Hacía mucho calor y nada de brisa. Las ropas de tela menuda se pegaban a los cuerpos como cuando se sale vestido del agua. Un acordeón lejano sonaba una melodía pegajosa… Un aroma encantador flotaba en el ambiente… Toda la estancia olía como a mamones floridos…

Ella tenía un solar en la parte trasera de la casa donde colgaba un chinchorro de moriche en el que se columpiaba como una niña. Había dejado de atender a las tantas y a los cuantos que diariamente iban a consultarse. Sus poderes estaban intactos y la noticia de sus portentos corría allende las mares. Había quedado muda después de escuchar tantos horrores y disparates, tanto odio y deseos de venganza, de tanto horror visto y oído. Había quedado muda después de tanto llorar y cantar sufrimientos. No por ello dejó de atender al griego, su visitante de turno.

Le avisaron y, en un impulso suave, se levantó para ir a su encuentro. Sabía que el hombre venía abatido luego de muchos traspiés por los caminos; que quería paz, que ansiaba descanso.

Pasaron al griego al sitio de las citas, un lugar oscuro y fresco con las ventanas abiertas y las cortinas ligeras que apenas se movían. Se sentaron frente a frente. El hombre no paraba de hablar en su ansiedad desesperada. Estaba hastiado de una realidad abarrotada de golpes, atestada de calamidades. Clamaba por sosiego, le urgía descansar, quería paz.

Suavemente, ella le invitó a callar. Con una ceja arriba y voz leve, le preguntó, susurrando:

―¿Descansar en paz?

El griego asintió involuntariamente y al instante dejó de mover la cabeza porque había escuchado mejor la pregunta. La gitana permaneció callada mientras leía las cartas echadas sobre la mesa redonda de paño vinotinto. Musitaba, hablaba para sí misma, asentía, confirmaba, ratificaba…

Hacia el final de la sesión, la gitana levantó sus ojos enormes y bellos, miró fijamente al griego con tierna hondura, esbozó una pequeña sonrisa y ya con su voz más clara, inteligible, le pudo decir como en un canto:

Que el viento te sea de provecho ansí en la proa como en la popa y todo salga a pedir de boca.

Que las diosas y los dioses canten en tu corazón y te den latidos hondos, respiraciones profundas y sonoridades celestiales.

Que la paloma negra te vuele y todos los pájaros también, encontrando nidos y libertades.

Que todo tu cuerpo sea hervor, brasa, calentura, lava.

Que se te haga agua cada boca con el último suspiro de cada noche de deleite.

Que el recuerdo de quien te mire se vuelva tiesura, frenesí, canción.

Que sean tuyas las pasiones si las quieres y te provocan.

Todo va a estar mejor.

Dichas estas palabras, la gitana atravesó la pared y se marchó y el griego, se disipó.

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