“Solo la unidad en torno a Guaidó garantiza la presión internacional».

James Story

 

Las declaraciones de James Story, funcionario del Departamento de Estado del gobierno de Trump, conminando a la oposición venezolana a unirse en torno a Juan Guaidó, me ha causado las viejas conmociones de repulsa de mis tiempos antiimperialistas. Y he temido que provoque precisamente lo contrario de lo que buscaba con su conminación: no la unidad –que debe ser en torno a la salida de la dictadura, no en torno a un personaje que no ha cumplido con esa, la más elemental de sus promesas, como se lo aclarara de manera taxativa María Corina Machado– sino la desunión. Lo he comprobado al recibir el mensaje del personaje en cuestión de parte de un importante asesor cercano a Antonio Ledezma con un exclamativo: ¡clarito! Temo que esa sea la opinión del mismo Antonio Ledezma, con lo cual la política unitaria reclamada se ve fuertemente cuestionada. Guaidó no nos une: nos separa.

Debemos hablar claro y con la misma conminativa franqueza con que nos ha hablado el funcionario norteamericano: si alguna duda me quedaba, la carta de María Corina Machado me lo ha aclarado de una vez y para siempre: Juan Guaidó ha pasado de ser la última esperanza de la solución a ser el primer factor del problema. Y el gobierno de Trump, salvo aclaración en contrario, de ser el aliado privilegiado de la oposición democrática comprometida a darle fin a la usurpación, a ser el principal sostén de un débil, confuso, tambaleante y extraviado gobierno interino. Nicolás Maduro estará refregándose las manos. Nada bueno. El lobo ya está entre nosotros.

Pues el mensaje del funcionario del gobierno de Trump viene a resolverle al Departamento de Estado, sin querer queriendo, el principal de sus problemas frente a la dictadura castro comunista de Nicolás Maduro. Todo lo que ellos pueden hacer por la restauración de la democracia venezolana ya está hecho: se llama Juan Guaidó. Y como Guaidó ha dejado pasar un año y medio sin avanzar ni un milímetro en la ruta que planteara hace año y medio, y a punto de terminar su mandato, podemos dar por cancelado todo recurso al auxilio de Estados Unidos. Y de los países a los que Story, indirectamente, parece representar. Ha sido así la jugada maestra de Leopoldo López, que acorralado y entre la espada y la pared de la dictadura, se comunica con ella bajo cuerda y le tira el salvavidas de un estrambótico interinato. Fiel -miembro al fin de la “aristocracia” venezolana-, a la vieja hipocresía de la clase dominante, como lo sabemos desde los tiempos del Marqués de Casa León: un tirito a la corona y otra a la rebelión.

La incursión del funcionario del gobierno de Trump es extremadamente grave, pues acontece a horas de hacerse pública la carta de María Corina Machado a Juan Guaidó, que venía a plantear una infranqueable línea divisoria entre la oposición oficialista, claudicante y cómplice, ahora también representada por Guaidó con el concurso del Departamento de Estado, y la oposición irrenunciable, diáfana y definitoria que hasta ayer la veíamos expresada en las figuras de María Corina Machado, Diego Arria y Antonio Ledezma. Hoy, salvo expresión en contrario, aparentemente fracturada.

Creo expresar el sentimiento dominante en el pueblo opositor expresándome cien por ciento solidario con los términos expresados por la líder de Vente. Ni Guaidó ni Leopoldo López, muchísimos menos los partidos miembros del llamado G-4, representan la voluntad francamente antidictatorial y rupturista que ha hecho carne del pueblo opositor venezolano. Centrada en dos principios irrenunciables: poner fin a la dictadura, primero; y romper frontalmente con la tradición claudicante, politiquera, estatólatra y socializante de la hegemonía dominante. Herencia y lastre de la cuarta república.

Se trata de dos vectores hegemónicos que diferencian profunda e irrenunciablemente a la oposición que encabeza María Corina Machado, hasta ahora compartida por Diego Arria y Antonio Ledezma, y la administrada por el diputado por el Estado Vargas y conspicuo militante de Voluntad Popular, Juan Guaidó: el liberalismo individualista, de libre empresa, de una parte; y el estatismo socializante y populista, de la otra. Son formas antagónicas de comprender los asuntos públicos y de emprender un cambio en la trayectoria del país. Uno, liberal, individualista, revolucionario; el otro, estatista, populista, conservador. El aceite y el vinagre.

Más que la radicalidad en el enfrentamiento presente con la dictadura, que es notable en intensidad y contenido, diferencian a ambas corrientes opositoras esos proyectos hegemónicos y estratégicos en sus visiones de futuros. ¿Lo saben James Story y los funcionarios del Departamento de Estado, que hoy defienden el modelo reclamado por María Corina Machado en la figura de Donald Trump? Pues sería hora de comprender que el modelo defendido tácita o explícitamente por Juan Guaidó es mucho más próximo del de Joe Biden que del de Donald Trump.

Nos unen con los sectores que respaldan a Guaidó un enemigo principal y una gran tarea: la dictadura y la lucha por salir de Nicolás Maduro. Nos separan dos proyectos antagónicos de país: socialismo y liberalismo.

@sangarccs

 


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