Cuando examinamos las relaciones externas de China con la región latinoamericana, no son los asuntos de seguridad y defensa los más resaltantes. Tendemos a deleznarlos porque no existe país alguno en nuestro entorno actuando dentro de las grandes ligas de lo militar. Sin embargo, no pasa inadvertido para Pekín la distancia que nos separa de Estados Unidos y el alto nivel de influencia que la primera potencia ejerce en la región que se ha dado en llamar eufemísticamente su “patio trasero”.

Un trabajo publicado por Real Clear Defense en enero de este año con la rúbrica del experto R. Evan Ellis intenta abrirnos los ojos sobre la creciente gravitación que el gigante de Asia viene desarrollando y los riesgos de seguridad que ello comporta para los amigos y no tan amigos de Washington.

Es cierto que tanto a China como a los países del continente les asiste el derecho de establecer relaciones mutuamente beneficiosas en lo económico, pero pareciera existir un soterrado interés del lado de los socios asiáticos de penetrar en el interior en temas altamente sensibles no solo para Estados Unidos sino para los países recipientes de negocios o activos en el comercio bilateral con Pekín.

La exportación de su modelo autoritario en el cual los derechos humanos y las libertades están subordinados a los intereses del Estado pareciera inspirar muchos de los proyectos y acciones que China adelanta por fuera de sus fronteras, aun cuando a simple vista sea un benigno interés económico el telón de fondo que los abarca. A China parece acompañarle en su política exterior un expansionismo que tiene una vertiente militarista.

El avance de su poderío global, dentro de este contexto, estaría supeditado a la influencia que logre conseguir en cada país con el cual se relaciona, para lo cual es necesario penetrar a su favor el orden de las instituciones, crear fuertes monopolios subordinados a sus designios, controlar cadenas de valor, silenciar las críticas que puedan existir en su contra, y contribuir a crear un ambiente político, institucional y de negocios que sea proclive a sus intereses y receptivo a su avance. En ese terreno todo estaría permitido, incluyendo la perversión de las instituciones a través de la corrupción de los funcionarios.

Lo que luce evidente para un experto en seguridad, no lo es tanto para un analista de las corrientes de comercio o del impacto económico de los negocios bilaterales. Para solo citar algunos ejemplos de las distorsiones que pudieran estar generándose es preciso estar atentos a la penetración china en los sectores de energía y de minerales estratégicos en Brasil, Chile, Argentina, Venezuela, México y Bolivia. En muchos de sus proyectos los socios asiáticos o quienes financian sus operaciones resultan ser empresas controladas por el Partido Comunista de China. Otro tanto es visible en países como Jamaica y Paraguay en los que hay un esfuerzo chino notable por el control de negocios vinculados con infraestructura de transporte, puertos, ferrocarriles o de comunicaciones.

No parece que el doctor Ellis esté viendo fantasmas en el armario. Su invitación es a hacerle una radiografía profunda y un concienzudo seguimiento a la penetrante actividad china en los países del vecindario para detectar, además, los intereses cruzados que podría haber entre ellos y sus implicaciones estratégicas de seguridad.

La Nueva Ruta de la Seda podría estar revistiendo un proyecto útil a los intereses de la gran potencia china, mas inocuo e inofensivo para terceros.


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