Son malas palabras. Políticamente incorrectas. Rondan por encima del continente. No escapan al secreteo cotidiano en el que se indican como única salida para la situación de algunos países. Pero ¿quién se anima a decirlas en voz alta?

El que lo hizo fue el ex presidente argentino peronista Eduardo Duhalde, respecto a lo que pasa en su país. Causó revuelo y duros ataques –también algunas coincidencias– pero fue muy concreto: “El año que viene no va a haber elecciones. La gente no lo sabe, no lee o se olvida, pero entre 1930 y 1983 hubo 14 dictaduras militares. Quien ignore hoy que el militarismo se está poniendo de pie en América es porque no conoce lo que está pasando. No va haber elecciones (las legislativas de 2021) porque Argentina es la campeona de las dictaduras militares. Argentina corre ese riesgo porque la verdad es que esto es un desastre tan grande que no se puede seguir así».

Duhalde, pese a las críticas, insistió sobre que no hay que descartar el “golpe de Estado”. “Digo lo que pienso y no me arrepiento”, desafió el veterano político que ejemplificó con los avances del militarismo en Venezuela, Brasil y Bolivia.

Es bueno recordar que no es la primera vez que se habla de golpe de Estado en el pasado reciente. Mas elípticamente lo hizo hace dos años el juez kirchnerista y expresidente de la Suprema Corte Raúl Zaffaroni.

Puesto que progresista, Zaffaroni, juez de la Corte Interamericana –“cargo que le queda muy grande“, según se dijo en su momento– habló de “resistencia” para que Mauricio Macri no continuara como presidente.

¿Por qué lo hizo ahora Duhalde?

Esta es la cuestión. Es un “zorro viejo”, un político veterano y un baqueano, por lo que lo suyo no puede echarse en bolsillo roto. Duhalde fue diputado, vicepresidente con Carlos Menem, gobernador por ocho años de la Provincia de Buenos Aires y en 2002, tras la caída de Fernando De la Rúa como consecuencia de la crisis de 2001 y una seguidilla de presidentes interinos por un día, asumió la presidencia hasta 2003.

Todo bien curioso: en 1999 perdió las elecciones frente a De la Rúa, y por esos vericuetos de la política argentina terminó como jefe del Estado. Y fue quien, si no el inventor sí el que le abrió las puertas de la Casa Rosada a Néstor Kirchner.

Cualquiera sea su intención con su profecía –que “es algo que se viene diciendo en privado”según el periodista Jorge Lanata–, Duhalde metió otra pica en Flandes y sumó un elemento más, tan polémico como peligroso, al debate y a la tensión y confusión que se vive en la Argentina.

Allí no se sabe quién tiene el timón y el presidente Alberto Fernández, tutelado por la vicepresidente Cristina Fernández  y el sector más radicalizado del kirchnerismo que maneja su hijo Máximo Kirchner, hace un derroche de verborragia que cada vez le sirve menos. Habla mucho, se contradice, lo desmienten y pierde credibilidad. Y baja en las encuestas.

La deuda, el paráte de la economía, la inflación descontrolada, el crecimiento del índice de pobreza extrema –50% de la población– la inseguridad pública, la violencia, el acorralamiento de la justicia para que no se ocupe de los más de 20 casos por corrupción en que está involucrada la vicepresidente, más la pandemia con cuarentenas rechazadas por la gente y con un constante aumento del número de infectados y de muertos por coronavirus, no se arreglan con discursos, ni con poses progresistas.

Quizás el expresidente Duhalde, al poner el dedo en la llaga, lo que quiso hacer fue una especie de “llamamiento”. “Por el deterioro social llega una anarquía con olor a sangre. Si no nos juntamos estamos perdidos”, advirtió.

“No todos comen todos los días, la gente está desesperada; se van a matar no por una bicicleta, sino por un bizcocho”, escandalizó el viejo dirigente.

Es cierto que su credibilidad, como la de la mayoría de los políticos argentinos está muy baja, pero es un hecho que se trata de una situación cada vez más crítica.

Más allá de lo que diga o no diga Duhalde, decididamente algo huele mal, y por ello se comienzan a oír malas palabras.

 


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