De acuerdo con las informaciones disponibles, entendemos que navegan hacia Venezuela varios tanqueros, que transportan la gasolina que el régimen de Nicolás Maduro ha comprado a precio de oro a los ayatolás iraníes. Algunos comentaristas especulan acerca de una posible confrontación con la Armada estadounidense en aguas caribeñas. Según tales conjeturas, Washington cerraría el paso a las embarcaciones enviadas por Teherán, las abordaría y quizás las confiscaría. Desde la capital iraní se escuchan entretanto advertencias, según las cuales, de concretarse las hipotéticas acciones norteamericanas, habrían “serias consecuencias”.

No creemos que Washington detenga los buques iraníes, pero de pronto nos equivocamos. Que sepamos, el gobierno de Trump no se ha pronunciado oficialmente al respecto. Es cierto, Washington no avisaría de su intención a menos que estuviese plenamente dispuesto a llevarla a cabo. En ese caso, el de una advertencia explícita, pensamos que Teherán debería tomarla muy en serio, sobre todo en vista de lo ocurrido con el general Qasem Soleimani en Bagdad el pasado 3 de enero. Todo indica que resulta aconsejable no desestimar las amenazas de Trump, pues cuando se hacen efectivas son letales.

Ahora bien, ¿tienen igual credibilidad las amenazas iraníes? El problema radica en la asimetría de los contrincantes y de lo que está en juego para ambos. En el escenario hipotético de una acción estadounidense contra los tanqueros en ruta hacia Venezuela, una también conjetural retaliación militar iraní tendría lugar probablemente en la zona del golfo Pérsico, contra la poderosa flota norteamericana que navega en esa región, o se desarrollaría en forma de ataques terroristas contra otros blancos norteamericanos en el Medio Oriente, por ejemplo. ¿Y entonces, cómo reaccionaría Washington? ¿Es factible una guerra de significativas dimensiones, producto de la gasolina que avanza hacia Venezuela? Pensamos que sí, en teoría, pero que ello es poco probable, por los momentos, en la práctica. En este sentido, conviene recalcar que la política de Estados Unidos hacia la dictadura madurista, por ahora, es de gradual asfixia económica y no de cerco total y permanente.

Con respecto a la gasolina adquirida a Teherán, deben tomarse en cuenta varios aspectos. Este tipo de operación no se repetirá, o a lo sumo pocas veces. El oro venezolano no es inagotable, las distancias entre Irán y Venezuela son enormes, y los propios ayatolás necesitan combustible para su gente, agobiada por el desastre económico generado por otra tiranía, tan delirante como ineficaz. La operación de transporte que ahora contemplamos nada tiene que ver, para citar un caso, con el puente aéreo que los aliados occidentales llevaron a cabo para alimentar a los berlineses, luego del bloqueo terrestre soviético a la ciudad en 1948-1949. Durante casi un año los occidentales llegaron a transportar por aire hasta 9.000 toneladas diarias o más de suministros, a razón de unos 900 vuelos cada 24 horas. No imaginamos a Irán, ni a nadie más, invirtiendo tan cuantiosos recursos y esfuerzos para que los organismos represivos de Maduro carguen sus tanques.

A pesar de todo lo dicho, los peligros que encierra este tipo de situaciones no deben menospreciarse. Las dificultades surgen de la incertidumbre, de los pasos en falso, del azar y los accidentes que son parte insoslayable de los eventos humanos, en particular cuando se trata de escenarios en los que desempeña un papel la amenaza de la violencia. De modo que ya veremos qué pasa. Lo que sí afirmamos con seguridad es que, de un lado, la gasolina que viene en camino no le resolverá al régimen venezolano sus gravísimos problemas, y de otro lado que lo mejor, en esta oportunidad, es que Washington actúe con prudencia. No merece la pena otra opción.

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!