Bryan Caplan, economista del conservador CATO Institute, popularizó el concepto de “irracionalidad racional” que, según el académico, ocurre cuando algunas personas tienen preferencias por creencias con un costo marginal muy bajo. Caplan postula que la curva de demanda por creencias irracionales indica la cantidad de irracionalidad que una persona está dispuesta a tolerar. Aplicando la ley de la oferta y la demanda, cuanto menor es el costo de una irracionalidad, mayor es su demanda. Cuando el costo de una mentira es cero, la demanda por esa mentira es alta. Si esa irracionalidad o mentira ofrece beneficios, la demanda por ese desatino será mucho mayor. Este parte del mecanismo sobre el cual se basa el populismo.

En la encrucijada política en que se encuentra Colombia, la demanda por las irracionalidades de Rodolfo Hernández es alta porque fanáticos de derecha ven en esta creencia un beneficio, la derrota de Petro, independientemente del daño que se le pueda causar al país o a su propia agrupación. Ciegos, los anti-Petro fanáticos uribistas, no ven que el triunfo de Rodolfo Hernández lleva consigo la destrucción de un liderazgo populista conservador más racional, el de Álvaro Uribe.

Desde el 29 de mayo, día de las elecciones, Álvaro Uribe permanece en un silencio mucho más elocuente que los gritos fanatizados de sus seguidores que vociferan contra sus adversarios o adulan desvergonzadamente a Rodolfo Hernández como la senadora Cabal. La ironía de esta dinámica política ha atrapado a Álvaro Uribe en una peligrosa mecánica. Si apoya a Hernández, un apoyo que este no ha solicitado o desprecia, será corresponsable del caos que su instinto le dice provocará el arlequín de Bucaramanga. Si se opusiera públicamente a Hernández, la jauría fanática de sus seguidores lo acabaría a dentelladas porque Petro ganaría sobradamente.

La única salida de Uribe de la encrucijada en que se encuentra es apelar de nuevo al “voto estratégico”, el mismo por medio de la cual sacó del juego a Fico porque las encuestas aseguraban que si ganaba la opción de la primera vuelta perdería embarazosamente en la segunda. La decisión de Álvaro Uribe entonces fue correcta, abrirle paso a Hernández, quien, con sus limitadas entendederas, nunca comprendió el juego maestro de Uribe que lo llevó gratuitamente al segundo puesto. El corto proceso entre la primera y la segunda vuelta ha demostrado que el viejito Hernández es mucho más torpe de lo que imaginábamos.

De modo que sería lógico que en la estrategia que rumia en silencio Álvaro Uribe, aplique de nuevo el “voto estratégico” para prevenir el caos que sobrevendrá si el desembozado y desmelenado populismo de Hernández alcanza la Casa de Nariño. Este caos se llevaría por delante el liderazgo de Álvaro Uribe, el único capaz de morigerar los instintos radicales de Petro, si este ganara como resultado del “voto estratégico” librándose, con la misma jugada, del peligroso populismo de Hernández.

La encrucijada de Uribe y su silencio evoca la del jugador de ajedrez que en un campeonato tiene prácticamente perdido el juego y acude al recurso del “time-out”. No importa cuánta ventaja tenga un jugador en el tablero, si no mueve la pieza en el tiempo reglamentario pierde. Si el oponente no tiene una posibilidad material clara para dar un jaque mate y se acaba el tiempo, el juego es un empate, incluso si uno de ellos estaba ganando. Si Uribe, con un “voto estratégico” o una forma de “time-out” saca a Hernández del juego, empata el juego. Petro es presidente y Uribe el líder absoluto de la oposición. De otra manera, un Hernández presidente, el líder indiscutible de la oposición sería Gustavo Petro y Álvaro Uribe se desvanecería  en el horizonte, como el viejo cowboy de las vaqueras de Hollywood.

