A estas alturas hay cosas más que evidentes. Difíciles de aceptar públicamente para algunos opositores, pero innegables. Maduro y su coalición de gobierno soportaron la ofensiva estratégica que dirigieron sectores intransigentes de la oposición. Entiéndase como intransigentes los sectores opositores que creían que había que forzar una rendición incondicional del gobierno. Con toda la “amenaza creíble”, la coalición internacional, Corte Penal Internacional y sanciones de todo tipo, la coalición encabezada por Maduro resistió sacrificando al pueblo y la propia existencia de la república. Dejaron claro que su supervivencia está por encima de cualquier principio, programa político, leyes, derechos humanos y vidas humanas. Dejaron claro que, si no hay una oferta política confiable que les garantice su supervivencia en Venezuela (física, política, económica y social), están dispuestos a lo que sea para mantenerse en el poder.

Podemos decir que, aunque muchas voces nos cansamos de advertir al gobierno y a esa oposición intransigente que el mantenimiento o acceso al poder no podía ser a costa del sacrificio del pueblo, se impuso “la hora loca” por varios años. Finalmente, el agotamiento de la estrategia en el plano internacional llevó a reconocer lo obvio: la estrategia tiene que cambiar.

Hoy, salvo algunos casos aislados de egos sordos, todo el país reconoce que la salida al conflicto venezolano es bajo acuerdos, que fracasó la estrategia de la máxima presión para lograr una rendición incondicional, o lo que es lo mismo, Maduro va a salir del poder voluntariamente y no por una acción militar.

Es hora de que los egos acepten la necesidad de la reunificación de todas las fuerzas democráticas en una nueva estrategia. Estamos perdiendo tiempo valioso en esta pulsión para no reconocer el fracaso y hablarle con honestidad al país y a la diáspora, sobre las verdaderas posibilidades de cambio. La salida a la crisis venezolana requiere que se concilie el interés democrático mayoritario del pueblo venezolano con los miedos de la minoría que gobierna. Esto exige buscar puntos comunes, que no encontraremos en los extremos sino en el centro.

Nos referimos al programa económico a aplicar, este no podrá ser neoliberal pero tampoco de estatización y control de precios. Nos referimos al programa político, el cual requerirá de liderazgos moderados de lado y lado, de narrativas democráticas y respetuosas de la otredad, de la recuperación de las instituciones, de la construcción de equilibrios, pesos y contrapesos para que nadie arrase a nadie. Pero también requerimos avanzar en el campo espiritual, lo que Miguel Rodríguez Torres llamó “estremezón espiritual”, pues el odio, la rabia, la frustración y la desconfianza añejada deben ser removidas progresivamente para iniciar, entre todas las fuerzas de la nación, la reconstrucción de la República. Es decir, necesitamos perdonar, para lo cual, más importante que la justicia será la verdad.

Durante años, de lado y lado, los sectores fundamentalistas, los que creen que la solución está en el exterminio del contrario, han conducido al país a un callejón sin salida. Solo cuando los sectores moderados de lado y lado, los que, aun teniendo proyectos antagónicos no creen que debemos exterminarnos, sino buscar formas de convivencia democrática, pasen a conducir las coaliciones en pugna, habrá posibilidades de llegar a acuerdos y respetarlos.

Tanto en la oposición como en el gobierno hay corrientes que saben que esta situación es insostenible, pero estos sectores son víctimas del chantaje del discurso extremista de los fundamentalismos intransigentes. Se requiere de valor en ambos lados para proponer y tributar al cambio de estrategia; pero no seamos ingenuos, esto no va a ocurrir si no hay presión ciudadana para exigir la restitución de derechos.

La oposición perdió la batalla, lo que los obliga a cambiar la estrategia, pero el gobierno la ganó, por lo que la pulsión a lo interno entre moderados y fundamentalistas sigue sin resolverse. Es por eso que se requiere que todas las fuerzas del cambio se alineen, no para exigir rendiciones incondicionales, sino para desencadenar procesos que lleven a la reinstitucionalización nacional. Es igual de ingenuo seguir creyendo que la salida a la crisis vendrá con los Avengers a creer que ir mansamente a elecciones logrará que los maduristas, al ser derrotados, se vuelvan democráticos y entreguen el poder. Por más que los moderados de la coalición dominante planteen que se debe entregar el poder, no podrán cambiar la inercia autoritaria, si no está acompañada la victoria democrática con la movilización de masas y la defensa de los resultados.

Es por esta premisa estratégica que todo proceso de unificación de dirección en las fuerzas democráticas debe tener como norte la mayor legitimación nacional posible. Hablar de elecciones internas, por ejemplo, sin establecer un mecanismo para que su resultado tenga la mayor e incuestionable legitimidad, es no entender la naturaleza del conflicto y los retos que vienen.

Nos preocupa enormemente que la mayoría de partidos y candidatos han decidido, hasta ahora, ignorar este asunto de la legitimidad. Piensan, ingenuamente, que con 20 candidatos o más, podrán ganar con 8% de los votantes y que (aquí entra la ingenuidad) “eso bastará para alinear a todas las fuerzas democráticas bajo su liderazgo”. Olvidan que la historia política reciente del liderazgo opositor es la de la inmadurez política, el egocentrismo y la irresponsabilidad. Nada de lo vivido sugiere que alguien que gane con una minoría será respetado como el nuevo líder de la oposición, ni siquiera como el candidato único. Y todo indica que, de no introducirse mecanismos para garantizar la legitimidad, habrá un nuevo desastre.

La historia venezolana de las coaliciones exitosas es la historia de componentes fuertes que llegaron a acuerdos. Ese no es el caso actual pues hoy todos somos débiles. Por eso, quien gane debe contar con el apoyo de la mayoría del país o estas internas se traducirán en una multifractura y Maduro, con su 17%, ganará transparentemente y se quedará hasta 2030. No habrá necesidad de hacer trampa por la enorme división opositora.

Existen muchas opciones para lograr esta legitimidad, pero señalaremos dos que son viables y no acarrearán costos ni tiempos extras:

La primera es el voto preferente, en el cual cada votante escoge su primera, segunda y tercera opción, logrando de esta manera encontrar al candidato o candidata que tenga el mayor respaldo y el menor rechazo. Por esta vía, el seleccionado estará en alguna de las opciones (primera, segunda o tercera) de la mayoría de los votantes. La otra medida sería una cláusula federal, que quien gane debe hacerlo, al menos, en 12 estados del país. Estas dos propuestas no son excluyentes, sino que se podrían combinar.

Las cartas están echadas y estas opciones son una obviedad a cero costo. De no emplearse estaríamos ante la confesión de que los liderazgos conscientemente sacrifican la legitimidad necesaria para hacer un cambio político, por su necesidad de imponerse sobre el resto de líderes opositores, es decir, la priorización en proyectos personales y no en la superación de la crisis. Estemos atentos sobre quiénes apoyan un método que garantice legitimidad y quiénes no. Esto será un buen indicador para saber por quién votar en estas internas.

@SSancheVz


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