Mary Wigman

A más de cien años del surgimiento de la danza expresionista alemana como concepto profundo y estética dolorosa, así como del inicio de su notable expansión, aun se deja sentir la impronta definitiva que marcó en el arte escénico universal.

Los nuevos postulados de esta corriente del movimiento, caracterizada por la deformación exagerada de realidades violentas para, precisamente, cuestionarlas y hacerlas evidentes, han asumido una visión abstracta del conflicto, al igual que gestualidades propias de los tiempos que corren, contenedoras de otro de tipo de violencia. Lo esencial del espíritu devastado permanece y remite constantemente a sus puntos de origen.

Tres efemérides se conmemoran en 2021 alrededor de la figura y la obra de Mary Wigman, tesonera precursora del gesto expresionista germano: 135 años de su nacimiento, 105 de la creación de Danza de la bruja, creación referencial de la trascendental coreógrafa y 58 de la primera publicación de su celebrado libro El lenguaje de la danza.

Mary Wigman (1886, Hannover-1973, Berlín) marca un imperecedero momento de gestación de una danza alemana alternativa. La enigmática bailarina representa un hito definitivo de transformación en cuanto al tratamiento de los impulsos que generan el movimiento y su resolución escénica. Influenciada por los aportes de Jacques Emile Dalcroze sobre la rítmica corporal, a quien en algún momento llegó a contraponerse, además de discípula directa de Rudolf von Laban, quien le revelo inéditos métodos de tratamiento del espacio como elemento esencial en la composición coreográfica, la novel intérprete, silenciosa y persistente, lograría un modo de decir propio, libre y autónomo. Representó un caso de excepción dentro de los jóvenes artistas que se abrían a posibilidades inéditas de expresión a través del cuerpo a comienzos del siglo XX.

Mary Wigman. Danza de la bruja

La intérprete vivió los dos conflictos bélicos mundiales, sufriendo incluso  persecución política. Sin embargo, perseveró manteniendo la autenticidad de su discurso introspectivo que fluctuaba, sin contradicciones, entre el lirismo y el gesto grotesco. Los dos extremos de la condición humana quedaron evidenciados con contundencia en sus obras Pastoral, el regocijo por el movimiento espontáneo y Danza de la bruja, acto intrínseco de posesión y locura. En ambas, la ausencia intencional de un código determinante sobresale. La creadora destacó fundamentalmente por sus acciones unipersonales, rituales escénicos en los que el movimiento prevalecía con independencia de la música y las formas preestablecidas.

En 1920, Wigman funda su propia agrupación que en su tiempo se convirtió en suceso artístico. Una década después y durante tres ocasiones, viajó a Estados Unidos de América, estableciendo un significativo acercamiento con Martha Graham y las más notables figuras de la danza moderna de ese país.

Mary Wigman llevaba dentro de sí una innata condición docente que la llevó a ser un factor fundacional de los primeros centros de estudios de danza libre alemana, principalmente los ubicados en Dresden, Leipzig y Berlín, que lograron configurar la concepción liberal y la estética contestaría de su discurso. Entre sus discípulos fundamentales figuraron: Hanya Holm, quien dirigió la escuela establecida por Wigman en Nueva York en 1931, Yvonne Georgi, Gret Palucca, Margarethe Wallmann y Harald Kreutzberg, bailarín que ofreció un recital de danza expresionista en 1959 en el Teatro Nacional de Caracas.

He aquí la bruja

Danza de la bruja, supone una ruptura que se constituye en hito dentro las obras unipersonales de Mary Wigman. Una primera versión de ella, creada alrededor de 1914, la conectaba con el espíritu de las artes escénicas orientales. La percusión como aporte rítmico enfatizaba en una sólida convicción de la creadora sobre la relación de independencia entre movimiento y música.

Una revisión de esta misma obra, presentada cerca de 1926, le incorpora la máscara, evasiva y, al  mismo tiempo, reafirmante de identidad, profundizando así la teatralidad expresiva.

Se trata de un acto escénico a tierra, que enfatiza en la zona espiritual del cuerpo, centrada en la cabeza y el pecho, y muy especialmente en la emocional, ubicada en el torso, en este caso poderosamente enérgico y violento. Un rito corpóreo primitivo revestido de seda que lleva consigo enajenación y muerte. Mary Wigman recordó el momento exaltado de su creación al escribir: “Desmelenada, los ojos hundidos, el cuerpo sin forma: he aquí la bruja”.

Reconstrucción de Danza de la bruja en el programa escénico Libertarios, precursores de la danza moderna

En 2008, Danza de la bruja formó parte del programa escénico Libertarios. Precursores de la danza moderna, presentado por el Instituto Universitario de Danza en Caracas, proyecto que reunió obras históricas de la danza libre, la danza moderna estadounidense y la danza expresionista alemana, especialmente creadas para esta ocasión por reconocidos coreógrafos nacionales. Esta obra en concreto, fue reconstruida por Claudia Capriles e interpretada por la bailarina Angely Sierra y el percusionista Eliazar Yanez, contando con los diseños escénicos de Omar Borges y Jonathan Rodríguez. Libertarios también fue representado en el Festival de Jóvenes Coreógrafos e igualmente por la Compañía Nacional de Danza de Venezuela.

El gesto y la palabra

Algunos de los más significativos textos de la teoría de la danza provienen de los creadores de esta manifestación escénica. La praxis artística y sus procesos puede resultar un punto de partida posible para el abordaje del movimiento desde una dimensión literaria, que contribuya a una visión de totalidad y a su definitiva trascendencia.

En estos casos, un ejercicio generalmente reservado a terceros ajenos al oficio creativo, se convierte en factor determinante para un amplio entendimiento de la obra de danza, sus contenidos y sus formas, desde las vivencias y los alegatos del propio coreógrafo, bailarín o maestro. Opera así una singular transferencia de lenguajes: de las especificidades del vocabulario del cuerpo a las implicaciones de la palabra escrita.

Uno de los ejemplos más reveladores del movimiento convertido en literatura lo constituye el libro El lenguaje de la danza (Die sprache des tanzes), de Mary Wigman, publicado inicialmente en Stuttgart en 1963, con una edición americana en 1966,  genuino testimonio del pensamiento y las acciones de esta creadora.

La referida publicación contiene en sus páginas la motivación generadora, la filosofía orientadora y las formas estéticas que caracterizan el hecho escénico en Wigman. “La expresión en la danza -señaló la autora- está absolutamente ligada al hombre y su capacidad de moverse. Cuando esta deja de manifestarse la danza enfrenta sus límites”.

Igualmente, queda clarificada en el libro su interna condición docente, que mantuvo en alto contra todo evento. Se refería a la existencia de un “Eros pedagógico”, mediante el cual alumno y maestro se acercan y se alejan en un movimiento permanente y renovado.

Mary Wigman junto a Martha Graham

Su voz de  da cuenta, igualmente, de la valoración que hace de sus propias obras, tanto las individuales, de profundo aislamiento e intimidad, como las grupales, gregarias y orientadas por un propósito colectivo.

Las palabras de Mary Wigman son tan elocuentes como los diversos grados de su expresión. En ambos, el ser humano es el protagonista. “Debemos descubrir al hombre que hay en el bailarín, antes que dirigirnos al bailarín que se halla en el hombre”.

 


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