Esta semana una comisión de la ONU presentó un demoledor informe sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela, tanto de parte de los servicios secretos policiales como militares, el Sebin y la Dgcim, que comprende más de un centenar de casos, documentados exhaustivamente, en los cuales la tortura y los tratos inhumanos tienen un lugar descollante. Tan crueles que los tildan de crímenes de lesa humanidad y aptos para sumarlos a las acusaciones en curso contra el país en la Corte Penal Internacional. Pero lo más importante es que lo consideran una política de Estado y dan los nombres de altos funcionarios que comandan el siniestro operativo. Pero todavía más, la estructura es dirigida, según el informe, por la cabeza del Estado, Nicolás Maduro, y cuenta además con el concurso del vicepresidente del partido gobernante, Diosdado Cabello. Es entonces un asunto sumamente grave.

Habría que recordar que esto se suma a informes anteriores de las Naciones Unidas, en especial los de Michelle Bachelet cuando ocupaba el más alto cargo de esa área. A lo cual, por supuesto, habría que agregar el citado proceso de la CPI y las condenas y sanciones de casi todas las democracias y demócratas del planeta. Y recordar, muy esencialmente, que a diferencia de algunas otras dictaduras ha destruido el país entero, del petróleo a la moral.

Todo esto es bien sabido y no vamos a insistir en ello. Solo reiterar que el mundo libre y en especial los vecinos que se precian deberían recordar que aquello de dime con quién andas y te diré quién eres es muy sabia conseja en política internacional. ¿No te parece Gustavo Petro, por ejemplo? ¿No te parece una cuestión de ética política? Pero bueno, el futuro sigue abierto.

Los ejemplos se pueden multiplicar, pero andamos por un lado más inmediato. Es el de los venezolanos que han decidido cohabitar “decentemente” con los tiranos. Apartemos entonces los alacranes y otros nocivos seres que se arrastran sin mayores pruritos, y ya se han dado a conocer. No nos detengamos mucho tampoco en los hombres de negocios a toda costa, que abundan y los harían hasta con Adolfo Hitler. O los opositores antioposición (sic) que suelen regodearse, entre otros sitios, en las redes, que no hay que olvidar que el muy sabio Umberto Eco llamaba, a no todos los usuarios, los imbéciles del pueblo ahora dotados de alguna audiencia y no de la soledad del botiquín; los que suelen, verbigracia, insultar a mansalva a Guaidó y no tienen una pizca de su valor y honestidad.

Los que importan son los que se consideran, cosa curiosa, como políticos y realistas, protestatarios claro, pero comienzan a usar un lenguaje que revela secretas cercanías al menos con algunos de los jefes de la banda en función de moverse en el país con comodidad, muy discretamente eso sí. Y con la esperanza de… Suelen ser oficiales destacados del ejército opositor o algún entusiasta que descubrió jubiloso, por ejemplo, la unidad nacional en el concierto de Oscar D’León, ¡azúcar!

Por fortuna María Corina lo dijo por esta rara vez con todas sus letras: “Maduro y otras autoridades fueron los principales artífices del diseño, implementación y mantenimiento de la maquinaria de represión. A los criminales se les enfrenta, no se convive con ellos”, bien dicho chica.


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