Bogotá, Colombia

Hace seis años estuve en Bogotá para un feliz y soñado reencuentro con dos de mis cuatro hijos que buscaron allende las fronteras patrias, nuevos horizontes. Agradecí y lo reitero ahora a los colombianos, y de manera particular a los bogotanos, la grata acogida que me brindaron durante mi estadía de un mes.

El varón (Carlos) radicado en la capital colombiana y la hembra (Katiuska) en Miami, ambos profesionales, acordaron como punto equidistante para la inolvidable cita la moderna ciudad de los “cachacos”, como se autodenominan orgullosamente quienes allí nacieron.

Bogotá es una ciudad que con sus reformas ha alcanzado una regia remodelación arquitectónica y modernización envidiable. Su transformación en los últimos años es impresionante, y a este humilde cronista que la ha visitado en innumerables ocasiones, más en función profesional que de turista, le sorprendió visitar la otrora ciudad, cuya paz idílica se ha transformado en un torbellino que lo arrastra todo, gracias a la visión que han tenido sus alcaldes, unos liberales, otros conservadores, en quienes han privado más los intereses del colectivo que los suyos.

La capital colombiana comenzó a tomar cuerpo hace un par de años, según nos contó un eminente odontólogo, Javier Gnecco, lamentablemente fallecido hace un año, quien al igual que su hermano, Nelson, vicerrector administrativo de la Universidad Central (privada), llevan en su sangre la estirpe genealógica de una honorable familia bogotana. Es la Bogotá en la que se origina una serie de situaciones y circunstancias, que no encuentran una sola forma de ser en ese ir y venir circunspecto y deshilvanado, en la que se dibujan los conflictos y posibilidades, en la que por antonomasia diversa y dispersa, como lo afirma el literato colombiano Luis Prieto Ocampo: “Es un conglomerado humano, que personifica a todo un país, porque es la patria de todos”.

Bogotá tiene un agujero bajo los zapatos, un traje estrecho que después de la lluvia de la tarde, suelta un espeso vaho de vehículos y aglomeraciones. Es la vorágine del desespero para conductores  que serpentean las vías en procura de ganarle la carrera al tiempo, entre vociferaciones, imprecaciones e insultos, como suele ocurrir en ciudades de esta parte del continente, vale decir: Caracas, Sao Paulo, Ciudad de México y otras. Cabe significar que los taxis están dotados de taxímetros y localizadores (GPS), que les permiten la prestación de un servicio de calidad y con prontitud, pues todos están afiliados a organizaciones gremiales que atienden solícitos las llamadas telefónicas de clientes, necesitados de sus servicios.

El reencuentro con los hijos y mi nuera Carla me permitió conocer a mis nietos: Sara Estefanía, Lorenzo y Nicola, ahora seis años después con 9, 8 años y 6 respectivamente. Tres hermosas criaturitas que me colmaron de alegría, felicidad y dicha, durante los días que compartimos y conocimos sitios turísticos como la Catedral de Sal en Zipaquirá, el Museo de Botero, la Plaza de Bolívar, Hacienda Santa Bárbara, Club Privado Los Lagartos y la 28º Feria Internacional (Filbo), entre muchos otros tantos lugares de interés que ofrece a propios y extraños Santa Fe de Bogotá.

Cumplido el compromiso familiar pospuse el retorno a Venezuela por unos días más, a fin de asistir a la 28º Feria Internacional del Libro que se realizó desde el 21 de abril hasta el 4 de mayo de 2015, en cuyo escenario se levantaron 12 pabellones de 2 pisos cada uno sobre una extensión de 4 hectáreas, lo cual obviamente dificulta al visitante recorrerla en pocos días. En el Pabellón 6, nivel 1, el evento cuya notoriedad ya ha alcanzado fama a nivel mundial, se le rindió homenaje al célebre escritor colombiano Gabriel García Márquez, El Gabo y en un escenario especialmente acondicionado con el ambiente de Aracataca, incluido una gallera, se realizaron conferencias, foros, charlas, tertulias y diversos actos con participación de prominentes intelectuales, escritores y periodistas nacionales y extranjeros. Compartí un grato momento con Plinio Apuleyo Mendoza, tras su espléndida disertación sobre su amigo e inseparable compañero de luchas en Colombia y en el exilio, enriquecedora conversación como lo fue su conferencia aplaudida con encendido entusiasmo por los asistentes.

No podía ni debía dejar pasar por alto visitar el mayor número de pabellones, para conocer las obras de algunos autores que son un best seller, como la del propio Gabo, que alcanza la cifra de 4 millones de ejemplares de todas sus obras. En Colombia un best seller debe superar los 10.000 ejemplares vendidos. Fue una regia oportunidad para establecer contactos con empresas editoriales, algunas de las cuales mostraron interés en la edición de mis tres obras: Bolívar, el majadero de América; Sucre, el genio de Pichincha y Manuela Sáenz, la amante absuelta, para un mercado editorial en  Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia.

No deseo extenderme en esta crónica, que además de tocar el tema familiar me permitió disfrutar de la cordialidad y atención de excelentes y nuevos amigos colombianos como César Moncada, socio de mi hijo; Rubén Montoya, supervisor general del Club Privado Los Lagartos; Sandra Espinosa (Editorial Planeta); Clara Inés de Velásquez (Bogotana Bookstore); Gabriel Omar Méndez Torres (Distribuidora edebé); Vladimir González Achury (Océano Digital); Jimena Lemoine Garzón (Lemoine Editores); Estefanía Trujillo (Grupo Zeta); Diana Johanna Tiria Sánchez, (Diario La República); Oriana Vásquez Jiménez (Villegas Editores); Alfonso López Fernández, (Editorial Trillas); Viviana Calderón Ramos (Ediciones Gaviota) y Diana Mora, (Amazonía) y los venezolanos Gabriel Padilla, profesor de Matemáticas en la Universidad Nacional y Claudio Failache, en ese entonces estudiante de Ingeniería Civil en la Universidad de la Sabana, una de las 14 que existen en Bogotá.

De regreso a la patria con la nostalgia del caso, tras la despedida de mis seres queridos, afloró en mis deseos, encontrar un país como cuando éramos felices y no lo sabíamos; un país en el que el odio, la venganza, los insultos, los agravios y las descalificaciones no existían; un país en el que la sonrisa de niños, jóvenes, mujeres y hombres asomaba en sus rostros la alegría y la felicidad; un país sin distingos de clases sociales –como lo fue siempre– y ajeno a la violencia, un país en el que reinaba la paz, la concordia, la tranquilidad y la seguridad; un país en el que estudiantes, obreros y profesionales no eran torturados y privados de su libertad y hacían uso del disfrute de sus derechos ciudadanos y libertad de expresión y, por último, una prensa libre sin censura, y ajena a las chantajistas presiones del régimen socialista, marxista y mal llamado bolivariano.

Bien lo expresó el Libertador en cierta ocasión: “Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen, no burléis su confianza, no sean insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos”.

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