Muy lentos corren los tiempos y muy de prisa aparecen y se multiplican las dudas sobre las posibilidades de salir de la tragedia. Cada día que pasa, pesa y aumenta la pesadumbre y hasta podría mermar la voluntad de luchar en un pueblo que no solo está cansado del acoso, sino que  está obligado a ejercer la sobrevivencia, enfermedades ambas que son progresivas y pueden hacer metástasis, de no encontrar el antídoto necesario para combatirlas.

El asunto reviste gravedad y  a mi modesta manera de ver, ya no hacen efecto los placebos para curar el cáncer castro comunista que nos consume, por lo que creo que el presidente Guaidó, desde su interinato y haciendo honor a su palabra sobre la transparencia, está obligado a darnos luces y a fortalecer con un discurso claro la realidad y el estado de la ruta, en el entendido de que si hay que corregir estrategias, hay que hacerlo.

Creo que ninguno de los que integran el comité asesor de Guaidó puede negar que la incertidumbre ciudadana va tomando cuerpo, que ya son muy pocos los que todavía presumen saber dónde y cómo estamos parados, que la visión que tenemos de nuestra realidad política no guarda parecido con los deseos de la inmensa mayoría, que si bien sabemos que, a pesar de que el régimen sufre el rechazo de más de 80% de nosotros los venezolanos, no solo luce unido en su tarea de perpetuarse en el poder, sino que, sin ningún rubor y pagando el altísimo precio que ha pagado y seguirá pagando mientras pueda, hace pactos hasta con el diablo para lograrlo, y que contra viento y marea sigue en su empeño de acosar y perseguir a los diputados elegidos por el pueblo soberano, en destruir a la Asamblea Nacional, último bastión que indica que alguna vez en Venezuela vivimos en democracia, y todo esto mientras redacta y pone en ejecución el decreto para liquidar a Juan Guaidó y hacerlo responsable de todo lo malo que haya sucedido en Venezuela, de no prosperar el cese de la usurpación.

Por el camino que vamos las señales que recibimos son inquietantes. Nos vamos aproximando a un momento en el que no solo la emoción ciudadana corre el peligro de apagarse, sino que el compromiso de la comunidad internacional pueda bajar sus decibeles y esa realidad que va creciendo como la mala hierba es alimentada día a día por una multiplicidad de factores que oscurecen cada vez más el horizonte.

Para explicar el atasco que tenemos para salir de una tragedia que, fatalmente, va en aumento gracias a la perversidad del régimen y su juego, topo a todo para mantenerse en el poder, es necesario ver un conjunto de hechos y circunstancias que hacen de Venezuela una hoja perdida en los vientos de la geopolítica. Que dependamos de  los encuentros o desencuentros que puedan tener los imperios que representan Estados Unidos, Rusia y China es algo más que trágico, porque ello marca la imagen de deterioro que el castro comunismo le imprimió a una nación otrora respetada como tal y no vista, como ahora, como una entidad cuya soberanía ya nadie reconoce, a pesar del uso que en su retórica hueca le dan los capos del régimen en cada uno de sus agotados y repetitivos discursos contra el imperialismo yanqui, que es el único que su irracional fanatismo logra ver en el mundo.

A eso debemos añadir la participación de aliados de la dictadura como México y Uruguay, sentados permanentemente en las mesas que ventilan las posibles soluciones de la tragedia, las andanzas cubanas por todas las cancillerías, los criterios de Zapatero que gozan de la aprobación del presidente del gobierno de España y de su canciller Borrell, siempre dirigido a favorecer y recomendar el “diálogo” y la negociación para llegar a unas elecciones, la posición irreductible de la comunidad europea al manifestar su rechazo a cualquier escenario violento, así nos llame poderosamente la atención, su silencio sobre los actos de violencia extrema que aplican, tanto el régimen como las organizaciones paramilitares que operan libremente a su favor en el territorio nacional, la incompatible lentitud de las gestiones diplomáticas con respecto a la urgencia de un pueblo que ya no aguanta más atropellos, sumado a los permanentes desacuerdos que deliberadamente los aliados de Maduro lanzan ante propuestas como la de las elecciones libres y confiables, sobre las que algunos ya han dejado caer sus cuestionamientos con el propósito de alargar los tiempos de Maduro, todo ello ahora salpimentado por la extrema argucia de un hombre como Putin, y los silencios estratégicos de los chinos, a veces interrumpidos con breves advertencias de su Cancillería, por no hablar de la moderación en el lenguaje de Trump y sus más inmediatos colaboradores.

Sumemos  a todo este arsenal la estrategia de la desinformación proveniente de los laboratorios de guerra sucia que maneja el régimen bajo la veterana conducción del G2 cubano, lo que hace  que la injerencia, la intromisión y el protagonismo de Cuba en nuestros asuntos estén siempre en el primer plano del conflicto.

Como si todos esos factores fueran poco, tenemos los atascos que generan hechos y circunstancias de nuestra propia cosecha, y digo esto no refiriéndome a la conspiración tras bastidores de grupos que trabajan en la sombra por el fracaso de la ruta, como lo he referido en varios de mis artículos,  sino a los planteamientos hechos en una carta abierta firmada por compatriotas luchadores y meritorios, como lo son Diego Arria, María Corina Machado y Antonio Ledezma, en la que formulan varias exigencias a las que Guaidó tendría que dar respuestas que logren disipar las dudas expuestas en la carta, calmar los ánimos, recuperar parte, sino toda, de la fe perdida, y congelar las amenazas e intenciones ya manifestadas por algunos de sus seguidores en el sentido de constituir, partiendo de esas observaciones, un nuevo frente alternativo para sustituir a Guaidó, llevar las riendas y lograr tanto el desalojo del usurpador como proyectarse como un partido de derecha en Venezuela, cuestión esta última que no puede depender del desplazamiento de Guaidó, ni de nadie, y que solo requiere de la voluntad y capacidad de emprendimiento de aquellos líderes que quieran fundar un partido con esos postulados. “Querer es poder” se suele decir.

Porque creo útil el beneficio de la duda y creo en la buena fe, cuestión que en política no funciona, las preguntas indiscretas que vienen a mi mente con respecto a la carta no las haré hasta escuchar las respuestas de Guaidó, por ser el primer interesado en que en esta oportunidad se logre una unidad a prueba de terremoto, sin la cual puede jurarlo  mi querido lector, no podremos salir de la dictadura, ni convencer al mundo exterior para que nos apoye por mucho más tiempo en nuestro intento, como supone quien escribe estas líneas, lo saben los tres luchadores que llaman al botón a Juan Guaidó en una carta que ha despertado una inquietud adicional de carácter divisionista, en una sociedad demasiado inquieta y al borde del desencanto.

Para finalizar repito un pensamiento que con gran pesar me acompaña a toda hora: O nos unimos para enfrentar la tiranía castro comunista, o  la tiranía nos termina de arrebatar el país.


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