Una de las razones por las cuales elegí establecerme en Mérida [Venezuela] fue su fama de ciudad universitaria y cultural, cuyos movimientos artísticos-literarios-teatrales-académicos la honraban ante el resto del país e internacionalmente. Otras regiones, como Barquisimeto, por ejemplo, aspiraban a que sus hacedores fueran igual reconocidos en el territorio nacional. Empero, Caracas y Mérida eran mecas. Aquí, hasta personas que ejercían oficios no intelectuales evitaban ser calificados como brutos. Soy testigo de que los creadores éramos respetados, mucho más quienes estamos adscritos a la Universidad de los Andes.

En poco más de tres décadas vi cómo, gradualmente,  novelistas, poetas y académicos perdimos respetabilidad con la irrupción en el poder político de salvajes superiores: criaturas de otro mundo que conformarían el Bestiario Contra-Cultural del Siglo XXI. Fuimos devaluados ante la presencia de quienes admiraban a exitosos totalitaristas, legionarios que hacían el trabajo sucio de promover, en recintos académicos, a los hermanos Castro Ruz, Sadam Husein y Muamar el Gadafi. Mi vida universitaria transcurría enfrentándolos, mediante textos editorialistas, ensayos o artículos políticos-filosóficos que tuvieron gran difusión nacional y hasta fueron publicados en diarios o revistas extranjeras.

Cuando llegué a Mérida, la cultura tenía apoyo financiero de una de las universidades más antiguas y respetables de Latinoamérica. Pero era perceptible que agentes del Bestiario contracultural del siglo XXI habían logrado ingresar en nuestra casa de estudios superiores en calidad de profesores, o funcionarios administrativos: desde donde no tardaron en mostrarse adherentes o maquilladores de los genocidas mencionados. Con nuestras remuneraciones todos podíamos vivir más o menos con cierta dignidad: proveernos, vestir y educar a nuestras parejas e hijos.

Los historiadores, que tienen la misión de registrar e interpretar los sucesos que condujeron hacia la destrucción de un Estado económicamente robusto, el de la nación venezolana, tienen las mismas tribulaciones de los escritores para testimoniar una tragedia socio-política-militar-financiera jamás vista en la historia de la humanidad luego de la Ilustración, aquella impulsada por intelectuales franceses, alemanes e ingleses [siglos XVIII-XIX]

Se presumió que había comenzado el Reinado de la Razón, pero los hostiles promovieron matanzas fratricidas y guerras que desmitificarían esa tesis. Sin embargo, Europa avanzó, científica, tecnológica, económica e intelectualmente. Nosotros, en eso que llamo Ultimomundismo, influido por mi fallecido y admirado amigo Carlos Rangel, lo hemos intentado, sucesivas veces, de manera fallida.

El resultado de tanta obcecación e idolatrar a genocidas es que los escritores tenemos que enfrentar a un salvaje superior, para el cual el trabajo escritural no vale lo que el colectivismo de la violencia política. Un imbécil, que, encapuchado, se desplace en un vehículo con un fusil, sin formación académica o cultural, tiene más prestigio que cualquier pensador y nos gobierna.

@jurescritor


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