No obstante el revuelo por revelaciones recientes  en medios judiciales de Estados Unidos, ya se conocía que Alex Saab conversó hace tiempo con la DEA. Incluso por medio de un emisario que llevó este mensaje arrogante: si el entonces presidente Donald Trupm recibía al empresario colombiano, volvería a ganar las elecciones.

“Eso da una idea de cuánto sabe Saab, o cree saber, sobre los secretos del gobierno de Maduro”, le dijo el periodista de investigación Gerardo Reyes al  corresponsal del diario El País de España en Colombia, Santiago Torrado, en julio de  2021.

Precisamente Reyes aporta un dato particularmente sugestivo en su  libro Alex Saab, la verdad sobre el empresario que se hizo multimillonario a la sombra de Nicolás Maduro: Álvaro Pulido, socio colombiano de Saab en los negocios en Venezuela, en realidad sería el antiguo narcotraficante Germán Enrique Rubio Salas, que se cambió el nombre tomando la identidad de otro colombiano que falleció en 2005 en Miami.

Y tal vez no sería una sorpresa que los socios colombianos de Maduro se internaran también en el negocio del narcotráfico, campo donde la especialización del régimen deja suponerlo.

Ese y otros secretos, como la conexión Turquía-Rusia-Irán para saquear el oro venezolano y burlar las sanciones de Estados Unidos, lo mismo que la ruta de los dólares del robo permanente por la jerarquía chavista, parece ser el reto de la justicia norteamericana más allá de probar que Alex Saab y su socio Álvaro Pulido permearon el sistema financiero de ese país para lavar dinero sucio de la corrupción a la sombra del régimen de Maduro.

Pero la justicia de Estados Unidos, que siempre se opuso a retirar la condición de fugitivo de Saab, ha dicho que tiene “un caso fuerte” contra el barranquillero, y eso autoriza la conjetura de que ha acumulado cuidadosa y laboriosamente pruebas capaces de convencer a un gran jurado.

Algo que asimismo apoya esa tesis es que el sistema de justicia en Cabo Verde, el pequeño archipiélago frente a la costa de África occidental, no se rindió a los pies de un “diplomático” de dudosas credenciales en el proceso de extradición de Saab a Estados Unidos. Maduro le otorgó entonces a su testaferro el estatus pomposo de  “embajador extraordinario y plenipotenciario, representante permanente alterno de la Misión de Venezuela ante la Unión Africana”. Pero inmunidades como esas no suelen ser retroactivas y la argucia del régimen venezolano fracasó.

Ahora uno de los documentos desclasificados por orden del juez Robert N. Scola señala que Saab entregó dinero a Estados Unidos y la DEA como parte de un acuerdo de autoentrega para “enfrentar cargos por su conducta delictiva”. Y pese a que la exmodelo italiana Camilla Fabri denuncia en cuidadosos tuits una “conspiración muy bien coordinada” contra su marido, la justicia en su país avanza también para desentrañar negocios del empresario colombiano. Por eso el miedo acosa y persigue otra vez en las calles de Caracas a quienes con pintas intentaron convertirlo en diplomático. Y parecen agotados los esfuerzos para que el “guerrero” que dice ser el barranquillero no los traicione en su papel de confidente de la DEA.


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