En un ensayo que escribió José Rodríguez Iturbe sobre Augusto Mijares vemos cómo insiste en la necesidad que tenemos los venezolanos de aprender que las virtudes se adquieren gradualmente. Dice que estamos escasos de “hábitos que se vuelvan norma”, que se vuelvan regla de vida para poder salir del caos en el que hemos caído en muchos momentos de nuestra historia republicana y que se sigue verificando ahora, con más razón.

Estos hábitos se aprenden en la escuela, pero ante todo, en el hogar. Los hábitos que podemos enseñar en la escuela tienen que ver con las virtudes ciudadanas; en el hogar aprendemos a ser hombres y mujeres de bien, con costumbres virtuosas y buenos hábitos arraigados que nos hagan, también, buenos ciudadanos. Necesitamos ser buenas personas; eso nos garantizará ser buenos ciudadanos. Esto último, sin embargo, se aprende a lo largo del camino, pues asociarnos con los vecinos y ocuparnos de la cosa pública no es algo a lo que estamos acostumbrados. Solemos resolver las cosas por cuenta propia, porque en el ambiente nada ayuda a trabajar en equipo.

En estos tiempos, sin embargo, se ha visto cómo han proliferado los grupos de vecinos que, por necesidad, se han unido para defender sus derechos a los servicios básicos y cuidarse unos a otros. Estos son buenos hábitos que se han vuelto norma, pues ha sido una constante que ha ido creciendo a lo largo de los años.

La educación es siempre la solución a nuestros males. Una educación que debe ser paciente, pues la gente aprende poco a poco, mientras crecen, en el caso de los niños, y mientras aprendemos a asociarnos para resolver problemas comunes, en el caso de los adultos.

Rodríguez Iturbe insiste en que la educación es gradual y debe ser un proceso político-social para que la cultura permee a todos. La impaciencia nos ha hecho mucho daño porque nos ha llevado a desear que todo cambie inmediatamente sin implicarnos nosotros en el cambio. Si bien las circunstancias han de cambiar, somos nosotros los que también debemos cambiar en el proceso.

Cambiando nosotros empezaremos a creer en la posibilidad de cambio de los demás y del entorno, pues al involucrarnos en el proceso nos sentiremos parte de algo más grande que nosotros y desearemos seguir arrimando el hombro. Uno cree que los cambios son posibles si verifica cambios en uno mismo, pues la dinámica de creer en el hombre y en sus posibilidades se activa.

Hábitos que se vuelvan norma son entonces esos buenos actos repetidos que nos guían hacia el bien y nos conducen a la estabilidad, algo tan añorado en nuestro país. Todos podemos trabajar por esto, no solo en nuestra familia sino en nuestra comunidad. Así el país se enrumbará por un canal que le abrirá camino a cosas más grandes. Imperará el orden y no el caos. Nos trataremos como personas, no como enemigos, y habrá paz y fraternidad.


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