su condición divina no podían envejecer. La frustración de Geras, la vejez, era entonces satisfecha por los mortales, a quienes hacía inmisericordemente viejos, enjutos, necesitados e indefensos, hasta que Thanatos, la muerte, terminaba con aquel espectáculo de tristeza.

Empero a la inclemencia de Geras, la vejez le suponía a este terrible dios un grado de frustración mayor cuando se llegaba a ella sin haber honrado la vida, los héroes siendo mortales podían sostener diálogos de igualdad con Geras, pues la virtud y la heroicidad le suponían un trato entre semejantes; sí se corría el riesgo de morir joven, entonces hacerse viejo no era un temor sentido.

La muerte no solo se produce en la esfera de lo físico, en el hecho fáctico de dejar de tener funciones vitales, también se puede morir si se asume la catatonia de la eudaimonía, la hipnosis del deseo de ser progresivamente mejor, el abandono de los bajeles de la vida o el incendio de los barcos, no dar la pelea, darse por vencidos y aceptar la indignidad es una forma terrible de morir. Una que muchos no estamos dispuestos ni entregados a aceptar, se puede entonces hacer triunfar a Thanatos si de manera consciente se decanta la acción humana por la pasividad. Nada nos anula más como seres humanos que decidir no actuar, mantenernos al margen y aceptar, amoldarnos cual piezas de barro a la decisión de un alfarero perverso al rigor de lo externo, del curso que sobre nuestras vidas asuman los demás.

De Homero surge ese deseo por entender qué se encuentra vedado, para conocerlo e incorporarlo a las vivencias de la vida. Así, pues, Odiseo decidió ser atado al mástil de su nave para escuchar el canto de las sirenas, demostrando que en efecto causaban un encanto, pero conocerlo, sentirlo, palparlo y hasta sufrirlo, le imprimieron la experiencia necesaria para poder contar lo vivido, el rendirse antes de un dilema. Decidir no cruzar el estrecho entre Escila y Caribdis supone un escape vacuo a la diatriba existencial, una entrega a Thanatos en vida, nada más horrido que estar muerto en vida, es un oxímoron que nos destruye racionalmente, que carcome la necesidad de dotar de sentido veritativo al hecho de estar vivo y apelar a la libertad de la voluntad.

La voluntad para impedir ser aplastados, la voluntad para hacernos inexorablemente viejos pero con principios, honrando la vida y sobre todo manifestando consecuencia con el esquema de nuestra escala moral, tomar a Geras de los cabellos, aunque tengamos el rostro surcado de arrugas y las articulaciones impedidas de movimiento, así se haya perdido la belleza de la juventud, pero asir por los cabellos hirsutos a la vejez es un acto de libertad que solo se puede alcanzar si Geras nos ha tocado en lo físico, pero nunca en el alma y en la voluntad, allí en esos personalísimos intersticios, esa la odiosa vejez jamás logrará hacernos torcer el camino y menos quemar las naves.

Nuestro país lleva veintitrés largos años sumidos en el más abyecto oscurantismo, en la noche más tenebrosa de nuestra historia, defenestrados hacia los anacronismos, la sociedad con el alma vieja de rencores, decidió saltar al vacío junto con ese caudillo de la cara pintada, lanzarse al abismo desde un impreciso “por ahora”, sentencia que se ha tornado eterna en un paroxismo surrealista que arrancó a toda una República y la puso al servicio de la tiranía de una isla del Caribe, impedidos de ingresar al siglo XXI, hemos visto con asombro cómo  se emprendió la retrotracción e involución social, para hacernos próximos a los derroteros del caudillismo anacrónico del siglo XIX. Una nación de gente vieja en el alma, llena de rencores justificados por los polvos de los cuarenta años de 1958 al 1998, decidió lanzar el líquido de la rabia y batir estos lodos pestilentes del chavismo, la revolución involucionaría, la revuelta del fracaso y el secuestro del Estado por una hegemonía de los peores, los personajes más perversos de nuestra historia.

Así la vejez en lo físico de los Miquilena y Giordani, encontraron juego y marco fértil de crecimiento en las venganzas personales de los hermanos Rodríguez, estos últimos personajes que han vaciado toda su crueldad sobre una sociedad que no es culpable de los abusos y excesos cometidos contra su padre, esos abusos cometidos en los tan envilecidos cuarenta años del puntofijismo, no se han dejado de aplicar, por el contrario, se aplican bajo la guía y aggiornamento de la tiranía cubana de los Castro, fuente inextinguible de toda suerte de maldades aplicadas en contra de quienes se niegan a ser pisoteados. La revolución es la venganza personal de los hermanos Rodríguez, quienes no se sacian del dolor de todo un pueblo humillado, sino que apelan a formas de humillación superlativas como las asumidas por Luis Eduardo Martínez, uno de los diputados que  usaron las tarjetas secuestradas de un partido político y piden perdón por un exceso policial ocurrido hace 45 años, del cual no fuimos perpetradores ninguno de los que hoy ocupamos los lugares de generación activa.

En ese discurso, Geras, la vejez de alma se hizo presente, redactó cada línea en la cual se buscaba hacernos responsables de ese crimen, sin tomar en cuenta que a nuestra generación y a la que está insertándose en la historia se les robó el destino, se nos obligó a hacernos viejos acumulando derrotas, viendo cómo nuestros humildes logros profesionales se tornaban en herrumbre.