Desconfiar de la trayectoria de un político como Petro, no es extraño. Pero una carrera política de 50 años, consistente con las mismas ideas, hace a un Petro predecible en contraste con las vaporosas ideas de Hernández. Petro propone un “cambio político” con el que se puede lidiar políticamente, a diferencia de Hernández, a quien le gusta ser comparado con Donald Trump, otro desmarañado populista quien, pese a la fortaleza de las instituciones de Estados Unidos, de las cuales carece Colombia, su período culminó con una violenta insurrección y el asalto al Capitolio, un delito que lo está conduciendo ahora mismo a un inexorablemente juicio penal, sin precedentes en la historia de Estados Unidos.

Por alguna razón, probablemente explicable por ese segmento de ignorancia incrustado en Colombia como en el resto del continente, uribistas arrogantes y autosuficientes, como la atolondrada Cabal, piensan que el cromosoma del populismo desembocado es exclusivo de la izquierda. No comprenden que sacar del juego político a un improvisado y peligroso prestidigitador como Rodolfo Hernández es una acción política profiláctica que permitirá que Colombia regrese a los escarceos políticos tradicionales con reglas más o menos claras y actores predecibles como Álvaro Uribe y Gustavo Petro.

Al rescate

La ignorancia de los fanáticos de Hernández en las filas uribistas no la debería desestimar Álvaro Uribe, es una fuerza, una energía en toda comunidad humana que, agrupada por un demagogo, como ocurrió en Estados Unidos, puede devenir en un gran poder político. Colombia no escapa a estos designios y podría estar a punto de vivir la experiencia de Estados Unidos, pero sin la fortaleza de las instituciones de esta nación, como ocurrió en Venezuela con un Hernández de uniforme.

La desigualdad social y económica en Colombia rivaliza con la de los países de la África subsahariana, es la mayor de América Latina y está más cerca de la estructura rural de la Rusia de los zares que de un Estado moderno. 1% de las fincas de los más poderosos ocupan 81% de las tierras de Colombia. 80% de la tierra de uso agropecuario está dedicado a la ganadería de esos poderosos y solo 20% a los agricultores. Por eso la oportunidad de cambio que ofrece Petro tiene validez y justifica lo que algunos ven como un riesgo calculado.

Afortunadamente parece haber reservas que bien pudiera evitar que el país se precipite al abismo del proyecto gaseoso que se anida bajo la pelusa anaranjada de Rodolfo Hernández. Uno de los más representativos intelectuales de Colombia, Alejandro Gaviria, ex rector de la Universidad de Los Andes y exministro, quien ha formado parte del status quo, hizo algunas interesantes reflexiones para El País de España de una claridad, de una sensibilidad social y un sentido común que no ha debido dejar indiferentes a muchos de los que padecen la dilemática crisis existencial de Colombia.

Alejandro Gaviria:

  • “Los riesgos de un rompimiento institucional, sobre todo en el Congreso y en las cortes, son mayores con Rodolfo Hernández”.
  • “El apoyo a Hernández, un empresario populista con un discurso anti-sistema conlleva un riesgo mucho mayor”.
  • “Petro ha hecho un esfuerzo por articular una visión de cambio, ha respetado el debate, ha presentado ideas, propuestas. Rodolfo, no”.
  • “El discurso del exalcalde de Bucaramanga acaba con la confianza de las instituciones y mina la idea de la democracia por “una ventaja electoral”.
  • “Hay mucha insatisfacción. Podría ser mejor una explosión controlada con Petro que embotellar el volcán con Hernández. El país exige un cambio”.
  • “Algunas de las ideas de Hernández son mera charlatanería”.
  • “Me rebelo a la idea de ‘cualquiera menos Petro”.
  • “Uno de los problemas más complejos que tiene Colombia es el tema fiscal. Cuando Rodolfo Hernández dice que para resolverlo simplemente hay que dejar de robar y cerrar unas cuantas embajadas, yo creo que está mintiendo”.
  • “Es una obviedad que el anti-petrismo, y algunas formas de anti-petrismo irracional, son muy prevalentes en ciertos círculos”.
  • “He asumido un costo personal muy alto por esta definición, pero estaba dispuesto a pagarlo. Yo escribí un libro hace algunos años titulado Alguien tiene que llevar la contraria, me toca practicarlo esta vez”.

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