La noticia se ha producido esta madrugada. Antes de las primeras luces. Superbigote había citado a medianoche al excontralor -ahora en funciones de inflador de globos… perdón, de votos- para que presentara el informe sobre la más célebre de las inhabilitaciones. Era una hora apropiada, porque el asunto impide congeniar el sueño.

Amoroso como es cuando la patria le exige compromisos de envergadura, el ex se presentó en palacio con una carpeta roja cruzada por los colores de la bandera  y las ocho estrellitas revolucionariamente esparcidas por la carátula en la que se leía el rótulo de los rótulos: Hasta el final.

También tembloroso ante el llamado intempestivo del jefe, con la resaca de estos días en el cuerpo, abrió con torpeza la carpeta en la que apenas había una página en blanco a la que estaba adosada una foto de la innombrable. «¿Eso es todo?»,  soltó el mandamás tras el primer vistazo y mientras se alisaba los mostachos.

La entrada en escena de la primera combatiente, aún en bata de dormir, obligó a interpelador e interpelado a cerrar con un par de manotazos el archivo de sus desventuras. «¿Qué haces, Nico?, sigues con tus fotos, por no dejar ni siquiera en estos días de recogimiento».

El ex exhaló un suspiro ruidoso. La cosa no es conmigo, pensó. «Cilita, dijo el jefe reponiéndose del susto de la aparición, ¿ya colaste el café?, quiero un negro fuerte con mucha azúcar, porque este es un trago amargo», y fijó la vista en el vaporoso inhabilitador, encogido frente a él, en la butaca de los acusados.

«No hay nada, Elvis», espetó el bigotón y se metió el primer trago largo del café Flores. El ex tosió como tose un motor griposo. «Con esto del esequibo…», y lo farfulló en minúsculas, o así se oyó, según testigos, hecho ya una cosa también minúscula entre los pliegues del butacón, con ganas de poner los pies en polvorosa.

Tras un segundo trago fondo negro, Nico se arrellanó en su solio miraflorino y echó mano al teléfono rojo rojito. “Aló, Jorge”, dijo desganado, por costumbre; “Aló, presidente”, le devolvió el auricular. “Soy Maduro+, no me confundas, que ya tengo suficiente con el odioso expediente…”; “Estamos negociando”, y era un hilillo de voz llegada desde un diván fuera de cámara.

“Lo anunciamos en el santo e inocente día de hoy y la gente creerá que es una broma”, disparó Elvis, el chisposo, asomando la nariz desde detrás de la butaca. “¿Cuál gente? ¿La que inventó Schemel que iba a votar el 3D? ¿La que me tiene liderando los focus esos, los grupos de amigos de los amigos del dizque encuestador?”, empezó con tono fuerte y terminó compungido el hijo predilecto del comandante supremo.

La primera combatiente le repitió la dosis cafetera y le llevó un bolígrafo. “Firma y tómate ese último trago. Esto se acabó”.


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