Esta, mi generación, ha tenido que tomar sus sueños y hacerlos valija para asumir el exilio, y para quienes aún nos mantenemos en este pedazo de tabla del naufragio del “Medusa”, la existencia diaria pasa por el cálculo de la huida, por la amenaza latente, por la torva calumnia que te asecha por el solo hecho de ser, estar y pretender pensar distinto, hemos perdido nuestra juventud en esta lucha desigual contra la maldad y la tozudez, contra esta Hidra inmensa de múltiples cabezas, que aún cauterizadas vuelven a aflorar de manera más amenazante, la derrota diaria se nos ha calado en los huesos, llevamos más de la mitad de nuestras vidas en medio de estos feroces años, luchando contra tirios y troyanos, ya nada nos puede hacer más daño que claudicar en nuestros espíritus libres y jóvenes al vicio de Geras.

La muerte por pasividad no se encuentra contemplada en quienes aún vapuleados, confundidos, enlutados y traicionados, reconocemos como falsa, engañosa e incompatible la ideología de esta horrida revolución de licaónidas violentos de Ovidio  o de blatodeos kafkianos, ambas metamorfosis son chocantes, repulsivas y en extremo eméticas, con ambas posturas hemos envejecido, al amparo de esos dobleces nuestra vida se ha moldeado.

En el caso de morir en vida, mi generación ha demostrado que no se resigna a esta salida, por el contrario, el duro exilio lleva en si el deseo de volver, otros nos hemos dedicado a seguir adelante en la entelequia fragmentada que es este país, en esta suerte de paredón común de fusilamiento que supone pensar y actuar distinto. La dupla Chávez Maduro, de manera connatural decidió destruir al país, vaciarlo de economía y de derecho, trocarlo en cosa muerta, destruirlo, desposeerlo y someterlo. Todas las advertencias hechas por académicos en las áreas del derecho, la economía y las ciencias políticas quedaron reducidas  a meros postulados teóricos, una suerte de  actos reflejos de una crisis que nadie advertía o no quería advertir.

Nunca tuve dudas acerca de la postura autoritaria de esta revolución y su natural propensión a reprimir de todas las maneras posibles cualquier acto de disidencia, desde 2002 el talante de autoritarismo chavista ya enseñaba sus vínculos con grupos de irregulares que empleaba para coaccionar cualquier amago de violencia, así de un modelo de autoritarismo competitivo, pasamos a una autocracia y a una regresión institucional que culminaría con el copamiento de la vida ciudadana elemental; el modelo de la tiranía total ya era una realidad incontrovertible, palpable, sentida y sufrida, nos hacemos viejos acumulando derrotas, decepciones, amarguras y sinsentidos, Geras, la vejez se burlaba de nuestra vacuidad, de nuestra insignificancia, y ya Thanatos nos demostraba que ser joven era una condición fundamental para la muerte, bajo esas sentencias la vida se vuelve un rictus insoportable, una mofa a la dignidad.

Venezuela ya no es un país, es una fragmentación de cosas, un anatema, una entelequia, así el país nos obliga a unos a exiliarse y a otros al insilio, una manera muy cruel de lidiar con la ansiedad de un país que es cada vez más confuso, más aluvional, más improvisado; con 48 años de vida cronológica no soy un viejo, pero en ocasiones me siento como tal, cuando hago inventario ciego de mi silente tránsito por estos terribles 23 años de engaños y pérdidas advierto que más del 50% de mi existencia la he vivido luchando contra este monstruo inmenso que es el chavismo. Este escollo atrapó a toda mi generación cuando apenas teníamos 25 años de vida, recién terminados los pregrados, y de manera violenta nos arrebató el destino; cual hiedra maligna fue entrando en las cosas más rutinarias de la vida, convirtiéndose en la dictadura perfecta.

Sin embargo, al hacer ese inventario de nuestras derrotas, hemos de saber que somos una generación que aún sueña con un destino distinto, decente, digno y justo, obviamente sacándonos de la gnosis el hecho de que por ser un país con recursos ilimitados, somos un país rico. Si alguna lección nos dejan estos 23 años es que somos un pobre país con petróleo, una sociedad que le dio la espalda a la formación y que se construyó un vengador terrible que dejó en ruinas toda la estructura institucional de esta ahora ex república.

Finalmente, me niego a envejecer sin honrar la vida, no voy a quemar las naves. Como generación muchos gozamos de la solvencia de ser dueños de nuestro relato, de jamás haber sucumbido a los desmanes de este extravío de horror; seguiré enseñando en tanto la universidad sea libre y autónoma, seguiré escribiendo en este y en otros medios que son esos pedacitos del país que se atesoran, como se guardan los restos de alguna posesión valorada y que el destino destruye. La verdad es el arma para envejecer con dignidad, la verdad es la posibilidad que tendremos para relatar tanta derrota, tanto horror e indignidad.

Saber envejecer y hacerlo acumulando derrotas, pero reservándose la presea de que nuestra individualidad jamás se puso en riesgo, el nosotros jamás venció al yo y el interés crematístico nunca pudo abjurar las posturas con y para la libertad. Estas líneas escritas con angustia responden la pregunta existencial de qué se debe hacer, si actuar o conformarse. Entre ambas opciones me decanto por hacer, por obrar y por intentar.

“Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara”

Michael Montaigne


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