A finales del pasado mes de agosto, en cadena de radio y televisión, Nicolás Maduro calificó a Henrique Capriles de idiota e imbécil por afirmar que en Venezuela hay una dictadura. El asunto me toca directamente porque desde hace muchos años, en mis escritos sobre este gobierno y el de Hugo Chávez, me he referido a ambos como dictaduras o tiranías. Realmente ignoro la razón de tanta sensiblería por parte del conductor de Miraflores pues él, más que nadie, debería tener clarísima la real naturaleza de la revolución socialista que pretende imponer a los venezolanos, sin importarle las limitaciones establecidas en la Constitución y las leyes pertinentes. Revisemos entonces el atributo o cualidad de la dictadura, por un lado, y la democracia, por el otro.

La figura del dictador no es para nada nueva. Ya en los tiempos de la antigua Roma encontramos al singular personaje. Este aparece en el momento en que la república confrontaba situaciones políticas de extrema gravedad. En circunstancias tales, los miembros del Consulado procedían a designar a un dictador que asumía todos los poderes del Estado hasta el momento en que la normalidad era reestablecida. Es a partir de la aparición de las modernas democracias, en el siglo XIX, que el término se pone nuevamente de boga, pero en esta ocasión para identificar a los gobiernos que usan como fachada la denominación democrática cuando en verdad su acción política se aparta del modelo democrático liberal.

En ese momento surge la necesidad de una definición clarificadora: se llama entonces dictadura a las formas de organización política en las que el poder supremo está encarnado o representado en una sola persona o un grupo pequeño de personas, que lo ejercen de forma total o absoluta. ¿Entiendes Nicolás? Esa precisamente es nuestra realidad política desde los tiempos del difunto de Sabaneta.

Si bien es cierto que las dictaduras son normalmente producto de golpes de Estado, hay ocasiones en que su instauración deriva de acciones de la élite gobernante o su máximo líder. Eso ocurrió así con Hitler en Alemania y Mussolini en Italia; y también se concretó aquí con Chávez y Maduro. En nuestro caso, tal ha sido la debilidad de las instituciones fundamentales del Estado (Poder Judicial, Tribunal Supremo de Justicia, Contraloría General de la República, Defensoría del Pueblo, Fiscalía General, Poder Electoral y Banco Central de Venezuela) que sus acciones no son más que el producto de los deseos y requerimientos del gran ventrílocuo que se sienta en Miraflores. Tales prácticas derivan irremisiblemente en conductas y políticas propias de toda dictadura.

Nicolás debería leerse Los orígenes del totalitarismo de Hannah Arendt y reflexionar sobre lo que esta autora señala hacia el final de su magna obra: “…la legalidad es la esencia del gobierno no tiránico y la ilegalidad es la esencia de la tiranía…”. Pero con Donald Trump tan cerca de nosotros, las posibilidades de aplicar una política de terror amplia y permanente es cada día más difícil.

Lo antes expuesto evidencia que eso de idiota e imbécil fumea por otro lado.

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