En tiempos de crisis y de enfrentamiento entre polos suele suceder que los planteamientos razonables, pragmáticos y ponderados no sean a su vez del agrado de posiciones extremas de ambos bandos. Los representantes, a entender como «embajadores» de cada posición, son potencialmente percibidos, por los radicales extremistas en las tendencias adversas en nombre de los cuales negocian y actúan, como potenciales traidores. De hecho, por naturaleza y lógica se encuentran en un ámbito que los coloca físicamente más «cerca» del adversario que del grupo o estándar del ideal purista que defienden y representan.

Esta dinámica los hace ver como «alejados», temporalmente de quienes exigen victoria sin matiz alguno del sustento e idea que consideran intrínsecamente «pura», que a su vez no dan margen a discusión alguna. Por esta razón, la propuesta democrática del legítimo y constitucional presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, de formar un gobierno de emergencia con actores del régimen dictatorial y totalitario chavista del usurpador Nicolàs Maduro (preciso, sin él presidiéndolo) suscita tanto debate y controversia en la opinión publica extremada.

El contexto de urgencia de un gobierno y liderazgo para enfrentar en Venezuela la aún mayormente magnificada tragedia provocada por el coronavirus nos incumbe a todos, sea cual sea su posición, ideología u opinión.

Las nuevas tecnologías y redes sociales han impuesto una nueva realidad de visibilidad y reactividad mayor de las opiniones públicas. Por su naturaleza, ponen así mismo en relieve las posiciones más simplificadas y expresiones dicótomas, no sin reconocer que estas ilustren igualmente grandes partes de la población en cifras que pueden medir el balance de fuerzas entre ellas (y los números no mienten).

Personalmente, soy conocido como ”influencer”, reconocido como el «Hombre Radikal» y desde un decenio vengo luchando de forma clara, sin hincapié, contraste y de forma transparente en contra de la dictadura y expresión totalitaria de la ideología y proyecto del «socialismo del siglo XXI». Claro está que por mi historia personal y experiencia he sostenido una posición firme y radical ante la mal llamada «revolución» chavista, por ello me denomino y denominan radical pero nunca dejaré que se me defina como un extremista, que al fin es lo que siempre he criticado con firmeza y persistencia.

Yo siempre luché y lucharé contra  la intolerancia de los que no permiten y aplastan al que piensa diferente, por esto, es necesario mantener una postura coherente. No comparto, ni lo haré, adoptar posiciones inversamente excluyente de los que desde el extremo del «bando» en el cual se sitúan, ahora piden lo mismo para la minoría en Venezuela que sigue sintiéndose identificada con el proyecto adverso. Soy radical en términos de anhelos en blanco y negro a la justicia, la libertad y, por sobre todas las cosas, al retorno de la democracia para nuestro país.

Mucha gente hoy día simplifica y se reduce a «entender» el problema actual bajo un ángulo y filtro exclusivamente basado en argumentarlo y analizarlo solo en términos de enfrentamiento de posicionamientos en el eje horizontal de las definiciones ideológicas en política, es decir: entre izquierda y derecha. Para mí, esta simplificación de la situación carece y peca en tomar en cuenta (y asimilar que) que el real problema se ubica más en el eje vertical de las definiciones, es decir, entre una postura libertarista (liberal/democracia) y una postura de autoritarismo (totalitaria/dictadura).

Mantengo, dicho esto, que marginar posturas extremas en pro de un entendimiento entre la gran mayoría en contra de favorecer unas élites minoritarias es el verdadero reto. Me incomoda, en el caso particular de Venezuela, que se ponga en el mismo saco a un colectivo armado defensor de un régimen totalitario con un «guerrero de franela» que tira piedras y molotov en defensa de un anhelo libertario. También rechazo la postura de vender como «solución» un entendimiento entre actores corruptos de ambas élites de ambas tendencias. En el fondo, ello representaría un statu quo que no actuaría en interés de los ciudadanos y bravo pueblo. Se sueña y comparto con un cambio y un proyecto de país mejor para todos; en ello ¡sí soy un radical impenitente!

Pienso que vista la situación y los 20 años de pesadilla y sufrimiento debido a una dinámica totalitaria que nos ha causado tanto daño a todos los venezolanos y que solo ha beneficiado a una pequeña élite depredadora, su continuación cambiando caras pero no el fondo sería un pésimo inicio para un nuevo proyecto de país. Un «gigante con pies de arcilla». Llegar a entendernos entre buenos a pesar de pensar diferente es para nuestro país, así como para la implementación de un gobierno de ermergencia de y para todos, el verdadero dilema radical del que no está dispuesto a aceptar nada menos que un cambio hacia una mejor Venezuela.


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