Tan inusitada imputación viene de Nicolás Maduro. Es uno de esos tantos ramalazos a los que el conductor de Miraflores ya nos tiene habituados. Nada nuevo, pues, bajo el “esplendoroso” sol de la autocracia venezolana. El fuera de tono y altanero comentario se produjo a raíz de la felicitación que le hizo llegar Juan Guaidó a los triunfadores de la reciente contienda electoral que tuvo lugar en Estados Unidos. En ese gesto del opositor venezolano, el conductor de la revolución “bonita” ve una deslealtad, una traición al presidente Donald Trump.

En el mensaje enviado a través de la red social Twitter, Guaidó dijo lo siguiente: “En nombre del pueblo venezolano, extiendo mis felicitaciones al presidente electo Joe Biden, a Kamala Harris, primera mujer electa vicepresidenta y al pueblo de Estados Unidos. Sabemos que la causa por la libertad y la democracia en Venezuela cuenta con el apoyo bipartidista”.

Se trata de una acción normal y esperada si tomamos en cuenta la posición que ha adoptado el Congreso norteamericano, en pleno, frente al autoritarismo venezolano. Se trata, asimismo, del tipo de mensaje que los gobernantes liberales envían a los triunfadores cuando en un país libre y democrático se ha llevado a cabo una contienda electoral supervisada. Se trata, en definitiva, del tipo de práctica que ya no se cumple con nosotros luego de implantarse aquí un sistema electoral amañado y para nada confiable.

Pero a Nicolás todo lo anterior lo tiene sin cuidado. Su señalamiento va en realidad dirigido a la minúscula minoría que lo apoya a fuerza de dádivas y cantos de sirena. Él no puede ignorar que hace poco más de un mes, en plena campaña electoral, el propio Joe Biden lo calificó de dictador y que adicionalmente fue concluyente al enviarnos un mensaje alentador: “El pueblo venezolano necesita nuestro apoyo para recuperar su democracia y reconstruir su país”. Esa última afirmación tiene un significativo antecedente en el campo demócrata, pues ya para 2015, cuando todavía percibíamos importantes ingresos en divisa, el entonces presidente Barack Obama declaró con reciedumbre: “Venezuela es una amenaza para Estados Unidos”. Más claro no cantan los gallos.

A pesar de la real situación que enfrenta con el gigante del norte, Nicolás no perdió la oportunidad para atacar y degradar las imágenes de Guaidó y el presidente de Colombia, Iván Duque. Pero no alberguemos duda alguna: las declaraciones del sucesor de Hugo Chávez no son más que –como dicen por los lados de nuestra costa oriental– “pancadas de ahogado”.

Mientras la pantomima anterior se desarrolló y concretó, el sacrosanto Tribunal Supremo de Justicia de la “revolución bonita” condenó a 5 años de cárcel a la jueza María Lourdes Afiuni por “corrupción espiritual”. Así como lo leen. Se trata de una expresión “seráfica” y “revolucionaria” que pone de manifiesto lo profundo que se han hundido el país y sus instituciones con la presencia de la más “bella, hermosa, simpática, carismática, institucionalista, equilibrada, armónica, prudente, nacionalista y magnánima” insurrección de la historia de la humanidad. ¡Qué maravilla es poder vivir y compartir con nuestras familias, hoy desparramadas por el mundo, tanta preciosura espiritosa que será recordada por siempre!

Por todo lo antes expuesto no podemos admitir, ni mucho menos pensar, que las encumbradas autoridades del país estén equivocadas o que ni siquiera, como dice el refrán, “estén haciendo pipí fuera del perol”. ¿Verdad?

@EddyReyesT

 


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