de la consulta
Foto Federico Parra / AFP

El interinato de Juan Guaidó me ha recordado la conocida novela de Balzac , La piel de zapa, en la que  el protagonista es un ambicioso joven  que recibe un pedazo de cuero milagroso que le permite satisfacer sus deseos a costa de agotar su energía vital hasta consumirse en la agonía.

Juan Guaidó comenzó su presidencia provisional con una gran popularidad, una esperanza que trascendió las fronteras patrias para convertirse en un fenómeno global, dado el relevante apoyo y consiguiente reconocimiento de una parte significativa de los Estados que conforman la comunidad internacional. Lo cierto es que el apoyo popular a su figura y a su “gobierno” ha ido declinando, en parte por gravosos errores no imputables necesariamente a su persona, para próximamente llegar a la fecha fatídica del 5 de enero de 2021, fecha en que comienza la nueva legislatura elegida el pasado 6 de diciembre, culminando entonces la actual, elegida el año 2015 y por consiguiente el interinato de Guaidó.  Excusen los lectores la crudeza, pues el 5 de enero la actual asamblea nacional pasa a ser una entelequia y el interinato de Guaidó una ficción jurídica, por más que intenten maquillarlo con los más sofisticados argumentos.

No es motivo de alegría sino de pesar, pesar para la democracia, pues estos tiempos oscuros y nublados no avizoran una ruta clara que pueda conducirnos al final del régimen dictatorial. Las elecciones del 6 de diciembre  revelaron una fuerte abstención, una rebelde actitud de rechazo de la inmensa mayoría de la población hacia unos comicios que no cumplían los mínimos requisitos de igualdad, confiabilidad, imparcialidad, transparencia y eficiencia, que exige como mandato nuestra Constitución a los procesos electorales. En mi opinión fue un torpe  error de Maduro y su régimen  no garantizar unas mínimas condiciones que posibilitaran la participación de sectores relevantes de la oposición en dichos comicios, con lo cual hubiera logrado, así fuese en parte, la ansiada legitimidad de la que adolece  y que nuevamente se queda en la estacada.

Mientras, la oposición sigue dividida cuando debía estar más unida, sin un plan estratégico de cara al futuro y un grupo de dirigentes sin capacidad de liderazgo, enfrascados en una pugna estéril y fútil por sobresalir uno sobre el  otro. En suma, no tenemos un gobierno constitucional, pero tampoco, con el fenecimiento de la actual asamblea nacional, una oposición constitucional, una situación peligrosa dada la carencia de legitimidad que nos muestra el sistema político como un todo,  con un pueblo aparentemente desmovilizado, que en el supuesto de movilizarse, no nos extrañe que sea como la crecida de un río y su efecto desvastador hasta que nuevamente encuentre su cauce, que es mi deseo, sea a través de los canales y posibilidades que la misma Constitución establece.

La piel de zapa de Guaidó pierde aceleradamente su efecto milagrero,  a pesar de los esfuerzos “vinculantes” de una ilusionada  consulta por restablecerlo.  El apoyo internacional es importante pero no suficiente. Los Estados  que conforman la comunidad internacional  podrán reconocer gobiernos de otros Estados, es su decisión soberana, pero en ningún caso pretenden, no son ilusos, legitimar gobiernos, por la sencilla razón de que en democracia solo el pueblo legitima los gobiernos. El tema de las carencias de legitimidad, no únicamente del régimen, sino del sistema político en su totalidad,  es un tema demasiado serio de la actual coyuntura nacional. Abordarlo con seriedad y sentido de responsabilidad es tarea de todos nosotros, no solo de los gobernantes y quienes tengan la pretensión de serlo, sino también de los gobernados, pues como lo prescribe el texto fundamental de la República, la soberanía reside intransferiblemente en el pueblo.


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